28 noviembre 2008

Con manto de estrellas


Hermosa compostura
de esa varia inferior arquitectura,
que entre sombras y lejos
a esta celeste usurpas los reflejos,
cuando con flores bellas el número compite a sus estrellas,
siendo con resplandores
humano cielo de caducas flores.
Campaña de elementos,
con montes, rayos, piélagos y vientos:
con vientos, donde graves
te surcan los bajeles de las aves;
con piélagos y mares donde a veces
te vuelan las escuadras de los peces;
con rayos donde ciego
te ilumina la cólera del fuego;
con montes donde dueños absolutos
te pasean los hombres y los brutos:
siendo, en continua guerra,
monstruo de fuego y aire, de agua y tierra.
Tú, que siempre diverso,
la fábrica feliz del Universo
eres, primer prodigio sin segundo,
y por llamarte de una vez, tú, el Mundo,
que naces como el Fénix y en su fama
de tus mismas cenizas.

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo

05 noviembre 2008

El tiempo del mundo


Cuando hace unos meses realicé junto con mis compañeros de clase un viaje a Egipto, observé que allí la gente vivía a un ritmo diferente al nuestro. Andando por las calles de pueblos y ciudades, o simplemente mirando a través de las ventanas del autobús, resultó que las personas que aparecían ante mis ojos actuaban careciendo siempre de cualquier idea de “velocidad”. Allí, los términos de “lento” y “rápido”, seguramente no tenían ningún sentido, porque allí, sencillamente las cosas se hacían o se dejaban de hacer. Por ello, nunca me extrañó ver a la gente sentada en el suelo de las aceras o de los campos a cualquier hora del día, en compañía de alguien o solos, de una edad o de otra, simplemente mirando a ninguna parte. ¿Es que esas personas no tenían otra cosa que hacer un martes a las once de la mañana que estar sentados en el suelo con la mente totalmente inactiva? En Marrakech, donde hace muy poco estuve, pude comprobar que allí pasaba exactamente lo mismo, parecía que en esa ciudad las personas no tenían ningún aprecio por el tiempo. Además, en esta ocasión, al viajar solo y no depender de ningún itinerario impuesto por nadie (excepto el mío propio), me dejé llevar por ese hipnótico y desesperante ritmo, tan pesado como su clima o su olor. Así puede entenderse que yo, que tantas ganas tenía por destrozarme los pies andando ininterrumpidamente, dejase pasar las horas en la terraza de una cafetería degustando un té de menta. Y no sé muy bien si porque yo voy buscando este tipo de cosas o porque son estas cosas las que se acercan a mí, hoy ha caído en mis manos un libro de Ryszard Kapuscinski , en el que este hombre narra en primera persona su peculiar experiencia con el tiempo africano.


"Basta con aparecer en la plaza en que se amontonan decenas de autobuses para que nos rodee un enjambre de niños, gritando a cual más fuerte, la pregunta de adónde queremos ir: ¿a Kumasi, a Takoradi o a Tamale?
-A Kumasi.
Los que pescan a los pasajeros que van a Kumasi nos dan la mano y, saltando de alegría, nos conducen al autobús adecuado. Están contentos porque, por el hecho de haber encontrado pasajeros, recibirán del conductor una naranja o un plátano.
Nos subimos al autobús y ocupamos los asientos. En este momento puede producirse una colisión entre dos culturas, un choque, un conflicto. Esto sucederá si el pasajero es un forastero que no conoce África. Alguien así empezará a removerse en el asiento, a mirar en todas direcciones y a preguntar: "¿Cuándo arrancará el autobús?" "¿Cómo que cuándo?". le contestará, asombrado, el conductor, "cuando se reúna tanta gente que lo llene del todo".
El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: "Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por sí mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior". El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.
Los hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos, el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica, subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso (por supuesto, sólo aquel que obra con el visto bueno de los antepasados y los dioses). El tiempo, incluso, es algo que el hombre puede crear, pues, por ejemplo, la existencia del tiempo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento se produzca o no, no depende sino del hombre."

Ryszard Kapuscinski, Ébano