04 julio 2008

Graduación y lluvia


Abrí los ojos y sentí que había dormido demasiado. Noté la boca pastosa y algo áspero en la garganta. Me incorporé, alargué la mano y cogí la botella de agua. Después de beber, me encontré mejor, pero abrí la ventana porque todavía no respiraba bien. Mi habitación estaba entonces oscura, pues aunque ya eran las diez de la mañana, la persiana estaba medio bajada, y esto hacía que la luz entrase de forma tímida. Me acerqué al armario para ver qué ponerme, pero no encontré nada para la ocasión. Supuse que en los actos de graduación la gente iría muy bien vestida, pero yo no tenía nada elegante, y tampoco había pensado en ello hasta ese momento. Finalmente me decidí por una camiseta granate que era bonita y discreta, y por unos baqueros oscuros que eran bastante nuevos. Pensé que de esa forma, sin ir bien arreglado, por lo menos la gente no se fijaría en mí.
Cuando me disponía a salir de la habitación para bajar a desayunar, me fijé de que por debajo de mi puerta se acumulaba gran cantidad de algo parecido al polvo, pero de un color más blanco. Me volví y vi que la misma suciedad se extendía por la mesa de estudio, la mesilla de noche e incluso las sábanas. Pasé un dedo por la superficie de mi mesa y a su paso quedó un surco que me resultó muy extraño. Salí de mi cuarto, y todo el pasillo estaba cubierto por esa sustancia blanquecina, que me hizo toser. Parecía que había nevado, y al cerrar la puerta, toda mi mano había quedado manchada de esa nieve sucia. Bajé a la recepción, y pregunté a María Antonia, la señora que trabajaba allí, lo que había sucedido en la cuarta planta. "Eso es lo que ocurre cuando se beben tres copas", me respondió, y me dijo que los allí hospedados habían vaciado un extintor por la noche. Afortunadamente, desde que yo residía en el Hotel Gran Vía, acostumbraba a dormir con tapones en los oídos, con lo que las juergas nocturnas de los grupos de turistas ya no eran para mí una gran molestia. Acordamos que limpiarían mi habitación por la mañana, y salí a la cafetería para desayunar.
Había quedado con Dani a las once, así que todavía tenía tiempo para tomar un café y una tostada tranquilamente. Tradicionalmente, el sitio utilizado para la celebración de graduación de las filologías en Salamanca era el patio del colegio Anaya, al aire libre y enfrente de la catedral, pero se había pronosticado lluvia para ese día, y el acto se trasladó al interior de la universidad antigua. Efectivamente, cuando salí de la cafetería estaba lloviendo, muy levemente, pero lo suficiente como para imposibilitar la celebración de cualquier acto al aire libre. Hacía poco que me había dejado el paraguas en una clase, y no lo pude recuperar porque alguien se lo llevó, pero afortunadamente tampoco me hizo falta ese día, porque la intensidad de la lluvia no lo exigía. Incluso me permití el lujo de pasear tranquilamente por la calle, ya que no hacía demasiado frío, y con una chaqueta se iba bien. Al llegar a la Plaza Mayor, no había nadie, y la rodeé bajo los soportales, cruzándome únicamente con el vendedor de lotería, que no se percató de mi presencia. Observando el exterior de la Plaza desde la oscuridad en la que me encontraba, comprendí que su elegante construcción se había llevado a cabo con la idea de verla siempre iluminada por el sol. La lluvia y la soledad no eran desde luego sus mejores aliadas. Continué mi paseo hacia la universidad completamente solo, atravesando las calles vacías, grises y húmedas, hasta que empecé a ver montones de paraguas andando con aceleración hacia un mismo lugar.
La entrada a la universidad era ese día gratuita, por lo que los familiares y amigos que asistían al acto de graduación se mezclaban con los turistas, que avanzaban hacia el interior con gran decisión y rapidez al descubrir que no tenían que pagar nada. Por un momento me vi contagiado de esa celeridad colectiva, y me incomodé al ver tal cantidad de gente en el claustro, pero recapacité enseguida, y me hice hueco pausadamente para encontrar a Dani. Como había supuesto, allí todo el mundo asistió con las mejores galas, de forma que hasta los niños pequeños iban con traje. No obstante, yo seguía convencido de haber escogido con acierto mi ropa, pues en efecto, nadie se fijó en mi. Intenté mirar los rostros de las personas para dar con mi amigo, pero llegué a pensar que no lo vería. Sin embargo, de repente lo vi ya situado en la puerta del salón de actos, también vestido con un traje muy moderno y hortera, conversando con un grupo de personas que yo no conocía. Él en cambio no me vio a mi hasta que no estuve justo enfrente suyo. Entonces gritó "!Alfonso! Has venido", y me hizo saber que estaba con la familia de Vanesa, pero que ella tenía que entrar por otra puerta junto con el resto de graduados. "Pues mira, para entrar hace falta una invitación, pero no he podido conseguirte una a ti". Le dije que no importaba, que solamente quería saludar a su novia para felicitarla por la graduación. Después insistió en que me colara, porque como había mucha gente nadie se daría cuenta, pero yo preferí salir del barullo hasta que todo el mundo hubiese entrado, y entonces intentarlo. Dani se volvió con su grupo para entrar en la sala, y yo retrocedí a contracorriente buscando un poco de aire. La gente cogía con fuerza su entradita azul, y se golpeaban unos a otros con los hombros, para poder adelantarse. Alguno vi que levantaba la invitación como justificando así su autoridad a empujar. Cuando ya estaba saliendo de esa tormenta, escuché a un abuelo que hablaba con una chica, "No nos dejarán entrar al final". Ella no escuchaba, y se limitaba a mirar al infinito y a colocarse el flequillo.
Logré acercarme finalmente a los ventanales del claustro que daban al patio, y allí me quedé de pie mirando la lluvia. Podría haber permanecido horas observando el verdor del gran pino que había en el centro, que sobrepasaba en altura el segundo piso de la universidad. También escuchaba a la gente de alrededor, que hablaba sobre todo de la mala organización del evento. "No entiendo cómo –le decía un hombre a su esposa- con las nuevas tecnologías no han puesto unas grandes pantallas en el pasillo para que no haga falta entrar a todo el mundo". Una chica joven que se incorporó a la pareja después, confesó no tener entrada, y decidió ir con unas amigas a una copistería para fotocopiar una, "¿No ves que es un papel azul?, se copia, se corta, y ya está". Yo continuaba mirando mi árbol, que cada vez más verde, le daba las gracias a las nubes. El cielo se oscureció más, y me vi reflejado en el cristal, contrastando ciertamente con la elegancia física de mi entorno. De repente vi en el espejo improvisado que por detrás de mi pasaban los compañeros de residencia de Dani, con los que yo también acostumbraba a salir, que acudieron porque cantaban en el coro, pero tampoco debieron verme, porque pasaron de largo. No quise volverme a saludarles porque en ese momento me sentía extrañamente bien, dándole la espalda a los preparativos, de los que yo no quería saber nada. Sonó entonces mi teléfono, era Dani, "¿Qué pasa tío?", que tenía un pase para mí, y que fuese a la puerta de entrada en la sala para cogerlo. Abandoné mi estado de contemplación y volví a sumergirme en el compromiso.
Ya en la puerta, vi que Dani me estaba esperando con una entrada en la mano. Alargó el brazo y me la pasó por encima del guardia que había allí recogiendo los papelitos azules. Una abuela que estaba en la puerta montando guardia gritó, "¡Ah no, eso no!", y el guardia se dirigió sudoroso a mi, "La entradita la traes antes", y miró a otra parte. Yo intenté hacerle ver sin querer cuestionar su labor que a él lo mismo le daba que yo pasase o no, pero la señora ya se había tomado el asunto como algo personal, y me gritó cosas que no entendí por el bullicio del ambiente. Al final el guardia aceptó mi entrada y pude ver la mirada de indignación que le echaba la señora. El salón era grande, pero no lo suficiente como para recoger a tanta gente, así que ya había muchas personas de pie en el fondo. Yo acompañé a Dani al banco donde estaba sentado con los familiares de Vanesa, y después me marché al fondo. Allí, de pie, vi entrar a mucha más gente en la sala, la mayoría con asientos guardados, y también vi la gran cantidad de cámaras que en ese momento sacaban fotos hacia la parte de delante, donde ya estaban sentados todos los licenciados. Era curioso, toda esa gente con los brazos levantados intentando sacar una buena fotografía, otros muchos mirando las fotos ya hechas, y algunos retratando los tapices de las paredes. Unos toques al micrófono y la gente empezó a callar y a sentarse en sus sitios. El vicerrector se presentó y comenzó a hablar (el rector no podía ir), pero los ruidos de las cámaras de fotos continuaron. Reparé en lo curioso del sonido de las cámaras digitales, pues hacía que ese salón de apariencia tan antigua se convirtiese en una sala de informática. El ruido de las fotos duró todo el acto. El vicerrector dio un discurso bastante desafortunado, pues incluía algunos comentarios de intención graciosa que no obtenían respuesta por parte del público. Ciertamente sus palabras resultaron ridículas en algunas ocasiones, así que pasé vergüenza ajena. A continuación pasó a hablar el decano, que aunque tuvo mayor aceptación en general, fue interrumpido por los gritos de protesta que se oían desde el exterior. Supuse que la gente que se había tenido que quedar fuera, se quejó ante el único responsable allí presente, el guardia.
Bajé la mirada y una niña pequeña me estaba mirando fijamente. Seguramente se sorprendió al descubrir que no era estrictamente obligatorio ir bien vestido a ese lugar. Su madre, que iba con un ridículo vestido azul igual que el de su hija, obligó a la niña a prestar atención, pero esta no cedió y se volvió de nuevo para observarme. Entonces yo le recompensé con una mueca. Cuando acabó el turno del decano, una chica cruzó la sala y subió solemnemente al atril, atrayendo la atención, esta vez sí, de todos los presentes. Ciertamente era muy guapa, y representaba a los estudiantes de filología portuguesa, pero nada de lo que dijo me resultó en absoluto interesante. Que eran unos años muy especiales, con momentos buenos y malos, con risas y nervios, con bibliotecas y discotecas... En fin, nada nuevo, pero acabó su intervención citando algo de Lope de Vega, con lo que todas las licenciadas (en realidad eran todo chicas) echaron a reír. Sentí una profunda tristeza al descubrir en sus rostros que las palabras de Lope eran para ellas simple materia de estudio. Las chicas que subieron después para representar a otras filologías, optaron también por el mismo mensaje, con lo que el aburrimiento se sumó al dolor de espalda que ya empezaba a acumularse por el paso de los minutos en esa posición. A mi izquierda, una mujer aprovechó para sacar el móvil y escribir un mensaje, "Compra unas flores para la chica". Al finalizar definitivamente la ronda de discursos, se procedió a la repartición de los diplomas y las becas, que eran azules, "como el color de la filosofía", según el vicerrector. Afortunadamente esta parte fue más rápida y pronto todos los felices escotes tenían su recompensa por cuatro años de momentos buenos y malos. Cuando entonces se anunció la llegada del coro, aproveché para acercarme a Dani y despedirme. Los familiares de Vanesa se volvieron hablando para evitar conocerme, y yo salí de allí lo antes que pude. Afuera todavía llovía, y las calles seguían vacías, así que podía volver dando un paseo.
El ascensor estaba cogido, y subí por las escaleras los cuatro pisos que había hasta mi habitación. Por el camino vi el gran despliegue de personal de limpieza que se había organizado con grandes máquinas aspiradoras para acabar con la suciedad de los extintores. En mi pasillo, ya no quedaba ni rastro de lo sucedido, y realmente quedé sorprendido por la efectividad del trabajo de las señoras de la limpieza. Al entrar en mi habitación, sin embargo, todo estaba igual que cuando me había marchado. Me senté en mi silla esperando a que se hiciera la hora de bajar a comer, y oí que los culpables de aquel estropicio cruzaban por el pasillo. Al abrir la puerta de la habitación, uno de ellos gritó, "¡Coño, si hasta nos han limpiado la habitación!".