tag:blogger.com,1999:blog-35510702144733285872024-02-07T06:39:04.727+01:00El oscuro rincón de Mr. WhiteAlfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.comBlogger25125tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-35348157787425226022009-02-12T12:26:00.015+01:002009-02-12T13:39:00.766+01:00Los preparativos del viaje<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjf_pXT3yoQqHSo_S1Dd32KTvpS_7KHffCTZr7jFv39Pa6X6FybaVhTmxWNbWh6k7fO14T1togYFdj6bTEd-q2Dd2J9Q76k10hrQQLvBAIDujFDGKojG28fJ1gjSI-vqksHXEw0MbcoyZA/s1600-h/oceano%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5301883704096923778" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjf_pXT3yoQqHSo_S1Dd32KTvpS_7KHffCTZr7jFv39Pa6X6FybaVhTmxWNbWh6k7fO14T1togYFdj6bTEd-q2Dd2J9Q76k10hrQQLvBAIDujFDGKojG28fJ1gjSI-vqksHXEw0MbcoyZA/s400/oceano%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Tan sólo faltan un par de semanas para que un amigo y yo hagamos un nuevo viaje. Ahora es el momento de empezar a pensar en todo aquello que pueda hacernos falta. El billete de avión ya lo tenemos, pero aún hay que preparar el saco de dormir y la esterilla, seleccionar la ropa que podamos necesitar allí (no debo olvidarme del chubasquero), pensar en el dinero que nos llevaremos, e informarnos bien sobre los sitios que visitaremos (quizás un día de estos me compre una buena guía -cosa que tengo por costumbre-). Y ya está. Sólo queda pasarlo bien. En esta ocasión voy a transcribir un fragmento de <em>El viaje de los argonautas</em>, para asombrarme yo mismo de lo mucho que ha debido cambiar a lo largo del tiempo el sentido de algunas palabras como "viaje" o "aventura".</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">"Apilaron sus vestidos en tropel sobre la lisa superficie de una roca, a la que no alcanzaba el mar con sus olas, y que desde antaño el oleaje marino había pulido. En primer lugar ciñeron la nave fuertemente con vigorosos cables, según las instrucciones de Argos, y los tensaron por dentro desde ambos costados, para que los maderos se mantuvieran bien ensamblados en sus junturas y resistieran el embate de las olas. Trazaron un surco bajo la proa hacia el mar, de la anchura y largo en el que la nave iba a avanzar empujada por sus manos, y a medida que avanzaba, lo excavaban más profundo bajo la carena. En el surco colocaron los pulidos rodillos; empujaban la nave inclinando la proa hacia abajo sobre los rodillos delanteros, de modo que avanzara deslizándose sobre ellos. Luego, por arriba, colocaron los remos a ambos lados de modo que sobresaliera un codo del mango, y los ataron a los escálamos. Junto a aquéllos se distribuyeron en ambos costados y se aplicaron a empujar con el pecho y las manos. Luego subió Tifis, para enseñar a los jóvenes a empujar a compás. Daba las órdenes con grandes voces; y ellos, inclinándose, con toda la fuerza impulsaron la nave a un grito de marcha, con impetuosidad, desde sus puestos, mientras se esforzaban con los pies, hincándolos para el arrastre. La <em>Argo</em> del Pelión se movió muy rápida, y de uno y otro costado ellos daban gritos de júbilo al avanzar. Bajo la quilla rechinaban los fuertes rodillos con el peso, y de ellos salía un vapor oscuro por el roce. Se deslizó la nave hasta el mar. Entonces la retuvieron con cuerdas en su avance. Y por ambos lados sujetaban los remos a los escálamos, y dispusieron el mástil, las velas bien tejidas y los víveres."</div><div align="justify">"Después, recogiendo guijarros de la orilla, construyeron allí mismo un templo en la costa a Apolo Actio y Embasio (costero y protector de la marcha), según su sobrenombre. Pronto lo cubrieron por encima con troncos secos de olivo. Mientras tanto habían llegado desde el rebaño los boyeros del Esónida trayendo los dos toros. Los mantenían junto al altar los más jóvenes de los compañeros, y los otros al punto preparaban el agua lustral y los granos de cebada rituales. Entonces Jasón rogaba invocando al dios de sus padres, a Apolo: "¡Óyeme, soberano, que habitas Págasas y la ciudad de Esón, epónima de mi padre, que me prometiste, cuando consulté tu oráculo, indicarme el fin y los términos de mi ruta, pues tú mismo fuiste el promotor de estas empresas! Guía tú desde ahora esta nave con mis compañeros sanos y salvos hacia allá, y luego de regreso a Grecia. A ti después, cuando con tu ayuda regresemos, de nuevo en este altar te ofreceremos brillantes sacrificios de toros, y otros en Delfos, y otros infinitos presentes conduciré a Ortigia. Ahora, ¡Venga!, acéptanos también este sacrificio, que como peaje de esta nave y primera acción de gracias te presentamos. ¡Ojalá, soberano, desate las amarras por tu benevolencia, con buena fortuna! Y ojalá nos sople un viento suave, con el que vayamos en calma, a través del mar!" </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Dijo, y al mismo tiempo arrojó los granos de cebada. Se dispusieron a aprestar los bueyes los dos, el soberbio Anceo y Heracles. Entonces éste le golpeó con su maza en medio de la cabeza, junto a la frente, y el toro cayendo de golpe quedó tendido en tierra. Anceo, golpeando al otro con el hacha de bronce en su amplio cuello, le cortó los robustos tendones y el toro se derrumbó vacilante sobre sus dos cuernos. Sus compañeros lo degollaron rápidamente y desollaron sus pieles. Los cortaron, repartieron y separaron los muslos consagrados. Y cubriendo todas estas partes de grasa, con cuidado las echaban al fuego, sobre los leños. Jasón vertía las libaciones de vino puro. Se alegraba Idmón al contemplar la llama que brillaba por todas partes de los sacrificios y el humo agorero de ésta, que se levantaba en purpúreos remolinos".</div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">"Ya cuando el sol pasa de largo el pleno día, y empiezan a ensombrecerse los campos al pie de los montes, y mientras el sol declina hacia la sombra del atardecer, en aquel momento, después de derramar cada uno una espesa capa de hojarasca frente a la espumosa orilla, se acostaron uno tras otro. Junto a ellos estaba dispuesta muchísima comida y dulce hidromiel, que sacaban de las tinajas con sus copas. Después, por turnos, se contaban entre sí las cosas con que los jóvenes en el banquete y tras el vino acostumbran a recrearse, cuando está ausente la alocada violencia".</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><em>El viaje de los argonautas</em>, Apolonio de Rodas</div><br /><div align="justify"></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-74516664014922583302009-01-28T15:11:00.003+01:002009-01-28T16:00:42.669+01:00El sentido de las cosas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgEb_RhTocML_c0xzfjMoJI71rPIXhlP8wXdZp4M8UQK0GlU8QoBAA4IjseMwwUV-mt0aqYMNRXbPh5snWbpI2Lq35-QjMh_X9Ohn7rkl6ju-oerq0KN4M1vPAI1bUcUOb0VEyJzDoDfOw/s1600-h/Pluma_de_tinta%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5296350296556281570" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgEb_RhTocML_c0xzfjMoJI71rPIXhlP8wXdZp4M8UQK0GlU8QoBAA4IjseMwwUV-mt0aqYMNRXbPh5snWbpI2Lq35-QjMh_X9Ohn7rkl6ju-oerq0KN4M1vPAI1bUcUOb0VEyJzDoDfOw/s400/Pluma_de_tinta%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Tradicionalmente se ha pensado, y con mucha razón, que la cultura nace siempre de los cambios y permanencias sucedidos en la ideología de las sociedades, es decir, que los giros ocurridos en el código mental de las personas, al expandirse y consolidarse, generan lo que llamamos rasgos culturales. Por lo tanto, los objetos, las “cosas” que fabrican las sociedades no son en realidad nada más que la consecuencia de su propia evolución cultural. Solamente cuando un grupo humano ha realizado una transformación ideológica determinada, es capaz de crear los utensilios que sirvan a su forma de pensar. Es por eso que a partir de los objetos que genera una cultura, puede llegarse a conocer el código moral que la distingue (he ahí el sentido de la Arqueología, que estudia el pasado dando marcha atrás al curso natural de los acontecimientos: de cultura material a ideología, y no de la forma inversa, originaria).<br /><br />A lo largo de una interesante conversación que mantuvimos el otro día una chica y yo en una cafetería cercana al conservatorio de música, salieron temas de este estilo. Hablábamos de las diferencias evidentes que existen entre el comportamiento de las personas orientales y occidentales, y de cuáles son los posibles destinos de la variedad cultural, basándonos en la situación actual del mundo. Cuando de los grandes temas íbamos pasando a cosas más pequeñas, como las diferencias en el gusto de los objetos, o los diferentes patrones que de la belleza se tienen en diversas partes del planeta, ella me recomendó un libro que podría interesarme. Más tarde, antes de separarnos en la puerta de su casa, subió un momento a por el libro y me lo dio, <em>El elogio de la sombra</em>, de Tanizaki. Comencé a leerlo en mi casa muy interesado, y pronto advertí que todas esas reflexiones que he expuesto en el párrafo anterior, tienen otra forma posible de interpretación. No había pensado yo en la importancia simbólica que un objeto puede tener para una sociedad una vez que se ha creado. Más claramente, ¿es que el objeto en sí no puede actuar también como agente ideológico en una cultura? De la misma forma que unos procesos ideológicos derivaron en la creación de las cosas, ¿hasta qué punto esas cosas generan asimismo una nueva ideología? En un mundo tan globalizado como en el que vivimos, donde la conexión entre las personas es inmediata y constante, no es raro que surgiese un fenómeno como el de los teléfonos móviles. Sin embargo, una vez inventados y expandidos por todo el globo, los teléfonos han creado en nuestras sociedades nuevas necesidades que antes no existían, nuestra cultura ha cambiado por el objeto. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">"He publicado hace poco en los <em>Bungei-Shunju</em> un artículo en el que comparaba la estilográfica y el pincel; pues bien, supongamos que el inventor de la estilográfica hubiera sido un japonés o un chino de otra época. Es evidente que no habría dotado a su punta de una plumilla metálica sino de un pincel. Y que lo que habría intentado que bajara del depósito hasta las cerdas del pincel no sería tinta azul sino algún tipo de líquido parecido a la tinta china. Por lo tanto, como los papeles de tipo occidental no sirven para el uso del pincel, para responder a la creciente demanda se tendría que producir una cantidad industrial de papel análogo al papel japonés, una especie de <em>hansi</em> mejorado, y si el papel, la tinta china y el pincel hubieran seguido este desarrollo, la pluma metálica y la tinta occidental nunca habrían conocido su auge actual, los partidarios de los caracteres latinos no habrían tenido ningún eco y los ideogramas o los <em>kana</em> habrían gozado de un unánime y poderoso favor. Pero esto no es todo: nuestro pensamiento y nuestra propia literatura no habrían imitado tan servilmente a Occidente y ¿quién sabe? probablemente nos habríamos encaminado hacia un mundo nuevo completamente original. Con esta disgresión he querido mostrar que la forma de un instrumento aparentemente insignificante puede tener repercusiones infinitas".</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Junichiro Tanizaki, <em>El elogio de la sombra</em> </div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-21247173799101286702008-12-21T15:50:00.005+01:002008-12-21T16:16:59.220+01:00El tamaño de la naturaleza humana<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijL05qj0Igi1OJ9NDKXMEB7hIBzDTEUHpDz5eLCbx0rj-NGyaxS5xIFQv7ShpHQLug2IMr64BIqLtBOW6PNUCDfhoNGeakB7pGk_BCFvGXY1F4CNsfxROQjLTeOm-cphohHxgrQ5jGFGc/s1600-h/470px-Thomas_Gainsborough_015%5B1%5D.jpeg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5282261966429424002" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 313px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijL05qj0Igi1OJ9NDKXMEB7hIBzDTEUHpDz5eLCbx0rj-NGyaxS5xIFQv7ShpHQLug2IMr64BIqLtBOW6PNUCDfhoNGeakB7pGk_BCFvGXY1F4CNsfxROQjLTeOm-cphohHxgrQ5jGFGc/s400/470px-Thomas_Gainsborough_015%5B1%5D.jpeg" border="0" /></a><br /><div align="justify">El otro día recibí un regalo que me hizo mucha ilusión, <em>Los viajes de Gulliver</em>. De inmediato comencé a leerlo, y me sorprendí al comprobar que este librito es mucho más que un cuento infantil. No diré demasiado porque no me gustaría desvelar más de la cuenta, pero sí que quiero transcribir aquí un fragmento que me hizo pensar. Cuando Gulliver llega tras mil aventuras y peligros al Palacio Real de Brobdingnag (el reino de los gigantes), y se sienta a comer frente al monstruoso príncipe, se dice lo siguiente:</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">"A este príncipe le encantaba conversar conmigo, preguntándome sobre las costumbres, religión, leyes, gobierno y cultura de Europa, de las cuales yo le daba las mejores explicaciones a mi alcance. Su perspicacia era tan clara y su juicio tan exacto que hacía sabias reflexiones y observaciones sobre todo lo que decía. Pero debo confesar que, tras haberme excedido un tanto hablando de mi amado país, de nuestro comercio y nuestras guerras por tierra y por mar, de nuestros cismas religiosos y de nuestros partidos políticos, los prejuicios de su educación pesaron tanto en él que no pudo evitar cogerme con la mano derecha y, acariciándome suavemente con la otra, después de haberse reído lo suyo, preguntarme si yo era <em>whig</em> o <em>tory</em>. A continuación, volviéndose a su primer ministro, que estaba detrás de él con un bastón blanco, casi tan alto como el palo mayor del barco insignia regio, señaló cuán despreciables eran las grandezas humanas que podían ser imitadas por un insecto tan diminuto como yo; y sin embargo añadió: "Me atrevería a afirmar que estas gentes poseen títulos y distinciones honorables, idean nidos y madrigueras que denominan casas y ciudades, se preocupan del vestido y los carruajes, y que aman, luchan, ríen, engañan y traicionan". Y así continuó mientras mi rostro enrojecía y palidecía de indignación al escuchar cómo nuestra noble nación, señora de las artes y las armas, azote de Francia, árbitro de Europa, sede de la virtud, la piedad, el honor y la verdad, orgullo y envidia del mundo, era tratada con tanto desprecio".</div><br /><div align="justify">Jonathan Swift, <em>Los viajes de Gulliver</em></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-46376660397959611952008-11-28T14:49:00.007+01:002008-11-28T15:13:46.143+01:00Con manto de estrellas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3Po1oHpFIH3rndqO1fXppM9QcHPO0ufeTHvDTrzSUTnewqFWQViAVr_7CkHubDi_eCxYxZ-AwNlIitOhDZr4H_cnjr3HUbsMKT9f8AJB616i5rk6hGPV8jV78nptIFBglYNQYNkAAeHA/s1600-h/braun_hogenberg_V_7_m%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5273711070284523426" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 304px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3Po1oHpFIH3rndqO1fXppM9QcHPO0ufeTHvDTrzSUTnewqFWQViAVr_7CkHubDi_eCxYxZ-AwNlIitOhDZr4H_cnjr3HUbsMKT9f8AJB616i5rk6hGPV8jV78nptIFBglYNQYNkAAeHA/s400/braun_hogenberg_V_7_m%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div> Hermosa compostura<br /><div><div>de esa varia inferior arquitectura,</div><div>que entre sombras y lejos</div><div>a esta celeste usurpas los reflejos,</div><div>cuando con flores bellas el número compite a sus estrellas,</div><div>siendo con resplandores<br />humano cielo de caducas flores.</div><div> Campaña de elementos,</div><div>con montes, rayos, piélagos y vientos:</div><div>con vientos, donde graves</div><div>te surcan los bajeles de las aves;</div><div>con piélagos y mares donde a veces </div><div>te vuelan las escuadras de los peces;</div><div>con rayos donde ciego</div><div>te ilumina la cólera del fuego;</div><div>con montes donde dueños absolutos</div><div>te pasean los hombres y los brutos:</div><div>siendo, en continua guerra, </div><div>monstruo de fuego y aire, de agua y tierra.</div><div> Tú, que siempre diverso, </div><div>la fábrica feliz del Universo</div><div>eres, primer prodigio sin segundo,</div><div>y por llamarte de una vez, tú, el Mundo,</div><div>que naces como el Fénix y en su fama</div><div>de tus mismas cenizas.</div><br /><div>Calderón de la Barca, <em>El gran teatro del mundo</em></div></div></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-36707819115639814422008-11-05T12:58:00.009+01:002008-11-05T16:50:34.200+01:00El tiempo del mundo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUuNGnhbJbCmhYZG_RlKbUHlH4fZUHa7Iv80k0Xv-fxY8eKtWvN_BCC67kTcIXgaESwkFdTDgJjOylZ2U97D4ZF41wrt9BmkuVO2XKZfHpV_6Edirq2iqIyzfnYUq2P_xM4LFUFMbZnCY/s1600-h/Marrakech+2008+019.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5265147843397399890" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUuNGnhbJbCmhYZG_RlKbUHlH4fZUHa7Iv80k0Xv-fxY8eKtWvN_BCC67kTcIXgaESwkFdTDgJjOylZ2U97D4ZF41wrt9BmkuVO2XKZfHpV_6Edirq2iqIyzfnYUq2P_xM4LFUFMbZnCY/s400/Marrakech+2008+019.JPG" border="0" /></a><br /><div align="justify">Cuando hace unos meses realicé junto con mis compañeros de clase un viaje a Egipto, observé que allí la gente vivía a un ritmo diferente al nuestro. Andando por las calles de pueblos y ciudades, o simplemente mirando a través de las ventanas del autobús, resultó que las personas que aparecían ante mis ojos actuaban careciendo siempre de cualquier idea de “velocidad”. Allí, los términos de “lento” y “rápido”, seguramente no tenían ningún sentido, porque allí, sencillamente las cosas se hacían o se dejaban de hacer. Por ello, nunca me extrañó ver a la gente sentada en el suelo de las aceras o de los campos a cualquier hora del día, en compañía de alguien o solos, de una edad o de otra, simplemente mirando a ninguna parte. ¿Es que esas personas no tenían otra cosa que hacer un martes a las once de la mañana que estar sentados en el suelo con la mente totalmente inactiva? En Marrakech, donde hace muy poco estuve, pude comprobar que allí pasaba exactamente lo mismo, parecía que en esa ciudad las personas no tenían ningún aprecio por el tiempo. Además, en esta ocasión, al viajar solo y no depender de ningún itinerario impuesto por nadie (excepto el mío propio), me dejé llevar por ese hipnótico y desesperante ritmo, tan pesado como su clima o su olor. Así puede entenderse que yo, que tantas ganas tenía por destrozarme los pies andando ininterrumpidamente, dejase pasar las horas en la terraza de una cafetería degustando un té de menta. Y no sé muy bien si porque yo voy buscando este tipo de cosas o porque son estas cosas las que se acercan a mí, hoy ha caído en mis manos un libro de Ryszard Kapuscinski , en el que este hombre narra en primera persona su peculiar experiencia con el tiempo africano.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">"Basta con aparecer en la plaza en que se amontonan decenas de autobuses para que nos rodee un enjambre de niños, gritando a cual más fuerte, la pregunta de adónde queremos ir: ¿a Kumasi, a Takoradi o a Tamale?</div><div align="justify">-A Kumasi.</div><div align="justify">Los que pescan a los pasajeros que van a Kumasi nos dan la mano y, saltando de alegría, nos conducen al autobús adecuado. Están contentos porque, por el hecho de haber encontrado pasajeros, recibirán del conductor una naranja o un plátano.</div><div align="justify">Nos subimos al autobús y ocupamos los asientos. En este momento puede producirse una colisión entre dos culturas, un choque, un conflicto. Esto sucederá si el pasajero es un forastero que no conoce África. Alguien así empezará a removerse en el asiento, a mirar en todas direcciones y a preguntar: "¿Cuándo arrancará el autobús?" "¿Cómo que cuándo?". le contestará, asombrado, el conductor, "cuando se reúna tanta gente que lo llene del todo".</div><div align="justify">El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: "Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por sí mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior". El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.</div><div align="justify">Los hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos, el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica, subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso (por supuesto, sólo aquel que obra con el visto bueno de los antepasados y los dioses). El tiempo, incluso, es algo que el hombre puede crear, pues, por ejemplo, la existencia del tiempo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento se produzca o no, no depende sino del hombre."</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Ryszard Kapuscinski, <em>Ébano</em></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-20720485081553592332008-10-25T10:14:00.011+02:002008-10-25T15:44:27.477+02:00Un té desde el Café de la France<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiApg-EDwBrVTdWMXbJbsh2bgvDWbLKsNFvnKNLS89cF7HXogv9aEaYqzNGEBPNmRxPf8XxrKx_AYa0jZAHjFxHEQ9gGovlvAdbSaYERSXB1hrcZcYrT19jbDNZk7wrZ5U1_nRb3ZLEqo/s1600-h/Marrakech+2008+037.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5261004692626638802" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiApg-EDwBrVTdWMXbJbsh2bgvDWbLKsNFvnKNLS89cF7HXogv9aEaYqzNGEBPNmRxPf8XxrKx_AYa0jZAHjFxHEQ9gGovlvAdbSaYERSXB1hrcZcYrT19jbDNZk7wrZ5U1_nRb3ZLEqo/s400/Marrakech+2008+037.JPG" border="0" /></a><br /><div><div align="justify">Paré de caminar frente al café de la France, ya cansado, y decidí tomar allí un té a la menta. Cuando me dirigí a la puerta avanzando entre las mesas de la calle, uno de los camareros, mayor como todos, y vestido con un impecable traje negro, me indicó con la mano el lugar en el que se encontraban las escaleras para subir a la planta de arriba. En el interior del café no había nadie, tan sólo un chico joven sentado en un sillón rojo al fondo de la enorme sala, con la mirada perdida, y que ni siquiera se percató de mi presencia. Totalmente inactivo, supuse que simplemente estaba dejando pasar el tiempo, algo a lo que esta ciudad arrastra a mucha gente de forma arrolladora. El ventilador del techo, girando a un ritmo lento pero constante, se veía reflejado en el reluciente mármol de las mesas y en los cristales de las fotografías que colgaban de la pared, dando la impresión de que todo ese sitio se movía al compás de la música que venía del exterior. Ni siquiera allí podía estar tranquilo. Atravesando la vacía y vibrante sala, llegué a la puerta que daba a las escaleras, cuando un chico estaba vaciando un gran cubo con agua y jabón desde lo más alto de ellas. Permanecí un momento quieto, y el chico me gritó algo en árabe que no entendí. Después se dio la vuelta, y desapareció, así que subí uno a uno los escalones, a contracorriente. Ya arriba, pude ver cómo toda esa cascada de agua y jabón acababa desembocando en la sala de abajo, corriendo entre las mesas y las sillas hasta llegar a la calle. Por un momento, el fuerte olor del exterior se ocultó tras el suave aroma del jabón, y me sentí liberado. La terraza de arriba estaba llena de gente, casi todos franceses, que allí se sentían como en su casa. El camarero me dirigió a una mesa situada junto a la barandilla, así que pude ver el espectáculo en primera fila. Me senté, pedí un té, y comencé a observar desde lo alto. Al atardecer, era cuando en <em>la Place</em> se reunía un mayor número de personas, todas diferentes, todas en movimiento. Desde mi posición, me parecía estar asistiendo a un gran ballet improvisado, a una enorme obra de arte incapaz de mantenerse un solo momento en la misma posición. Djemaa el-Fna se transformaba segundo a segundo, porque cada figura, cada color o luz, cada olor, mutaba constantemente, adoptando formas sorprendentes y cambiantes. Y sin embargo, su aspecto era el de otra época, el propio de aquellos sitios cuyas tradiciones pesan más que los nuevos vientos. Era el lugar de siempre, era pura contradicción. Justo debajo de mí, un viejo cuentacuentos vestido con su chilaba, un gorrito blanco, unas gafas de sol y unas zapatillas de deporte, daba palmadas y lanzaba los brazos al aire cuando, en algún punto de su historia, se requerían tales gestos. Alrededor, un gran grupo de gente se amontonaba para escuchar lo que la experiencia tenía que enseñarles, y para sentir todo ese dramatismo de lo cotidiano. El camarero llegó para traerme el té, y rellené mi vasito de cristal con la tetera metálica, que estaba ardiendo. Para dar mi primer trago, todavía tendría que esperar un poco. Abajo, los vendedores de zumo de naranja gritaban desde lo alto de sus caravanas a todo aquel que se acercaba para atraer su atención, pero en rara ocasión lograban vender nada. Casi totalmente rodeados de naranjas, lo que sí que conseguían era hacer reír a las chicas que por allí cerca pasaban. Un poco más al fondo de la plaza, un conjunto de motoristas pasaron rápidamente, haciendo sonar sus bocinas y esquivando con verdadera maestría a los turistas. También era muy corriente ver a los caballos tirando de calesas, o a los burros arrastrando enormes carros llenos de alfombras, muebles, vajillas, frascos de especias, vestidos o telas, y dirigiéndose torpemente hacia la oscuridad de los zocos para abastecer a los pequeños comercios. Con el primer sorbo de mi té, observé que el cielo sobre Djemaa el-Fna comenzaba a adquirir un inquietante tono grisáceo, y que el sol desaparecía poco a poco tras la columna de humo que se levantaba por las barbacoas de la plaza, para finalmente ocultarse del todo bajo las fachadas de las casas. El sabor de la infusión era fuerte, intenso, y a decir verdad, refrescante. Era perfecto para ese momento. En la azotea de la casa de enfrente, dos conejos jugaban a perseguirse el uno al otro, sorteando velozmente las antenas parabólicas y ocultándose tras algunos trozos de muro derribados. Y cuando en un momento dado se encendieron los dorados faroles de las fachadas de las tiendas, los dos animales corrieron instantáneamente hacia las sombras. La tienda de lámparas era con diferencia la más espectacular de todas las tiendas de la plaza, pues al oscurecer el cielo, todas sus luces se encendieron, y aquel puesto empezó a brillar con una variadísima gama de colores. Según el tono de los cristales de los faroles, las luces podían ser más cálidas o más frías, azules, rojizas o doradas, amarillas o verdosas. Los adoquines del suelo adoptaron así el color del fuego al reflejar todo ese derroche de luz, y el vendedor, sentado en su silla de mimbre con las piernas cruzadas, se transformó en una figura azulada. Con otro sorbo a mi té, escuché detenidamente el sonido estridente de la flauta del encantador de serpientes, que aunque había estado sonando incesantemente durante todo el día, no llamó hasta entonces mi atención. Sin embargo, cuando ahora paro a pensar en Djemaa el-Fna, soy incapaz de hacerlo si no es con esa odiosa música de fondo. Un hombre sacaba la serpiente de una cesta y se la colgaba del cuello, después bailaba. Y si algún turista se detenía para mirarlo, el encantador corría hacia él con la serpiente, así que casi nadie se acercaba nunca. Muy cerca, y bajo una enorme sombrilla verde, dos mujeres se dedicaban a hacer tatuajes de henna a unas niñas, pero a falta de luz, encendieron una pequeña lámpara de gas. Ya me empezaba a llegar el olor a carne, cocinada a vista de todos en la plaza, y rellené de té mi vaso. El cielo oscureció entonces por completo, y ese momento fue aprovechado para iniciar desde las mezquitas los cantos para la llamada al rezo. Primero en una, sonó la voz entrecortada de su megafonía, y abrió sus puertas. La luz blanca de su interior llegaba a la calle, y poco a poco los hombres iban acercándose, para dejar sus zapatos en el mueble de la entrada, y arrodillarse uno tras otro en el suelo alfombrado. Pronto inició su canto la segunda mezquita de la plaza, y después se unió la tercera, formándose entonces un nudo de sonidos extremadamente misterioso. Sin embargo, este ritual llegó a su apoteosis cuando el adhan sonó desde el alminar de Koutoubia. Mucho más altos que el resto, los rezos cantados por su muecín debían oírse en toda la ciudad. Djemaa el-Fna se transformó de nuevo, cambió de rumbo, se trasladó de sitio. Con esa voz atravesando el cielo, por un instante dejaron de escucharse tambores, flautas y panderetas, con esa voz el humo se hizo más grande y más espeso. Di el último trago a mi té de menta. Veinte dirham encima de la mesa, y estaba listo para bajar a la plaza, para convertirme en un actor más en el teatro eterno. Seguramente era la voz de África, que me llamaba de nuevo.<br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5261004113829387842" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-7lQRteOMD-tOB9CgIUUZ1vUnUB_6ckPQxvsVFA7KT1PLDUfMzvNR4l5WSsDZLB4dtSZvG5Uc2UF1p4Bkn4zxxB88cfSorblAKqitWJVe_UHjsrUw36zW9hCg_ZiQZ0dqhIpj98tTBPU/s400/Marrakech+2008+040.JPG" border="0" /> <div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-17857455189220851692008-09-25T10:18:00.005+02:002008-09-25T10:49:39.476+02:00Otra visión (según Cervantes)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvirImRbkmZPzYDKtp3k1W8qHd8-mATJjdCd6cOZBeLin_H6thml8ymgtzdvGLYBiyZZIFkUYA3JC6FD85XM0mjBJiuiLnUQbpAW5jTfbTE6nlrV46Riwn0WQVAB3bSescZflM25WpsLs/s1600-h/artepinturavenusyadonis01%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5249878083556303458" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvirImRbkmZPzYDKtp3k1W8qHd8-mATJjdCd6cOZBeLin_H6thml8ymgtzdvGLYBiyZZIFkUYA3JC6FD85XM0mjBJiuiLnUQbpAW5jTfbTE6nlrV46Riwn0WQVAB3bSescZflM25WpsLs/s400/artepinturavenusyadonis01%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro (que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima) se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de <em>tuyo</em> y <em>mío</em>. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república de solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar, ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta: porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos."</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Miguel de Cervantes Saavedra. <em>Don Quijote de la Mancha</em></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-79076507745780536132008-09-19T18:34:00.005+02:002008-09-22T09:14:50.040+02:00El hombre, un animal egoísta<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9mdaKHYwoOOacI2yYzJRVoUkwhy3_1jZBICFQqytyF5uwUsIRzwCfvwi2KJr19ypImbgTnVHvlBkqfN8azjS8-FHMWVXC0JxBI70DMjXijTzEE_LV9t2EPCRIjR7DlWJzYe2AImHfsdc/s1600-h/fuego_exped7b-night-expedition-eruption-fuego%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5247775951183957890" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9mdaKHYwoOOacI2yYzJRVoUkwhy3_1jZBICFQqytyF5uwUsIRzwCfvwi2KJr19ypImbgTnVHvlBkqfN8azjS8-FHMWVXC0JxBI70DMjXijTzEE_LV9t2EPCRIjR7DlWJzYe2AImHfsdc/s400/fuego_exped7b-night-expedition-eruption-fuego%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Al principio de todo, cuando los hombres todavía no tenían pleno conocimiento de sus propias cualidades y límites, sucedió algo que cambió el orden de las cosas. En torno a la hoguera, que todos veneraban, se alimentaban noche tras noche aquellos seres salvajes, golpeándose los unos a los otros para poder mordisquear un poco a la criatura del campo que habían capturado. Desde lejos, vistos desde la total penumbra, e iluminados furiosamente por el fuego, se hubiera podido asegurar que todos ellos eran iguales. No lo eran. De entre todas esas bestias salvajes, que se pegaban instintivamente por un poco más de carne, había uno que simplemente observaba. Mientras todos agitaban velozmente sus extremidades removiendo la tierra y haciendo saltar por los aires algunos trozos de ramas secas y hierbas que rodeaban al fuego, en silencio esperaba aquel personaje singular, tan peludo como el resto de sus compañeros, pero infinitamente más inteligente. El primer hombre pensaba. La quietud, el reposo, la observación o la meditación, eran caracteres humanos que hasta ese momento no habían tenido lugar en la tierra. Tan sólo él, el primero, fue quien, sin abalanzarse sobre la comida como un perro salvaje, supo contener sus instintos más primarios y esperar al momento más adecuado para enseñar su situación en el grupo. Fue cuestión de segundos, todos aquellos seres impulsivos acabaron sintiendo la presencia del superior, y cuando sucedió esto, todos intentaron imitarle, permaneciendo quietos, expectantes, atemorizados. La carne, tirada en el suelo, medio cruda y mezclada con las piedras, ya no tenía ninguna importancia. Sólo él, el extraño, aquel que les miraba con expresión en la cara, con la mirada del que observa y recoge, era el centro de atención. Desde aquel momento, el hombre comió el primero, y cuando se hubo saciado, comieron los demás. Y cuando en una jornada de caza el grupo se encontraba con otros seres semejantes en mitad del campo, estos se unían, subordinados al hombre pensante. En poco tiempo, el grupo se amplió mucho, y consiguió multiplicarse una y otra vez, a las órdenes del señor. Ese fue el origen de nuestra especie, así empezó nuestra historia, con la aparición de la criatura inteligente y egoísta. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">"La motivación más importante y fundamental del ser humano, como de los animales, es el <em>egoísmo</em>, es decir, el ansia irrefrenable de existir y llevar una vida agradable. (...) El <em>egoísmo</em> está conectado, e incluso se identifica, con el núcleo más íntimo y esencial de los animales y el hombre. Por eso casi todas las acciones humanas proceden del egoísmo, y siempre se debe comenzar por éste cuando se trata de explicarlas; como también está en la base del cálculo de los medios por los que se puede inducir a los hombres a perseguir determinados fines. El <em>egoísmo</em>, en sí mismo, no conoce fronteras. El ser humano desea preservar su existencia a toda costa; estar absolutamente libre de dolores (incluyendo entre éstos las carencias y la pobreza); obtener la mayor suma de bienestar posible; y disfrutar de cualquier placer que pueda sentir, incluso desarrollar dentro de sí nuevas formas de experimentar placer; todo lo que se opone a su egoísmo despierta su animadversión, su cólera y su odio, e intenta aniquilarlo como si se tratase de un enemigo. Quiere, hasta donde ello sea posible, disfrutar de todo, poseerlo todo; pero como esto es imposible, al menos aspira a gobernarlo todo: "¡Todo para mí y nada para los demás!", he ahí su consigna. El egoísmo es colosal y se erige por encima del mundo."</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Arthur Schopenhauer. <em>El arte de insultar</em>.</div><br /><div align="justify"></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-47424769293983206062008-09-18T12:34:00.011+02:002008-09-18T16:21:01.879+02:00Prólogo de los "Entremeses" de Cervantes<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgF_5C5pz_4IYHCvCLOrkU5D4qey-F8S8zTWE6K_WUdVvK_edcrd0iMuUk8N8DmI5dHVXzXwc7vBQ1DTgPZhjXSbh9YNFTgvdp_K3KazR5xoNmZjFcGDa0F6A7ZvJzi7K6eKJoQA8JgEcM/s1600-h/comfront%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5247366140090400754" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgF_5C5pz_4IYHCvCLOrkU5D4qey-F8S8zTWE6K_WUdVvK_edcrd0iMuUk8N8DmI5dHVXzXwc7vBQ1DTgPZhjXSbh9YNFTgvdp_K3KazR5xoNmZjFcGDa0F6A7ZvJzi7K6eKJoQA8JgEcM/s400/comfront%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">"No puedo dejar, lector carísimo, de suplicarte me perdones si vieres que en este prólogo salgo algún tanto de mi acostumbrada modestia. Los días pasados me hallé en una conversación de amigos, donde se trató de comedias, de las cosas a ellas concernientes, y de tal manera las sutilizaron y atildaron que, a mi parecer, vinieron a quedar en punto de toda perfección. Tratóse también de quién fue el primero que en España las sacó de mantillas y las puso en toldo y vistió de gala y apariencia; yo, como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fue natural de Sevilla y de oficio batihoja, que quiere decir de los que hacen panes de oro; fue admirable en la poesía pastoril, y en este modo, ni entonces ni después acá ninguno le ha llevado ventaja; y aunque por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos ahora en la edad madura que tengo, hallo ser verdad lo que he dicho; y si no fuera por no salir del propósito del prólogo, pusiera aquí algunos que acreditaran esta verdad. En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado y en cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados, poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo o ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, el cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo. Murió Lope de Rueda, y por hombre excelente y famoso le enterraron en la iglesia mayor de Córdoba (donde murió), entre los dos coros, donde también está enterrado aquel famoso loco Luis López.<br /><br />Sucedió a Lope de Rueda, Navarro, natural de Toledo, el cual fue famoso en hacer la figura de un rufián cobarde; éste levantó algún tanto más el adorno de las comedias y mudó el costal de vestidos en cofres y en baúles; sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público; quitó las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sin barba postiza, e hizo que todos representasen a cureña rasa, si no eran los que habían de representar los viejos u otras figuras que pidiesen mudanza de rostro; inventó tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y batallas; pero esto no llegó al sublime punto en que está ahora.<br /><br />Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra el salir yo de los límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid representar <em>Los tratos de Argel</em>, que yo compuse; <em>La destrucción de Numancia</em> y <em>La batalla naval</em>, donde me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré o, por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza: corrieron su carrera sin silbos, gritas ni baraúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica. Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas, que es una de las mayores cosas que puede decirse, las ha visto representar u oído decir por lo menos que se han representado; y si algunos, que hay muchos, no han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo.<br /><br />Pero no por esto, pues no lo concede Dios todo a todos, dejen de tener en precio los trabajos del doctor Ramón, que fueron los más después del gran Lope; estímense las trazas artificiosas en todo extremo del licenciado Miguel Sánchez; la gravedad del doctor Mira de Amescua, honra singular de nuestra nación; la discreción e innumerables conceptos del canónigo Tárraga; la suavidad y dulzura de don Guillén de Castro, la agudeza de Aguilar; el rumbo, el tropel, el boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara, y las que ahora están en jerga del agudo ingenio de don Antonio de Galarza, y las que prometen <em>Las fullerías de amor</em>, de Gaspar de Ávila: que todos estos y otros algunos han ayudado a llevar esta gran máquina al gran Lope.<br /><br />Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía, y así las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso nada; y si voy a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo y dije entre mí: "O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos". Torné a pasar los ojos por mis comedias y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores menos escrupulosos y más entendidos. Aburríme y vendíselas al tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece; él me las pagó razonablemente; yo cogí mi dinero con suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes de recitantes. Querría que fuesen las mejores del mundo, o al menos razonables; tú lo verás lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel mi maldiciente autor, dile que se enmiende, pues yo no ofendo a nadie, y que advierta que no tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es el mismo que piden las comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo, y el que el lenguaje de los entremeses es propio de las figuras que en ellos se introducen, y que para enmienda de todo esto le ofrezco una comedia que estoy componiendo y la titulo <em>El engaño a los ojos</em>, que, si no me engaño, le ha de dar contento. Y con esto, Dios te dé salud y a mí paciencia."<br /><br />Miguel de Cervantes Saavedra. 1615 </div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-44724631521960177982008-09-16T11:13:00.003+02:002008-09-16T11:29:13.480+02:00El perro rabioso<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJ6wXP3aC9r083YxJKlC9aMCd7EuhNtYtF-KKIJl_lRWpKwW2PX0YhuCKqmwnKDR-tVW5U3J4E5a7DcoNUKkAa7wJ92JilhwMCYIyhD2BKClWXCY9WJOTVPjTlVTAa3hHJLyNf_0tBldM/s1600-h/333124488_a8fffd8bba%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5246548667065614914" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJ6wXP3aC9r083YxJKlC9aMCd7EuhNtYtF-KKIJl_lRWpKwW2PX0YhuCKqmwnKDR-tVW5U3J4E5a7DcoNUKkAa7wJ92JilhwMCYIyhD2BKClWXCY9WJOTVPjTlVTAa3hHJLyNf_0tBldM/s400/333124488_a8fffd8bba%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><span style="font-size:100%;">No sé... No sé... Pensaba Ernesto sentado en aquel incómodo sofá morado de la sala de espera. Frente a él, una televisión le mostraba el espectáculo del que pronto él mismo sería protagonista. Quizás esta no era la mejor manera de hacer las cosas, reflexionó. Un hombre y una mujer se dieron un cálido abrazo después de muchos años en los que habían estado separados, y una suave música de piano sonó de fondo justo a tiempo para poner un buen final a la historia. Un cambio de plano, y la presentadora sonrió a la cámara, al tiempo que levantaba su fajo de tarjetas que contenían el guión del programa, para pasar a la siguiente. En ese instante un hombre entró sin avisar en la habitación de Ernesto, “Su turno, vamos”, y Ernesto se levantó del sofá apoyando las manos en sus rodillas. Por un estrecho pasillo muy mal iluminado caminó tras el hombre que le indicaba el camino, hasta que en un punto paró, frente a una puerta de cristal. “Espere un momento”. No sé... No sé... No sé si me habré equivocado... Al terminar los aplausos provocados para incrementar la emotividad de la anterior historia, la presentadora comenzó a hablar de nuevo para dar paso al siguiente invitado. “Ernesto, un pastor leonés de 38 años, ha venido a nuestro programa para conocer a su cibernovia, a la que nunca ha visto. ¡Un fuerte aplauso para Ernesto!” Desde el otro lado de la puerta, Ernesto escuchó estas palabras, y se arrepintió profundamente de haber acudido a la televisión. Todos se reirán... Dios mío qué miedo. “Empuje la puerta, vamos”, y Ernesto obedeció automáticamente. Empujó el cristal, y se convirtió en el centro de atención de todo el público, que ahora aplaudía efusivamente a las órdenes del regidor. Bajo las decenas de focos que colgaban de los altos techos del plató, y frente a las cámaras que le seguían a su paso, Ernesto avanzó dejando atrás a los anteriores invitados, hasta llegar a la silla que le correspondía. No dejó de mirar al suelo en todo el rato, pero al sentarse, levantó la vista para ver a la presentadora dando una rápida leída a su tarjeta. “Hola Ernesto” Los aplausos se apagaban poco a poco, y Ernesto acumuló algo de valor para hablar. “Hola... estoy un poco nervioso...” Una reacción muy normal en los invitados al programa era la de ponerse nerviosos y no poder comunicarse con facilidad. La presentadora intentaba calmarlos diciendo que debían estar tranquilos, que sólo iban a hablar, y justamente eso fue lo que le dijo en esta ocasión a Ernesto. “Sí, ya estoy mejor” “Ernesto, hace unos meses conociste a Laura por Internet, ¿verdad? ¿y qué pasó entonces?” Ernesto tragó saliva, y pensó en las funestas consecuencias que podría tener todo ese show de no salir correctamente. Nadie en el pueblo lo olvidaría, todos se reirían de él, hablarían a sus espaldas, le señalarían por la calle, le tratarían como a un bufón, o aun peor, como a una criatura maldita. Paralizado, y pensando en todas estas cosas, Ernesto dejó pasar los segundos en silencio, mientras que en el público la gente empezaba a mirarse con cara de satisfacción y algunas risas ya podían escucharse. “Ernesto, ¿se encuentra bien?”, preguntó la presentadora con una amplia sonrisa en la boca, y el invitado le contestó con una mirada de pánico absoluto. Al observar esto, todo el público echó a reír fuertemente, y la presentadora se llevó la mano a la boca exagerando algo sus gestos. “¡Un fuerte aplauso para Ernesto por favor!”. Y las carcajadas fueron sustituidas por palmadas, mucho más fuertes que las de antes y acompañadas por algunos silbidos, provocados sin duda por la excitación general. Ernesto, que permanecía quieto como una estatua, ya no tenía fuerzas ni para salir corriendo, en su cabeza tan sólo había sitio para el terror. Volvió de nuevo su mirada al suelo, y de repente, como si de un niño temeroso se tratara, empezó a llorar, causando el descontrol en el plató. La presentadora se llevó la mano a la oreja para escuchar lo que le decían desde la redacción, e inmediatamente se acercó a Ernesto, que tenía las dos manos abiertas sobre la cara para tapar los enormes lagrimones que le caían. “Tranquilo Ernesto, tranquilo. Vamos a hacer una cosa, quédate aquí tranquilo y damos paso a Laura, que está esperando en otro cuarto y todavía no nos ha visto”. Ernesto bajó sus fuertes y agrietadas manos, y la presentadora pudo observar su rostro ruborizado, suplicándole acabar con ese infierno. Pero tras pasar la tarjeta que por cuestiones del directo no tuvo que utilizar, la presentadora continuó como pudo con el guión. “Laura tiene 24 años y trabaja en una peluquería de Oviedo, pero su sueño siempre ha sido ser cantante. ¡Un aplauso para Laura!” Al momento apareció por la puerta de cristal una chica preciosa, y el público masculino comenzó a lanzar silbidos y comentarios “¡Guapísima!”. Ella saludaba agradecida con la mano, mientras sus piernas casi totalmente descubiertas atraían la atención de Ernesto, que a estas alturas pensaba que el corazón le iba a estallar. Al pasar Laura por delante, el pobre campesino se llevó la mano a la boca y elevó la mirada a los focos del techo, causando de nuevo la admiración del público. Laura se sentó en su silla, cruzó lentamente las piernas y puso esa cara que tantas veces había estudiado frente al espejo. El infeliz Ernesto no dejaba de mirarla, de estudiarla, recorría con la mirada cada rincón de su cuerpo, y sufrió muchísimo al hacerlo. Tenía que haber hecho caso a mi madre, pensó, en el pueblo hay algunas chicas, no hacía falta venir aquí. “Laura, rápidamente, ¿qué es lo que a ti más te gusta?” La chica sonrió y se dispuso a iniciar su más o menos preparado discurso. “Cantar. Desde que tengo uso de razón a mí lo que más me ha gustado es cantar. Siempre he sido una artista en mi interior... y eso... quiero triunfar” Pero Laura en realidad no estaba allí para eso, y no cantaría esa tarde su canción. “Has venido aquí porque alguien quiere decirte algo importante. Mira a la pantalla Laura” Y la presentadora señaló con la mano una enorme pantalla que colgaba de la pared, y en la que se leía “Laura, sé que te quiero desde que te conocí por Internet” A Laura le cambió automáticamente la expresión de la cara, y miró a la presentadora pidiendo una explicación “¿Quién es, mi novio?” “¿No hay nadie especial a quien te gustaría conocer?” Laura continuaba extrañada. “Te doy una pista. Se llama Ernesto, y está a tu lado. ¡Un aplauso!” Y con ese nuevo aplauso de fondo, Laura y Ernesto se vieron por primera vez. Él sonrió como pudo, todavía sofocado, pero ella se llevó la mano a la cara inmediatamente, y desvió la cabeza hacia otro lado. “Ernesto, dile a Laura lo que nos has dicho antes” Pero Laura no quería escuchar nada, y mantenía su cara tapada y su cuerpo ligeramente girado hacia el otro lado. “Pues bueno, lo que pone en la pantalla... que me gustaría que nos conociéramos... un poco” Laura se quitó bruscamente la mano de la cara y contestó “¡Pero si yo tengo novio! Este es el pesao que no me deja en paz y que no me dice más que guarradas... ¡Ay por favor!” Ernesto se volvió de nuevo hacia la presentadora, que aguantó la mirada sin decir absolutamente nada, esperando algo más de todo aquel espectáculo, y el público volvió entretanto a perder la compostura. Por favor, Dios, haz algo, sálvame. “La chica con la que hablé por teléfono me prometió que yo venía aquí a cantar, no a nada de esto” Puta, puta, puta, me has engañado. Todos se reirán de mí, nadie me querrá nunca. Puta, puta, ¿por qué?, ¿y todos esos ratos? Puta mentirosa. “Venga Ernesto, no llores más. Seguro que muchas chicas que te han visto por televisión querrán ahora conocerte. Y Laura, puedes volver aquí cuando quieras a cantarnos esa cancion, ¿vale?” Laura sonrió satisfecha a la presentadora, “¿Pero de verdad eh?” Y todo el plató rió entonces, cuando Ernesto, con la cabeza oculta otra vez entre sus enormes manos, se introducía más y más en un estado de desesperación. ¿Por qué ríes? ¿Qué te hace tanta gracia? Me has destrozado el corazón... Me has destrozado el corazón.<br /><br />“Nuestra siguiente invitada, Alba, quiere darle un escarmiento a su amiga por no haber querido asistir a su última fiesta de cumpleaños. ¡Un fuerte aplauso para Alba!” El público obedeció una vez más, y comenzó a aplaudir mientras por la puerta de cristal aparecía otra chica guapa que también quería lucirse frente a las cámaras. Pero conforme avanzaba hacia su asiento, sus pasos se fueron interrumpiendo hasta que por fin se paró para chillar alocadamente. También el público reaccionó igual, y la presentadora tuvo que tirar sus tarjetas al suelo y correr hacia las sillas de los invitados, cuando vio a Ernesto de rodillas pegando puñetazos a la cara sangrante de Laura. “¡Putaaaaaa!¡Putaaaaaa!” Los cuatro puñetazos que Laura recibió en la cara la dejaron inconsciente y tirada en el suelo sobre un charco oscuro de sangre. Tres hombres de seguridad consiguieron finalmente reducir a Ernesto, que forcejeaba con dureza y continuaba gritando desesperadamente, con los dientes apretados y los ojos cerrados con fuerza, debido a la intensa luz de los focos. La cadena consiguió ese día batir un nuevo récord de audiencia en esa franja horaria. En el pueblo de Ernesto nunca se olvidó lo ocurrido aquella tarde en la televisión. </span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-21376869926337286302008-09-15T17:20:00.003+02:002008-09-15T17:27:01.139+02:00El náufrago<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEispUro9qdEYSvQKmt9dQAt1GMbiXflvgwLzTF87BZ9n9XqfYvdWIa3GkqqAmXY-cVBttqhKUR8-t18w8ZkuRvYpXbAXiGuOwdJBANkR1R7m5q90Njvy0LvupiBT0Vz5mH26EIxnorqSyw/s1600-h/Esopo2%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5246269898547819362" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEispUro9qdEYSvQKmt9dQAt1GMbiXflvgwLzTF87BZ9n9XqfYvdWIa3GkqqAmXY-cVBttqhKUR8-t18w8ZkuRvYpXbAXiGuOwdJBANkR1R7m5q90Njvy0LvupiBT0Vz5mH26EIxnorqSyw/s400/Esopo2%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">"Un ateniense rico navegaba junto con algunos otros. Y, como se hubiera levantado una violenta tempestad y la nave zozobrara, los demás intentaron salvarse a nado, pero el ateniense, invocando sin cesar a Atenea, le prometió innumerables ofrendas si lo salvaba. Uno de los otros náufragos, al pasar a su lado nadando le dijo: "Aunque te proteja Atenea, mueve también los brazos"</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;"><em>Fábulas </em>Esopo</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-40537826186741486322008-08-06T17:08:00.007+02:002008-08-06T20:06:17.971+02:00Viaje a Madrid. Primer día.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEib_Sp_9qemvk-z3HlhjHlKUjrbcIbw7KYiQyZmsnG41cvP61u_wiAaP6bbgPkRbb777AkSV80BfUkaLXta2LcNUDCvvrmUHgerKAb1moZoWUpIvK71YI7x4xCvGkQ_wwhLsMbi7NEmZxQ/s1600-h/Madrid+2008+020.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5231431345855302050" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEib_Sp_9qemvk-z3HlhjHlKUjrbcIbw7KYiQyZmsnG41cvP61u_wiAaP6bbgPkRbb777AkSV80BfUkaLXta2LcNUDCvvrmUHgerKAb1moZoWUpIvK71YI7x4xCvGkQ_wwhLsMbi7NEmZxQ/s400/Madrid+2008+020.JPG" border="0" /></a><br /><div><div align="justify"><div><div align="justify">A las 7:54 de la mañana el tren salía puntual de la estación Delicias de Zaragoza con destino a Madrid. Conforme iba aumentando la velocidad, una voz de mujer comenzó a comunicar a todos los pasajeros el destino, las paradas y la hora exacta de la llegada a la estación de Atocha: las 9:23; después, la agradable voz concluyó diciendo: “Les deseamos un feliz viaje”. En ese momento, mirando por la ventana, pude observar como los objetos y las formas más inmediatas a las vías empezaban poco a poco a distorsionarse y a fundir sus colores por la velocidad. Un panel luminoso situado en la entrada del vagón informaba de que el tren ya había alcanzado los 302 kilómetros por hora, y de que la temperatura en ese momento en el interior era de 20 grados centígrados. No lo pude evitar, comencé a pensar sobre la naturaleza del viaje, sobre su concepto y sobre su evolución en el tiempo. ¿El transcurso de los viajes siempre había sido “feliz” siglos atrás? ¿Cómo eran las condiciones del viaje? ¿Es que acaso la velocidad, y por tanto el tiempo, no eran cosas que en el pasado escaparan al control de los viajeros? Irremediablemente, los viajeros contemporáneos hemos perdido el contacto con cantidad de elementos que antaño eran fundamentales durante el transcurso de una travesía. Actualmente es complicado que nos familiaricemos con el espacio que atravesamos cuando nos dirigimos a otro sitio, sencillamente porque nos saltamos ese paso. El espacio y el tiempo eran dos dimensiones incontrolables siglos atrás, con lo que los viajeros no podían planificar ni esperar nada en sus viajes, y además se exponían a multitud de peligros (hasta el punto de que durante los siglos XVI y XVII fuese muy frecuente redactar el testamento antes de partir). El viaje era difícil y peligroso, era largo con frecuencia, e incómodo siempre. Hoy ya no existe nada de eso, porque viajar de Zaragoza a Madrid no contiene ninguna dificultad, ni esconde peligro alguno, dura muy poco tiempo y es muy cómodo. ¿Podríamos establecer por tanto algún parentesco entre los viajes que realizamos todos en la actualidad y los que se hacían, por ejemplo, hace cuatrocientos años? Yo creo que es casi imposible. Como concepto, lo más parecido al sistema de viajes que hoy se frecuenta podría encontrarse tal vez en el siglo XVIII, cuando los jóvenes europeos pertenecientes a la nobleza atravesaban los principales caminos de todo el continente al término de sus estudios, con el fin de “entender” y de entrar en contacto con el mundo. Aún con eso, no podríamos decir que ese tipo de viajes, en los que se esperaba conocer y descubrir (como en los nuestros), tuviesen mucha relación con los actuales, porque en la Ilustración los hombres todavía tenían por fuerza que atravesar físicamente los espacios. En esencia, lo que separa ese estilo de viaje anterior y el nuestro, es que antes se realizaba dentro de los límites marcados por la naturaleza, mientras que en el presente esa idea fundamental ya no tiene ninguna importancia, ya que un viajero es muy capaz hoy de atravesar esa naturaleza incluso dormido.<br /><br />A las 9:23 llegué tal y como estaba previsto a la estación de Atocha, y bajo su gran bóveda acristalada me dejé cubrir por el agradable vapor de agua que salía despedido de entre las enormes plantas que me rodeaban. Otros jóvenes viajeros, estos ya de vuelta, dormían tumbados en los bancos de la gran sala, totalmente agotados tras lo que seguramente había sido una agotadora aventura. Me acerqué a la oficina de turismo de la estación, y pedí un mapa de la ciudad (elemento fundamental del viaje), que enseguida me dieron. Salí por la puerta que daba a la plaza Emperador Carlos V y crucé hasta el Paseo del Prado, donde se encontraba mi hotel. Ese lugar en el que pasaría las dos noches siguientes era el Hotel Mora, de dos estrellas, muy cómodo y limpio. Hacía unas semanas que me había alojado en ese mismo sitio con mis padres al volver de Salamanca, y habíamos estado muy bien (además, para mí tenía el aliciente de que estaba prácticamente enfrente del Museo del Prado), así que no me lo pensé demasiado a la hora de planificar el viaje y decidirme. Al entrar en el hotel, tres chicas estaban subidas a unas escaleras limpiando los cristales de la puerta y algunos espejos del vestíbulo, así que tuve que esquivarlas para acercarme al mostrador. Una vez allí, verifiqué los datos de la reserva con el recepcionista, el mismo chico de la otra vez, muy serio y algo antipático. Le di mi DNI para que comprobara lo acordado por teléfono, y entonces nos interrumpió súbitamente una mujer que parecía enfadada; por el acento supuse que era francesa, aunque hablaba en inglés para entenderse con el recepcionista. Este no aceptó ninguno de los comentarios de la señora, y enseguida le echó alguna mirada de desprecio, que causó la indignación de la extranjera. La pelea, provocada al parecer por el extravío de una factura y su correspondiente confusión, combinado con el desafortunado carácter de los dos implicados, hizo que se llegara a momentos algo delicados. Las chicas de la limpieza ya habían dejado de trabajar, y todavía subidas en sus escaleras, veían intrigadas el espectáculo. Cuando el agresivo recepcionista empezó a insultar a la mujer (en español), esta decidió marcharse aceleradamente, y antes de salir por la puerta aun tuvo tiempo de escuchar las cosas horribles que el otro le gritaba: “¡Vete puta de mierda!”. Cuando la señora desapareció, el recepcionista apuntó con la mano que sostenía mi DNI hacia la puerta, y amenazó con matarla. Una de las chicas de la limpieza sonrió al ver mi expresión de pura alucinación, y yo me esforcé por resultar amable en todo momento, por si acaso. Pronto me dio la tarjeta llave, “La 302, ¿vale?” “Muy bien”, y me dirigí al ascensor para subir a mi habitación. Esta era tal y como yo la recordaba de la anterior vez que estuve allí: pequeña, pero no demasiado, con baño completo, una mesa y una silla, y silenciosa, pese a estar en pleno Paseo del Prado. Aproveché rápidamente para asearme y señalar en mi mapa con un lápiz la ruta que llevaría esa mañana, y después salí ya decidido a patearme Madrid.<br /><br />Para empezar, recorrí el Paseo del Prado hasta la famosa plaza de Cibeles, y pude observar que efectivamente estaba en el centro de la ciudad, ya que la excesiva concentración de coches y personas que había en ese tramo era verdaderamente increíble. Aun así, este es un paseo obligado para todo visitante, pues la gran cantidad de árboles y la majestuosa arquitectura de la zona (además de los museos, por supuesto), hacen que merezca la pena. Desde Cibeles, torcí a la izquierda por la enorme calle de Alcalá, y pasé por delante de varios edificios emblemáticos (Círculo de Bellas Artes, Ministerio de Educación y Ciencia, Convento de la Concepción, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Ministerio de Economía y Hacienda, y el Instituto Cervantes), hasta desembocar en la mismísima Puerta del Sol. Bajo el reloj, un enorme cartel mostraba una imagen de Miguel Ángel Blanco anunciando una exposición, y enfrente, tras la correspondiente barrera de coches, varios grupos de turistas se agolpaban bajo la bella estatua de Carlos III, que en esta ocasión estaba coronado por una paloma. Desde ese punto continué por la calle Arenal, la cual tenía dos importantes alicientes para mí: primero, era peatonal, con lo que pude olvidarme de los coches por un rato (poco); y segundo, estaba totalmente cubierta por un inmenso toldo azul y blanco, así que pude refugiarme del fuerte sol de ese día. Con la mirada fija en el Teatro Real, que se erigía al final de la calle, también pasé por sitios interesantes, como la iglesia de San Ginés, una de las más antiguas de la ciudad aunque reconstruida en el siglo XIX tras un incendio, y famosa por ser refugio de pícaros, rufianes, capeadores y demás delincuentes, que en el siglo XVII se acogían a sagrado en el lugar, atrayendo al mismo tiempo a las prostitutas, que encontraban allí buen negocio. A los pies de esta iglesia, me detuve un rato a mirar los libros usados que se venden en largas hileras, y que atraen por cierto a mucha gente, pero finalmente no compré nada. Tras el Teatro Real, quedé sorprendido por la inmensa proporción de la plaza de Oriente, la más grande de Madrid, y seguramente la que más árboles, jardincillos y plantas contiene, hasta el punto de que probablemente hubiese allí más jardineros que turistas. Con el sonido incesante de los motores de las podadoras, y con el intenso olor del césped recién cortado, permanecí un rato admirando la escultura de Felipe IV creada por Pietro Tacca, y después bordeé la fachada del Palacio Real que daba a la plaza hasta llegar a la calle Mayor. Dejando atrás la plaza más verde del mundo, la estatua regalada por Cosme de Médicis, y a las decenas de jardineros y turistas, llegué a la Plaza Mayor, donde decidí sentarme a tomar una cerveza. Sin haberme fijado demasiado en el sitio en el que iba a sentarme, me encaminé hacia un conjunto de mesas de color rojo, pero justo en el momento en el que iba a decidirme, un camarero llegó corriendo y se dirigió hacia mí sonriente, “¿A la sombrita verdad?”. Yo asentí con la cabeza, y el camarero me llevó a una mesa con mantel azul, al tiempo que el encargado de las mesas de mantel rojo mostraba su expresión de lástima tras haber perdido otro cliente. Después pude observar que el camarero de las mesas azules conseguía atraer a todo el mundo, mientras que el de las mesas rojas todavía no tenía a nadie. Pensé que el camarero de las mesas rojas odiaría al de las mesas azules, aunque en realidad la culpa fuera suya, por incompetente. Pagué los 4 euros de la cerveza, y me acerqué al centro de la Plaza para continuar con mi visita a las estatuas de los reyes españoles de la Edad Moderna; en esta ocasión tocaba la de Felipe III, de Juan de Bolonia y Pietro Tacca, y tan espectacular como las otras. Antes de salir de allí, dediqué unos minutos a recorrer los soportales de la Plaza, para observar los negocios tradicionales que allí había instalados (como una tienda de sombreros y capas), a los músicos, dibujantes de caricaturas, vendedores ambulantes... pero sobre todo a los turistas, que creen que pueden ver todo sin ser vistos. De allí, conecté con la calle Huertas, muy poco transitada a pesar de estar en pleno centro, y adornada con algunas frases escritas en el suelo con letras de oro, pertenecientes a la principales obras de la literatura española. Y así me entretuve hasta llegar de nuevo al Paseo del Prado, cuando ya se había hecho la hora de comer; de todas formas, no me lo pensé demasiado debido a mi cansancio, con lo que entré en el primer Burger King que me encontré (por muy poco que me gusten a mí estos sitios). </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5231430514683323490" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0aF4Thqo2n1mjcVdUkELMbbo_EhrSMfAXLqc0eocEBpwN6UXrMDrd67JMJqey7SIjeTN3lbd_kMq_3eQ3-1tUsm44i_INOixLzfpfgzvV_Fjwgfpnv1Vm1ZME0uhs41UtEbcUtdQlouU/s400/Madrid+2008+028.JPG" border="0" /><br />Tras la fugaz ingesta, fui al hotel para descansar un rato antes de proseguir con mi visita, y allí permanecí tumbado en la cama durante una hora, hasta que dieron las 3 y media de la tarde. Al salir de nuevo a la calle, me dirigí hacia el museo Thyssen-Bornemisza, el plato fuerte del día, que se encuentra en el mismo Paseo del Prado, frente a la fuente de Neptuno (plaza Cánovas del Castillo). Debo decir que este museo fue probablemente el sitio en el que más disfruté durante mi estancia en Madrid, pues tanto la colección que contiene, que es tremendamente interesante, como el propio edificio del museo, que está perfectamente acondicionado para la exposición de obras de arte, me dejaron sinceramente enamorado. Al entrar, lo primero que me llamó la atención fue un gran cuadro sin identificar que se exponía en el vestíbulo, frente a las taquillas (por lo que puede verse sin pagar la entrada). Representaba un cortejo de carrozas desfilando por la Carrera de San Jerónimo, en dirección del Buen Retiro, al tiempo que se mostraba a mucha gente de todo tipo que, o bien quería presenciar el acto, o bien simplemente pasaba por allí. La vista, tomada desde lo alto, mostraba justamente la esquina que corta la Carrera de San Jerónimo con el Paseo del Prado, con lo que pude ver el propio edificio que hoy corresponde al museo Thyssen, que a finales del siglo XVII (época en que aparentemente se realizó la pintura), pertenecería seguramente a algún noble local. Lo que a mí más me interesó de este cuadro fue la naturalidad con la que se representaba a todas las personas realizando sus actividades cotidianas, y reaccionando de diversas maneras al paso del desfile. Así, algunos de los lanceros que debían custodiar la seguridad de los pasajeros de las carrozas, se dedicaban más a cortejar a las señoritas que andaban solas por el paseo que a otra cosa (puede observarse en la pintura cómo uno de estos soldados se quita el sombrero y hace una reverencia a una joven, la cual se siente ruborizada y se lleva el abanico a la boca); en otro punto, dos niños pícaros, andrajosos, se acercan a la más suntuosa de las carrozas para intentar conseguir algo de dinero o de comida; la comitiva también está formada por algunos frailes, vestidos de un blanco inmaculado (muy en contraste con la suciedad general que parece apreciarse), que besan las manos de todo aquel que se acerca para obtener la bendición; y las zonas oscuras que dejan las sombras proyectadas por las fachadas de las casas o los enormes árboles del Paseo del Prado, se llenan de personajes provistos de sombrero de ala ancha, capa y espada, que nada bueno traman. En general, y sobre todo, lo que se aprecia es una gran actividad, llena de niños jugando y peleándose, vendedores ambulantes que aprovechan la ocasión, jugadores callejeros que recogen sus bártulos ante el paso de las autoridades, gran cantidad de perros vagabundos que corretean y ladran a los caballos del cortejo, los cuales se alteran y se ponen a dos patas, curiosos que salen a los balcones de las casas para contemplar la exhibición y para exhibirse ellos mismos también... Todo ello sobre la enorme superficie del suelo de tierra y polvo y bajo la inmensidad del cielo madrileño. Y tras esta fantástica visita al pasado, comencé, ahora sí, a recorrer las salas del museo; lo primero que vi fue la exposición temporal de <em>Miró: Tierra</em>, que permanecerá hasta el 14 de septiembre, y que considero fundamental para cualquier amante del arte. La exposición, ubicada en una de las partes recientemente reformadas del museo por Rafael Moneo, plantea un recorrido por la trayectoria creativa de Miró, a través del concepto de “tierra”, que hay que relacionar, por una parte, con su estrecha vinculación a sus raíces catalanas, y por otra, con los valores propios de su entorno rural originario (fertilidad, sexualidad, fábula, desmesura). Al pasear por los pasillos de esta exposición, me di cuenta de que efectivamente, tal y como indicaba uno de los paneles informativos de la pared, la influencia del arte primitivo y de la pintura japonesa fueron fundamentales a la hora de confeccionar su estilo precursor del expresionismo abstracto. A la salida de esta exposición temporal, inicié mi recorrido por la colección permanente, que hay que ver de arriba abajo, es decir, primero la segunda planta, que abarca desde el arte gótico hasta el barroco holandés y la pintura italiana del siglo XVIII, y después la primera planta y la baja, que contiene más pintura de los siglos XVII y XVIII, y conecta después con el impresionismo, el expresionismo y las vanguardias hasta el surrealismo y el pop art. Como siempre pasa con estos museos tan grandes, al principio uno piensa que puede detenerse en cada cuadro para apreciar hasta el más mínimo detalle, pero poco a poco va acumulando cansancio hasta que acaba deambulando por las salas del museo como si fuera un fantasma. A grandes rasgos, a mí me ocurrió algo parecido a esto, porque me paré demasiado en las pinturas medievales, disfrutando de sus misteriosos detalles, y cuando llegué a los impresionistas ya no veía nada. De todas formas, las pinturas del museo que a mí más me interesaron y a las que más atención dediqué fueron las correspondientes a paisajes y escenas populares y de género holandesas del siglo XVII. Cuadros de Emanuel de Witte (como el que representa el interior de la iglesia de Nieuwe Kerk en 1658), de Adriaen van Ostade (y sus <em>Campesinos bebiendo y fumando en una taberna</em>), de Jan Steen (con más escenas de taberna), de Jacobus Vrel (el <em>Interior con mujer sentada junto al hogar</em> es un verdadero documento gráfico sobre las casas y mobiliario holandeses de la época), o Pieter de Hooch (y su <em>Interior con dos mujeres y un hombre bebiendo y comiendo ostras</em>, que mostrarían, como contrapunto a las obras de campesinos, el modo de vida de las clases acomodadas) son los que más atención recibieron por mi parte. A la salida de este espléndido museo, pasé por la tienda y me compré un enorme catálogo que costaba unos 50 euros, y que recoge las obras que Carmen Thyssen donó al museo cuando se culminaron las reformas de Moneo. Después salí agotado de tanto arte, y me acerqué al Jardín Botánico, que se encuentra en el mismo Paseo, junto al Museo del Prado.<br /><br /><br /><div align="justify"><br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5231426532696701138" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-syvt9hu_em8wz6mgwH-rU1JtupJJTyhLtkF7w3XBys6ja78xWCbKpotYI2juIBY657ROsNxN4tH7oPkMwWIe2WmqQj4cpWGiDx6e3313eTy9CBfiNv0hggkA9AT3xBCCgzYv7N1JGXk/s400/museo_thyssen_g_CTB.1998.30%5B1%5D.jpg" border="0" /><br />A la entrada, la chica de la taquilla me dio un mapa del Jardín, ya que es bastante grande y, aunque es difícil perderse, conviene saber que hay muchos rincones que a primera vista no se ven. Antes de empezar a pasear, una chica que también viajaba sola me pidió que le hiciese una foto, pero me extrañó tremendamente el hecho de que ella sólo quisiera salir junto a un enorme panel de cartón en el que se informaba de las diversas plantas que había en el sitio. Miré a mi alrededor y pensé que, estando rodeados de árboles y plantas impresionantes, hacerse una foto con un anuncio resultaba algo cómico. Después proseguí, y empecé a pasear tranquilamente entre los parterres y bosquecillos, fijándome en algunas especies muy extrañas, que procedían de diversas partes del mundo, y que además estaban rodeadas de insectos de colores. Me extrañó muchísimo no empezar a estornudar alocadamente, como es normal en mí al estar rodeado de vegetación, pero el caso es que en esa ocasión me libré y pude disfrutar de la tarde. Una de las cosas que más me gustó de ese sitio era la tranquilidad y la calma que reinaba, pues al contrario de lo que imaginé, no había ningún turista, y las únicas personas que estaban dentro eran aquellos que están dispuestos a pagar un euro por sentarse un rato a solas y en plena naturaleza. Llegué por casualidad al invernadero, y tuve la sensación de estar colándome en un sitio prohibido, porque en general está un poco descuidado, y en ese momento no había nadie. Dentro había mucha humedad y un calor asfixiante, así que en un momento me empapé de sudor, aunque mereció la pena, porque vi plantas que ni siquiera hubiera podido imaginar. Un rato después, cuando empezó a oscurecer y se hizo la hora de cenar, decidí marcharme a la cafetería del hotel, pero cuando ya me acercaba a la puerta principal, un gato negro se me cruzó por delante, y agradecí no ser supersticioso. Justo en el momento en el que iba a atravesar la puerta de salida, el mismo gato se me volvió a cruzar, pero en esta ocasión lo hizo con un paso muy solemne, para pararse delante mío, mirarme con sus brillantes ojos, y después seguir con su camino. No supe entonces qué pensar.<br /><br />La cena no pudo ser más simple, un bocadillo de calamares, pero estaba muy bueno. Mientras miraba por la ventana de la cafetería a la gente que paseaba por fuera, decidí acercarme a la Gran Vía y recorrerla antes de subir a la habitación. Y así lo hice. Aunque era un martes, se veía muy buen ambiente, y la sensación que tuve en ese momento era la de no estar perdiéndome nada importante, porque estaba en el sitio en el que ocurre todo. Por supuesto, cuando se pasea por un sitio así, se ven cosas de todo tipo, espectaculares y vulgares, grandiosas y mezquinas; y con las personas pasa lo mismo, pues tan pronto se observa lo mejor que da la raza humana, como lo peor y lo más despreciable. Pero no dejó de resultarme curioso. Cuando me cansé de pasear, di media vuelta y volví por la otra acera, analizando todo aquello que se me ponía por delante. Cuando llegué a la fuente de la Cibeles, el destino quiso que me equivocara de dirección, y en lugar de continuar por el Paseo del Prado para llegar al hotel, torcí por el Paseo de Recoletos (que como es una continuación de la anterior, son muy similares). Así permanecí durante un buen rato, andando en dirección contraria, esperando ver mi hotel pero sin conseguirlo. Tras pasar la terraza de un restaurante de lujo en el que un pianista tocaba la canción de Casablanca, vi de repente a Millán Salcedo paseando tranquilamente. No pude creerlo, el cómico de Martes y Trece se me cruzó pasada la medianoche por el Paseo de Recoletos vestido con pantalón corto de chándal, zapatillas deportivas y una camiseta de la selección italiana de fútbol. El showman de la empanadilla de Móstoles era el tipo más corriente del mundo, y cuando nuestras miradas se cruzaron en mitad de aquel paseo arbolado nocturno, sentí una extraña sensación de tristeza. Dos o tres minutos después, me extrañé seriamente al ver que no llegaba al hotel, así que saqué el mapa y por fin me di cuenta de que llevaba un buen rato caminando en dirección contraria. De regreso, volví a ver a Encarna de noche, pero esta vez sentado en un banco, con las piernas estiradas y las manos cruzadas tras la nuca. Su mirada se proyectaba al cielo.<br /><br />Por fin llegué al hotel, casi muerto, pero sano y salvo. Aproveché un rato para escribir mi diario de viajero y me metí en la cama rápidamente para poder descansar antes de que llegara la siguiente mañana, porque a las 9 me esperaban en el Palacio Real.</div></div></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-89246292915090103212008-07-04T21:16:00.002+02:002008-12-08T23:20:13.311+01:00Graduación y lluvia<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcjHfGCaJtq5_Ksg5cCWTlLdhyvzhAHEDniSNS7HyP4HlaSZvT52XPIZ69sLnXZ1QHI4ZejRGftHXPUVLFq9zZZzRt7Y0F7xrDIWSopX5q4MdfjktuKOplG01ufmgsTzhIaMRrprTeVyg/s1600-h/Salamanca-Zamora+nov.07+030.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5219241424395338002" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcjHfGCaJtq5_Ksg5cCWTlLdhyvzhAHEDniSNS7HyP4HlaSZvT52XPIZ69sLnXZ1QHI4ZejRGftHXPUVLFq9zZZzRt7Y0F7xrDIWSopX5q4MdfjktuKOplG01ufmgsTzhIaMRrprTeVyg/s400/Salamanca-Zamora+nov.07+030.JPG" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Abrí los ojos y sentí que había dormido demasiado. Noté la boca pastosa y algo áspero en la garganta. Me incorporé, alargué la mano y cogí la botella de agua. Después de beber, me encontré mejor, pero abrí la ventana porque todavía no respiraba bien. Mi habitación estaba entonces oscura, pues aunque ya eran las diez de la mañana, la persiana estaba medio bajada, y esto hacía que la luz entrase de forma tímida. Me acerqué al armario para ver qué ponerme, pero no encontré nada para la ocasión. Supuse que en los actos de graduación la gente iría muy bien vestida, pero yo no tenía nada elegante, y tampoco había pensado en ello hasta ese momento. Finalmente me decidí por una camiseta granate que era bonita y discreta, y por unos baqueros oscuros que eran bastante nuevos. Pensé que de esa forma, sin ir bien arreglado, por lo menos la gente no se fijaría en mí.<br />Cuando me disponía a salir de la habitación para bajar a desayunar, me fijé de que por debajo de mi puerta se acumulaba gran cantidad de algo parecido al polvo, pero de un color más blanco. Me volví y vi que la misma suciedad se extendía por la mesa de estudio, la mesilla de noche e incluso las sábanas. Pasé un dedo por la superficie de mi mesa y a su paso quedó un surco que me resultó muy extraño. Salí de mi cuarto, y todo el pasillo estaba cubierto por esa sustancia blanquecina, que me hizo toser. Parecía que había nevado, y al cerrar la puerta, toda mi mano había quedado manchada de esa nieve sucia. Bajé a la recepción, y pregunté a María Antonia, la señora que trabajaba allí, lo que había sucedido en la cuarta planta. "Eso es lo que ocurre cuando se beben tres copas", me respondió, y me dijo que los allí hospedados habían vaciado un extintor por la noche. Afortunadamente, desde que yo residía en el Hotel Gran Vía, acostumbraba a dormir con tapones en los oídos, con lo que las juergas nocturnas de los grupos de turistas ya no eran para mí una gran molestia. Acordamos que limpiarían mi habitación por la mañana, y salí a la cafetería para desayunar.<br />Había quedado con Dani a las once, así que todavía tenía tiempo para tomar un café y una tostada tranquilamente. Tradicionalmente, el sitio utilizado para la celebración de graduación de las filologías en Salamanca era el patio del colegio Anaya, al aire libre y enfrente de la catedral, pero se había pronosticado lluvia para ese día, y el acto se trasladó al interior de la universidad antigua. Efectivamente, cuando salí de la cafetería estaba lloviendo, muy levemente, pero lo suficiente como para imposibilitar la celebración de cualquier acto al aire libre. Hacía poco que me había dejado el paraguas en una clase, y no lo pude recuperar porque alguien se lo llevó, pero afortunadamente tampoco me hizo falta ese día, porque la intensidad de la lluvia no lo exigía. Incluso me permití el lujo de pasear tranquilamente por la calle, ya que no hacía demasiado frío, y con una chaqueta se iba bien. Al llegar a la Plaza Mayor, no había nadie, y la rodeé bajo los soportales, cruzándome únicamente con el vendedor de lotería, que no se percató de mi presencia. Observando el exterior de la Plaza desde la oscuridad en la que me encontraba, comprendí que su elegante construcción se había llevado a cabo con la idea de verla siempre iluminada por el sol. La lluvia y la soledad no eran desde luego sus mejores aliadas. Continué mi paseo hacia la universidad completamente solo, atravesando las calles vacías, grises y húmedas, hasta que empecé a ver montones de paraguas andando con aceleración hacia un mismo lugar.<br />La entrada a la universidad era ese día gratuita, por lo que los familiares y amigos que asistían al acto de graduación se mezclaban con los turistas, que avanzaban hacia el interior con gran decisión y rapidez al descubrir que no tenían que pagar nada. Por un momento me vi contagiado de esa celeridad colectiva, y me incomodé al ver tal cantidad de gente en el claustro, pero recapacité enseguida, y me hice hueco pausadamente para encontrar a Dani. Como había supuesto, allí todo el mundo asistió con las mejores galas, de forma que hasta los niños pequeños iban con traje. No obstante, yo seguía convencido de haber escogido con acierto mi ropa, pues en efecto, nadie se fijó en mi. Intenté mirar los rostros de las personas para dar con mi amigo, pero llegué a pensar que no lo vería. Sin embargo, de repente lo vi ya situado en la puerta del salón de actos, también vestido con un traje muy moderno y hortera, conversando con un grupo de personas que yo no conocía. Él en cambio no me vio a mi hasta que no estuve justo enfrente suyo. Entonces gritó "!Alfonso! Has venido", y me hizo saber que estaba con la familia de Vanesa, pero que ella tenía que entrar por otra puerta junto con el resto de graduados. "Pues mira, para entrar hace falta una invitación, pero no he podido conseguirte una a ti". Le dije que no importaba, que solamente quería saludar a su novia para felicitarla por la graduación. Después insistió en que me colara, porque como había mucha gente nadie se daría cuenta, pero yo preferí salir del barullo hasta que todo el mundo hubiese entrado, y entonces intentarlo. Dani se volvió con su grupo para entrar en la sala, y yo retrocedí a contracorriente buscando un poco de aire. La gente cogía con fuerza su entradita azul, y se golpeaban unos a otros con los hombros, para poder adelantarse. Alguno vi que levantaba la invitación como justificando así su autoridad a empujar. Cuando ya estaba saliendo de esa tormenta, escuché a un abuelo que hablaba con una chica, "No nos dejarán entrar al final". Ella no escuchaba, y se limitaba a mirar al infinito y a colocarse el flequillo.<br />Logré acercarme finalmente a los ventanales del claustro que daban al patio, y allí me quedé de pie mirando la lluvia. Podría haber permanecido horas observando el verdor del gran pino que había en el centro, que sobrepasaba en altura el segundo piso de la universidad. También escuchaba a la gente de alrededor, que hablaba sobre todo de la mala organización del evento. "No entiendo cómo –le decía un hombre a su esposa- con las nuevas tecnologías no han puesto unas grandes pantallas en el pasillo para que no haga falta entrar a todo el mundo". Una chica joven que se incorporó a la pareja después, confesó no tener entrada, y decidió ir con unas amigas a una copistería para fotocopiar una, "¿No ves que es un papel azul?, se copia, se corta, y ya está". Yo continuaba mirando mi árbol, que cada vez más verde, le daba las gracias a las nubes. El cielo se oscureció más, y me vi reflejado en el cristal, contrastando ciertamente con la elegancia física de mi entorno. De repente vi en el espejo improvisado que por detrás de mi pasaban los compañeros de residencia de Dani, con los que yo también acostumbraba a salir, que acudieron porque cantaban en el coro, pero tampoco debieron verme, porque pasaron de largo. No quise volverme a saludarles porque en ese momento me sentía extrañamente bien, dándole la espalda a los preparativos, de los que yo no quería saber nada. Sonó entonces mi teléfono, era Dani, "¿Qué pasa tío?", que tenía un pase para mí, y que fuese a la puerta de entrada en la sala para cogerlo. Abandoné mi estado de contemplación y volví a sumergirme en el compromiso.<br />Ya en la puerta, vi que Dani me estaba esperando con una entrada en la mano. Alargó el brazo y me la pasó por encima del guardia que había allí recogiendo los papelitos azules. Una abuela que estaba en la puerta montando guardia gritó, "¡Ah no, eso no!", y el guardia se dirigió sudoroso a mi, "La entradita la traes antes", y miró a otra parte. Yo intenté hacerle ver sin querer cuestionar su labor que a él lo mismo le daba que yo pasase o no, pero la señora ya se había tomado el asunto como algo personal, y me gritó cosas que no entendí por el bullicio del ambiente. Al final el guardia aceptó mi entrada y pude ver la mirada de indignación que le echaba la señora. El salón era grande, pero no lo suficiente como para recoger a tanta gente, así que ya había muchas personas de pie en el fondo. Yo acompañé a Dani al banco donde estaba sentado con los familiares de Vanesa, y después me marché al fondo. Allí, de pie, vi entrar a mucha más gente en la sala, la mayoría con asientos guardados, y también vi la gran cantidad de cámaras que en ese momento sacaban fotos hacia la parte de delante, donde ya estaban sentados todos los licenciados. Era curioso, toda esa gente con los brazos levantados intentando sacar una buena fotografía, otros muchos mirando las fotos ya hechas, y algunos retratando los tapices de las paredes. Unos toques al micrófono y la gente empezó a callar y a sentarse en sus sitios. El vicerrector se presentó y comenzó a hablar (el rector no podía ir), pero los ruidos de las cámaras de fotos continuaron. Reparé en lo curioso del sonido de las cámaras digitales, pues hacía que ese salón de apariencia tan antigua se convirtiese en una sala de informática. El ruido de las fotos duró todo el acto. El vicerrector dio un discurso bastante desafortunado, pues incluía algunos comentarios de intención graciosa que no obtenían respuesta por parte del público. Ciertamente sus palabras resultaron ridículas en algunas ocasiones, así que pasé vergüenza ajena. A continuación pasó a hablar el decano, que aunque tuvo mayor aceptación en general, fue interrumpido por los gritos de protesta que se oían desde el exterior. Supuse que la gente que se había tenido que quedar fuera, se quejó ante el único responsable allí presente, el guardia.<br />Bajé la mirada y una niña pequeña me estaba mirando fijamente. Seguramente se sorprendió al descubrir que no era estrictamente obligatorio ir bien vestido a ese lugar. Su madre, que iba con un ridículo vestido azul igual que el de su hija, obligó a la niña a prestar atención, pero esta no cedió y se volvió de nuevo para observarme. Entonces yo le recompensé con una mueca. Cuando acabó el turno del decano, una chica cruzó la sala y subió solemnemente al atril, atrayendo la atención, esta vez sí, de todos los presentes. Ciertamente era muy guapa, y representaba a los estudiantes de filología portuguesa, pero nada de lo que dijo me resultó en absoluto interesante. Que eran unos años muy especiales, con momentos buenos y malos, con risas y nervios, con bibliotecas y discotecas... En fin, nada nuevo, pero acabó su intervención citando algo de Lope de Vega, con lo que todas las licenciadas (en realidad eran todo chicas) echaron a reír. Sentí una profunda tristeza al descubrir en sus rostros que las palabras de Lope eran para ellas simple materia de estudio. Las chicas que subieron después para representar a otras filologías, optaron también por el mismo mensaje, con lo que el aburrimiento se sumó al dolor de espalda que ya empezaba a acumularse por el paso de los minutos en esa posición. A mi izquierda, una mujer aprovechó para sacar el móvil y escribir un mensaje, "Compra unas flores para la chica". Al finalizar definitivamente la ronda de discursos, se procedió a la repartición de los diplomas y las becas, que eran azules, "como el color de la filosofía", según el vicerrector. Afortunadamente esta parte fue más rápida y pronto todos los felices escotes tenían su recompensa por cuatro años de momentos buenos y malos. Cuando entonces se anunció la llegada del coro, aproveché para acercarme a Dani y despedirme. Los familiares de Vanesa se volvieron hablando para evitar conocerme, y yo salí de allí lo antes que pude. Afuera todavía llovía, y las calles seguían vacías, así que podía volver dando un paseo.<br />El ascensor estaba cogido, y subí por las escaleras los cuatro pisos que había hasta mi habitación. Por el camino vi el gran despliegue de personal de limpieza que se había organizado con grandes máquinas aspiradoras para acabar con la suciedad de los extintores. En mi pasillo, ya no quedaba ni rastro de lo sucedido, y realmente quedé sorprendido por la efectividad del trabajo de las señoras de la limpieza. Al entrar en mi habitación, sin embargo, todo estaba igual que cuando me había marchado. Me senté en mi silla esperando a que se hiciera la hora de bajar a comer, y oí que los culpables de aquel estropicio cruzaban por el pasillo. Al abrir la puerta de la habitación, uno de ellos gritó, "¡Coño, si hasta nos han limpiado la habitación!". </span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-61973255521986427302008-06-27T20:43:00.015+02:002008-12-08T23:20:13.815+01:00El poder de la imagen<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_P_hr9_cXZnFpbOmQkqd2P_1pBNliaN_Q5U7yifuid3QcZ1VLmxxRWigsfs7PZ38TIhjzZT6UBQJKSm1j6-Qny_7GXho3IR69FkpgGGosOZ0sWk1ol8OM6XLpKTYtWVj19HnaRxBSIB4/s1600-h/p01393a01nf2003%5B1%5D.jpeg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5216648670575762146" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_P_hr9_cXZnFpbOmQkqd2P_1pBNliaN_Q5U7yifuid3QcZ1VLmxxRWigsfs7PZ38TIhjzZT6UBQJKSm1j6-Qny_7GXho3IR69FkpgGGosOZ0sWk1ol8OM6XLpKTYtWVj19HnaRxBSIB4/s400/p01393a01nf2003%5B1%5D.jpeg" border="0" /></a><br /><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">En el pasado, cuando la cultura de la "gente popular" era únicamente de tipo visual y oral, la iconografía actuaba como un medio de "adoctrinamiento", que extendía las imágenes que desde el poder se querían proyectar. Ya el papa Gregorio Magno (540-604) comentó en una ocasión: "Se colocan imágenes en las iglesias para que los que no son capaces de leer lo que se pone en los libros lo <em>lean</em> contemplando las paredes". Por eso, a través de los cambios en las imágenes a lo largo del tiempo, los historiadores han podido comprobar, por ejemplo, que a finales de la Edad Media se produjo una preocupación especial por el dolor (y es que en esta época empezó a generalizarse el culto a los instrumentos de la Pasión, como los clavos y la lanza). </span></div><div align="justify"><span style="font-size:130%;">En los <em>Ejercicios espirituales</em> de san Ignacio de Loyola (1491-1556), se exhortaba al lector o al oyente a imaginar el infierno, Tierra Santa y otros lugares, en lo que el autor llamaba "composición de lugar". San Ignacio pretendía así que los fieles tuvieran "un vivo retrato en la imaginación de la longitud, la anchura y la profundidad del infierno", de los "enormes fuegos" y de las almas "con el cuerpo de fuego".</span> <span style="font-size:130%;">Puede apreciarse entonces que desde finales del siglo XV, hubo un especial interés por representar de manera fiel, escenarios y elementos que pertenecían al mundo de lo sobrenatural.</span><br /><span style="font-size:130%;">A partir de este primer paso, algunos artistas pretendieron interpretar estas descripciones místicas a través de sus pinceles, y así hoy podemos contemplar los cuadros de pintores como El Bosco, que des<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE4AoUhKE7oGwoGwVVwG8_3OvkC-3REq-IZjDjTPnC27M63ShMoWy3adXC4vwiT9UtKnwmWYJUytkFqvI93vtByDztDL4IsMHChXeLxx5tUEUX_5EjnDvbRckdiI9NcMBJATAb65CpSQw/s1600-h/p1393-Muerte-Detalle_fabr-%5B1%5D.bmp"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5216648909152235154" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE4AoUhKE7oGwoGwVVwG8_3OvkC-3REq-IZjDjTPnC27M63ShMoWy3adXC4vwiT9UtKnwmWYJUytkFqvI93vtByDztDL4IsMHChXeLxx5tUEUX_5EjnDvbRckdiI9NcMBJATAb65CpSQw/s400/p1393-Muerte-Detalle_fabr-%5B1%5D.bmp" border="0" /></a>cribieron lugares como el infierno de una manera muy imaginativa. Estos cambios producidos en las imágenes del infierno y del demonio a lo largo del tiempo, ayudarían a los investigadores a hacer, por qué no, una historia del miedo.</span></div><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Y esta facultad de la imagen de hacer legible el pensamiento, fue realmente explotada a partir del siglo XVI, cuando por medio del grabado, los protestantes pudieron llegar a la mayoría de la población analfabeta. Así, los impresores luteranos se inspiraron en un gran repertorio de chistes y burlas, para que sus imágenes acabaran con la Iglesia Católica, transformándola en el imaginario colectivo en algo ridículo. Un amigo de Lutero, el pintor Lucas Cranach (1472-1553), y su taller de Wittemberg, produjeron numerosas estampas de carácter polémico, como el famoso<em> Passional Christi und Antichristi</em>, que contraponía la vida sencilla de Cristo con la magnificencia y la soberbia del papa. Se empezaba a utilizar la imágen ya como instrumento para fines más amplios.</span></div><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Por supuesto, la Iglesia Católica no permaneció impasible, y contraatacó con una nueva forma de entender la representación de la religiosidad. El Concilio de Trento (1545-1563), reafirmó la importancia de las imágenes sagradas, de manera que los éxtasis y apoteosis de santos, por ejemplo, se presentaban con <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhsWzi5lbYdisUzYqouWdMTathuJseQEYfH0n485aSsdrAq79SFEh97syNtjLjBQWAYPDPhRa94E6LfgEVRPwZOM1XKds8LtGcUsMhQkIFU1hQNXugUC5v2GcZi0dD3nGevHycaj0SyCW4/s1600-h/mwm01031%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5216664410979560194" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhsWzi5lbYdisUzYqouWdMTathuJseQEYfH0n485aSsdrAq79SFEh97syNtjLjBQWAYPDPhRa94E6LfgEVRPwZOM1XKds8LtGcUsMhQkIFU1hQNXugUC5v2GcZi0dD3nGevHycaj0SyCW4/s320/mwm01031%5B1%5D.jpg" border="0" /></a>la finalidad de impresonar al espectador y subrayar la diferencia entre las personas santas y los comunes mortales.</span> <span style="font-size:130%;">En esta época, la imagen y su difusión tendría entonces una función de adoctrinamiento, pero también de propaganda.</span></div><div align="justify"><span style="font-size:130%;">La "imagen" que aquí presento corresponde a una pintura de Pieter Brueghel, titulada <em>El triunfo de la muerte </em>(1562). Al observarla, el espectador actual puede dejarse llevar por los detalles curiosos, pero ¿causaba la misma reacción en las gentes de la época? ¿es que entonces esta obra no tenía fines más elevados que los de despertar la "curiosidad"? ¿acaso esta pintura no daba miedo? Si prestamos atención, veremos que la pintura trata sobre la omnipresencia de la muerte; y es que en la época en que se hizo, la muerte convivía literalmente con la vida, de forma que nadie tenía la seguridad de si aguantaría a la siguiente crisis de subsistencia, epidemia, catástrofe natural o guerra. Vemos por eso que Brueghel acentúa el hecho de que la muerte no hace distinciones, y por eso apreciamos que de la misma manera que los esqueletos acaban con la vida de pobres campesinos, también hacen lo mismo con un rey, a quien se le enseña un reloj de arena (símbolo de la fugacidad de la vida). La muerte puede llegar además en cualquier momento, no sólo en la guerra (vemos a los soldados combatiendo con los esqueletos), sino también en mitad de una travesía (hay un peregrino tirado en el suelo que está siendo degollado), o en el transcurso de un feliz banquete. No diríamos nada descabellado si afirmásemos que las gentes del siglo XVI veían en representaciones de este tipo su propio destino. Efectivamente, imágenes como esta resultan más apasionantes cuando somos conscientes del tremendo poder que poseían. </span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-38614881234268464162008-06-25T12:57:00.002+02:002008-12-08T23:20:13.940+01:00Mi paso por el cadalso<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXR1r09czPJprtFpVWq5LpQYq8-2Q73HcbNHRTe6wUHVFjzn2NueReJBcoN-MkXnLw-EAeX4DbjDP76sai-7w4WEW3Xx31bUrDTVRIxmcqwj6EOb6hFE8E2eIP06VteRZJA35ozAZ3G8M/s1600-h/Francisco_Franco_pesca%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5215772195165055362" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXR1r09czPJprtFpVWq5LpQYq8-2Q73HcbNHRTe6wUHVFjzn2NueReJBcoN-MkXnLw-EAeX4DbjDP76sai-7w4WEW3Xx31bUrDTVRIxmcqwj6EOb6hFE8E2eIP06VteRZJA35ozAZ3G8M/s400/Francisco_Franco_pesca%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Como casi siempre que tengo un examen, hoy me he despertado a las cinco de la mañana para estudiar, aunque la verdad es que más me habría valido seguir durmiendo el resto del día. Esas tres horas de repaso se me han hecho larguísimas, me he leído los apuntes tantas veces ya a lo largo de estos días que en realidad una vez más no creo que me haya servido de mucho. Y aún así, cuando se ha hecho la hora de irme a la facultad, me ha dado la sensación de que no me lo sabía, de que había cientos de cosas que todavía se me escapaban. "Siempre me pasa lo mismo", he pensado, "y luego me va bien". Pero da igual, no puedo controlarme, y he vuelto ha desconfiar de mí mismo. Me he mirado en el espejo del baño, y he pensado que como el examen era oral, debía parecer una persona responsable. Al fin y al cabo, en el despacho íbamos a estar solos el profesor y yo, con lo que era recomendable presentar una buena imagen, y también dar sensación de seguridad.<br />El camino a la facultad ha sido horrible, rememorando fechas, batallas, paces, personajes destacados, constituciones, leyes fundamentales... Números y datos en definitiva, ¡como si fuera eso lo que importa! Como llegaba con media hora de antelación a la universidad, he pensado que seguramente sería el primero en entrar al examen, y así podría irme antes a casa, pero al subir el tramo de escaleras que llevaba al piso de los despachos, ya había esperando más de quince personas. Mirando hojas de apuntes y barajándolas desesperadamente, dando vueltas en círculo con la mirada fija en el techo, preguntándose unos a otros fechas y más fechas, o sentados con la cabeza entre las piernas; ese era el panorama que me he encontrado nada más llegar, y todavía quedaba media hora para empezar. Iluso de mí, he sacado los apuntes de la cartera para repasar, pero a los treinta segundos los he vuelto a meter dentro, "Que sea lo que Dios quiera, pero ya no miro ni un dato más". A mi lado, un chico y una chica se han puesto a prueba para demostrar sus conocimientos, y yo en ese momento he empezado a sentir auténtico terror. "¿En qué año se creó la Taula Rodona? En 1966, ¿y cuándo se derogó el Estatuto de Autonomía catalán? Pffff, qué fácil, ¡en 1938! A ver, ¿qué pasó el 23 de agosto de 1936?" Entonces he pensado que como siguieran así mucho tiempo a mí me iba a dar algo, y en ese instante un compañero se me ha acercado y me ha dicho sin más: "¿Sabes lo que suele preguntar? El frente de Aragón", "¡Queeeeee! Pero si no lo dio en clase", mi compañero se ha encogido de hombros y me ha sonreído. "Joder –me he dicho a mí mismo-, cuando vea en la ficha que soy de Zaragoza seguro que me pregunta el puto frente de Aragón". En ese instante he pensado seriamente en la fuga, y entonces el profesor ha pasado por delante de nosotros y ha abierto la puerta de su despacho. Se ha vuelto para dirigirse a todos, "Id pasando de uno en uno".<br />Cuando la primera chica ha entrado, todo el mundo en el pasillo se ha puesto a suponer lo que el profesor estaba preguntando, "¡La oposición al franquismo! No, que eso lo puso el año pasado, este pondrá la economía". Y así hemos estado todos durante un cuarto de hora hasta que ha salido la chica, y nos ha mirado con una sonrisa de oreja a oreja, "Los textos". Y todos han soltado entonces las mochilas para sacar corriendo los textos que el profesor nos dio a principio de curso sobre el franquismo. Conforme la gente iba saliendo del despacho, se ha confirmado que únicamente entraban los textos, así que todos nos hemos olvidado definitivamente de las cien hojas de apuntes. "Espero que no me pregunte el texto de los archivos –le he comentado a un amigo-, porque no se me ha acabado de quedar". A los dos minutos ha salido la chica con camiseta amarilla, y he sabido que era mi turno.<br />"¿Nombre?", "Alfonso White". El profesor se ha puesto a buscar mi ficha, al tiempo que decía, "Coméntame el texto de Rodríguez Jiménez... el de los archivos del franquismo". No podía ser, "Ostia puta que mala suerte. ¿Será posible? Bueno va, sal de esta". He pensado un poco, y al momento he empezado a hablar, "Para el estudio del franquismo son muy importantes los archivos, ya que en el país hay mucha información, y tal y cual...", "No, no. Dime cuáles son los archivos del franquismo en España". "Mi madre que mala suerte". He titubeado algo entonces, y me he callado, aceptando la derrota. "¿Y el de Alcalá? Ese es muy importante" me dice levantando la vista de la ficha. "Vale, ya está, esta es mi sentencia de muerte. No hay nada que hacer". Aún me ha preguntado cosas de otros dos textos, y he salido del paso como he podido, pero totalmente deshecho. "La mayor semejanza entre el franquismo y los fascismos estaba en el carácter represivo: en la abolición de las instituciones representativas...., en la prohibición de la ideología diferente a la oficial, en la censura de la prensa, el control de los medios de comunicación....., pero sobre todo en la intolerancia, creo que eso es lo más importante, la intolerancia". Pero el profesor no se ha dignado a levantar la vista de la ficha, así que no he sabido si le estaba pareciendo bien mi discurso o no. "Vale, vale. Llama al siguiente", me ha dicho mientras tapaba la ficha con la mano para escribir algo en ella. Me he levantado de la silla, y me he marchado con muy mal presentimiento.<br />Y así ha sido mi decepcionante jornada de examen. Unas veces sale bien, y otras no, es ley de vida. Lo que más siento es que el profesor pensará seguramente que soy un gilipollas que se ha presentado al examen sin haber tocado un libro, pero bueno... Más gilipollas era Franco.</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-70503105209679684762008-06-24T21:12:00.004+02:002008-12-08T23:20:14.070+01:00Vanitas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiYlSm48g1sOHesJEG1FQJ496a_SXB0UOK39RYuGu8IeYYCU__S08VHW0FcxYdM1vTa6pJc5HvnEtApfkjt1WLr_hKexKWJHxRKrqcFAHSRJKFCgBroefbXPadD24xyLrKToIINPYgnZs/s1600-h/0149-0450_vanitas%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5215530147705361938" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiYlSm48g1sOHesJEG1FQJ496a_SXB0UOK39RYuGu8IeYYCU__S08VHW0FcxYdM1vTa6pJc5HvnEtApfkjt1WLr_hKexKWJHxRKrqcFAHSRJKFCgBroefbXPadD24xyLrKToIINPYgnZs/s400/0149-0450_vanitas%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">"Le sucedía lo que les sucede a todos; lo que él, por un impulso muy íntimo de su ser, buscó y anheló con la mayor obstinación, logró obtenerlo, pero en mayor medida de la que es conveniente a los hombres. En un principio fue su sueño y su ventura, después su amargo destino. El hombre poderoso en el poder sucumbe; el hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer, en los placeres".</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">H. Hesse <em>El lobo estepario</em></span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-12127298841323018992008-06-21T10:56:00.004+02:002008-12-08T23:20:14.207+01:00Edfú<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKafUhhK2rq5tf9OSFSwX8bBGFWdvLf6ODLOff7JWFmJQdiPPsc1LdDxQsWaCa3-p3BA4rZryOmALfQmUmS8HnU1NBWdBQUK8Fg9qeCaLaSMOXmc8qtQJlhm-j3Wc4k0WivRm6ZIj1TMs/s1600-h/Egipto+2008+064.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5214257107635277858" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKafUhhK2rq5tf9OSFSwX8bBGFWdvLf6ODLOff7JWFmJQdiPPsc1LdDxQsWaCa3-p3BA4rZryOmALfQmUmS8HnU1NBWdBQUK8Fg9qeCaLaSMOXmc8qtQJlhm-j3Wc4k0WivRm6ZIj1TMs/s400/Egipto+2008+064.JPG" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /><span style="font-size:130%;">Cuando ya había caído la noche, pudimos ver desde la cubierta las luces de Edfú acercándose a nosotros. Al atrancar en el puerto, dos camareros salieron corriendo para colocar una rampa metálica que debía unirnos con la orilla. Empezaba el espectáculo.</span></div><span style="font-size:130%;"><br /><br />No había puesto un pie en tierra cuando noté, sin ver nada todavía, que allí todos nos estaban esperando. Los policías de la salida del puerto nos sonreían al pasar, pero no era un gesto sincero, supe con certeza que para ellos era pura rutina. Y justo detrás de ellos, una veintena de niños se empujaban ansiosos por acercarse a nosotros. Todos nos mirábamos sin saber muy bien cómo reaccionar, aunque nuestro guía, Ahmed, ya nos había advertido de que no debíamos darles nada. Aún así, para todos nosotros fue muy difícil no comprarles ninguna de esas pulseras que casi nos metían en los bolsillos, y yo me esforzaba en recordar las palabras de Ahmed: "Si les dais dinero, no querrán estudiar nunca". Esa noche no llegué a estar cómodo en ningún momento. Edfú estaba diseñada para molestarme, en realidad era un sitio espantoso. Parecía como si sólo se nos estuviera permitido andar por la calle principal, y aún así esta se nos aparecía como un misterioso camino que no llevaba a ninguna parte. A un lado se alineaban los pobres edificios, derruidos la mayoría, pero todos con sus tiendas abiertas. Entre tantas telas de colores era imposible ver nada, y los tubos de neón cegaban a la vista. Afuera, las motos también hacían acto de presencia, y no hacía falta verlas para detestarlas, pues el ruido de sus motores, el apestoso olor a gasolina y la polvareda que saltaba del suelo de tierra, hacían a ese sitio todavía más odioso. También "cadeshas", o carros tirados por caballos, se dirigían apresurados de un lado a otro de la calle, saliendo y adentrándose de nuevo en esa oscuridad que nos rodeaba. Un niño empezaba ya a tirarme del pantalón para que le hiciera caso, y decidí que no quería estar más tiempo en ese sitio.<br /><br /><br />Propuse a unos amigos comenzar a andar por esa calle para ver qué nos encontrábamos, y enseguida se nos unió un buen número de personas. En total seríamos unos diez, con lo que prácticamente toda la infancia del lugar se decidió a seguirnos allá a donde fuéramos. "Somos un plato suculento para los chavales, piensan que les compraremos todas sus mierdas", me dijo un amigo, y yo reí. Aquellos niños supieron perfectamente que éramos españoles nada más vernos, pero yo no llegué a saber cómo lo habían adivinado. Y aún quedé más sorprendido cuando les vi dirigirse a nosotros con frases como "¡Más barato que Carrefour!", y otras cosas por el estilo. Algunos de ellos no tendrían más de cuatro años, y ya trabajaban de lo mismo que sus padres. De repente, al vernos pasar, una mujer sentada en una silla de plástico en la entrada de una tienda, cogió a su hijo pequeño y se acercó rápidamente para pedirnos dinero. Yo pensaba entonces que era todo mentira, que eso mismo lo hacían todos los días, que en realidad era su empleo. "Tienen la cara llena –nos había dicho Ahmed en alguna ocasión-, no pasan hambre". Pero joder, si vivieran bien no tendrían que humillarse de esa manera. De todos modos, yo sabía perfectamente que si sacaba la cartera tendría que acabar regalando todo mi dinero, así que aparté la vista, me limpié el sudor de la frente con un pañuelo, y me puse a hablar con uno de mis amigos.<br /><br /><br />A los pocos minutos de paseo, las luces de neón acabaron desapareciendo, y me di cuenta de que más allá de donde nos encontrábamos, nadie nos esperaba. Algunos del grupo quisieron volver entonces, pero yo no pensaba dar un paso atrás cuando por fin ese sitio se ponía interesante. Por no querer dividirse, los que querían volver a las tiendas se quedaron, y continuamos nuestro paseo, ahora sí, en la penumbra. Oíamos ruidos de motor, y a los pocos segundos veíamos aparecer una moto acercándose hacia nosotros a gran velocidad. Al esquivarnos y pasar rozándonos, el motorista levantaba la mano y nos gritaba "¡Olé Barsa!" o "¡Pantoja!". Un poco más y los niños empezaron a volverse hacia las tiendas, todos menos uno, que insistía e insistía en vendernos sus pulseras. Y cuando vio que ni con sus insistencias podía vendernos nada, cambió de táctica, pasándose entonces la mano por la tripa como queriéndonos hacer ver que tenía hambre. "Míralo que cabrón el crío. Se las saben todas", dijo entonces una de mis compañeras, y a mí me resultó muy difícil afrontar esa situación. El camino marcado por las farolas llegó a su fin cuando un grupo de edificios desplomados en el suelo se levantaba ante nosotros como un gran muro, atravesando todo el ancho de la calle. Pero vi que en realidad era muy fácil cruzarlo, y empecé a subir por los escombros para pasar al otro lado. Cuando ya estaba arriba, alguien me preguntó desde abajo, "¿Pero qué haces?", y yo esperé a que mis tres incondicionales se pusieran a mi altura para responder, "Dar un paseo".<br /><br /><br />Pese a las protestas de algunos, finalmente acabamos todos pasando al otro lado, así que continuamos calle abajo. En ese tramo estaba todo derruido, y la ciudad no parecía en realidad otra cosa que un pobre espacio desfigurado. Permanecimos unos minutos más avanzando sin rumbo fijo, sorteando los enormes trozos de piedra, ladrillo y hormigón que se esparcían por el camino, hasta que en mitad de esa nada, nos topamos con una especie de control policial. En realidad, tal control no era otra cosa que dos hombres con metralletas sentados en el suelo hablando, que no nos prestaron demasiada atención. Sin embargo, a mí me inquietó bastante tener que pasar por delante de esos cañones, que se balanceaban en una dirección y en otra, al ritmo de la conversación de sus dueños. Decidimos entre todos torcer por la siguiente esquina y volver hacia el barco por la calle paralela. Y así permanecimos, caminando algo más, hasta que ante nosotros surgió de las sombras un gran cartel sostenido por una estructura metálica oxidada. Se podía adivinar una fotografía del templo, ya azulada por el impacto del sol, y una flecha que indicaba la dirección y la distancia de mil quinientos metros. Ni se me ocurrió proponer al grupo una visita nocturna al templo de Edfú, aunque seguramente hubiera sido una experiencia inolvidable. El silencio se rompió entonces súbitamente, desviando nuestra atención, cuando empezó la hora del rezo, y escuchamos los cantos por megafonía que venían de alguna parte. Ese sonido metalizado recorrió todo mi cuerpo provocándome un escalofrío, y pensé que ya era la hora de volver. Pero al torcer todos hacia la izquierda para regresar, el niño que nos acompañaba se colocó delante de nosotros impidiéndonos el paso, y comenzó a agitar sus brazos al tiempo que decía, "Por ahí no. Ahí no".<br /><br /><br />Las advertencias del niño me motivaron todavía más a seguir en esa dirección, y todos estuvimos de acuerdo en continuar, nadie quería volver por donde habíamos venido. El chaval nos abandonó entonces, y corrió hacia las sombras hasta que desapareció de nuestras vistas, pero nosotros seguimos con nuestra ruta. La calle que habíamos tomado se componía únicamente por dos muros de piedra colocados paralelamente, y estaba iluminada tan sólo por una barra de neón azul que colgaba de un tubo que salía de la pared justo en la mitad del corredor. El sonido de la megafonía no cesaba. Por suerte éramos diez personas, así que ese lúgubre pasillo no nos resultó entonces tan terrible; incluso teníamos ánimos para conversar animadamente y reírnos. Cuando llegamos al final, vimos que tras ese patético escenario que habíamos atravesado, se escondía por fin algo parecido a una ciudad. Dos personas cruzaron una entrada de reja, y decidimos seguirles para ver qué había. Nos encontramos entonces con un tranquilo parque, muy pequeño, e iluminado con unas bonitas farolas de cristales amarillos. Ese sitio nos pareció a todos como un oasis en mitad del desierto, así que decidimos dar una pequeña vuelta antes de retomar el regreso. A nuestro paso, tres mujeres que estaban sentadas en la hierba bajo un árbol nos siguieron con la mirada, mientras fumaban de una "sisha". Envueltas en el denso humo de la pipa, y tapadas de arriba a abajo con sus coloridas telas, tan sólo nos enseñaban sus inexpresivas miradas. Éramos intrusos. El sonido del rezo se hacía cada vez más fuerte, y al final del camino, tras unas palmeras doradas, llegamos al minarete de donde salía la monótona música. La torre estaba totalmente cubierta por tubos de neón de color verde, lo que hacía que todo su entorno, incluso el cielo, se manchara de ese tono. Y arriba, los tres altavoces. Ya nos podíamos marchar.</span><br /></span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-75407110594751111582008-06-06T19:54:00.004+02:002008-12-08T23:20:14.635+01:00"El corazón de las tinieblas" de J. Conrad<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGiNT0LMUtHBspP-48_Adf7_igLYzPJoBNW7pxHDYqMbX6jKGtUTQu307rQCm-w-8bxXH_D_CHOI22ErQjENKWRx3HwfW8KDfVGY5OyXGW5-bXgI8UUXLf4X2HsItZYpHqaJ1Q6RtnOFQ/s1600-h/esclavos%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5208829943726767602" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGiNT0LMUtHBspP-48_Adf7_igLYzPJoBNW7pxHDYqMbX6jKGtUTQu307rQCm-w-8bxXH_D_CHOI22ErQjENKWRx3HwfW8KDfVGY5OyXGW5-bXgI8UUXLf4X2HsItZYpHqaJ1Q6RtnOFQ/s400/esclavos%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">"Se apoderaban de todo lo que podían por simple ansia de posesión, era un pillaje con violencia, un alevoso asesinato a gran escala y cometido a ciegas, como corresponde a hombres que se enfrentan a las tinieblas. La conquista de la tierra, que más que nada significa arrebatársela a aquellos que tienen un color de piel diferente o la nariz ligeramente más aplastada que nosotros, no posee tanto atractivo cuando se mira desde muy cerca. Lo único que la redime es la idea. Una idea al fondo de todo, no una pretensión sentimental, sino una idea; y una fe desinteresada en la idea, algo que puede ser erigido y ante lo que uno puede inclinarse y ofrecer un sacrificio..."</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;"><em>El corazón de las tinieblas </em>J. Conrad</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-43893046520749024122008-06-03T13:36:00.007+02:002008-12-08T23:20:15.052+01:00¿Qué pinta Velázquez?<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6I7sntZpn3dBSoTQrqmbmDtaewUMFub0RE8qkIX32FkVyAv0lEAT4wDp6NNsTuB_qwJGYqEJCqd0ZK6UKj_oW8H7jnonLvJQYTrndhaZgw-NprliXu2_Snf88AYTkLyutXi4orlfQleg/s1600-h/ve_meninas%5B1%5D.gif"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207618244361116402" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6I7sntZpn3dBSoTQrqmbmDtaewUMFub0RE8qkIX32FkVyAv0lEAT4wDp6NNsTuB_qwJGYqEJCqd0ZK6UKj_oW8H7jnonLvJQYTrndhaZgw-NprliXu2_Snf88AYTkLyutXi4orlfQleg/s400/ve_meninas%5B1%5D.gif" border="0" /></a><br /><br /><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">He aquí una de las mayores obras pictóricas de la historia del arte universal: <em>Las Meninas</em>. El más famoso de los cuadros de Velázquez sigue planteándonos muchos misterios imposibles de descifrar. Quizás uno de los mayores logros del artista al realizar esta obra fuera la capacidad de representar dos historias en una misma escena, la que podemos ver los espectadores, y la que permanece oculta. La que puede verse es bien conocida por todos los estudiosos del artista: aparece Velázquez a la izquierda con la paleta y el pincel, observando aquello que está pintando en el gran lienzo que tiene delante; a su izquierda, María Agustina Sarmiento, una menina, se dirige a la infanta Margarita, la hija del rey Felipe IV, que también mira hacia el espacio de lo retratado. De pie, a la izquierda de la infanta, pero algo inclinada, se sitúa doña Isabel de Velasco, hija del duque de Medinaceli. Y a su lado, los enanos Maribárbola y Nicolasito Pertusato, el cual le da una patada al perro recostado en el suelo. Detrás, entre la penumbra, y hablando, están la dueña doña Marcela de Ulloa y un mayordomo sin identificar. Y en la parte más atrasada de la composición, <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiHDepZMAqDs6yG_wGfdY0Mt-UyMI8dP9vsjMZBFYrpoHTaBxfnokCmm1Nlea9x8jk9ul7yVkr2sClyB7PI9wdoxfQqb0L3OKjhdLlcRbA3uIL_K3RrQKsMFtWyLrJFTzlCi6d_nqHCYUo/s1600-h/velazquez%2520las%2520meninas%2520detalle%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207618510701636050" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 178px; CURSOR: hand; HEIGHT: 390px" height="379" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiHDepZMAqDs6yG_wGfdY0Mt-UyMI8dP9vsjMZBFYrpoHTaBxfnokCmm1Nlea9x8jk9ul7yVkr2sClyB7PI9wdoxfQqb0L3OKjhdLlcRbA3uIL_K3RrQKsMFtWyLrJFTzlCi6d_nqHCYUo/s400/velazquez%2520las%2520meninas%2520detalle%5B1%5D.jpg" width="178" border="0" /></a>puede verse a José Nieto, aposentador de la reina, que desde fuera de la habitación sube unas escaleras mientras mira lo que sucede en el interior. Por último, el elemento que introduce la discordia, el espejo del fondo. En él aparecen los reyes, con lo que es lógico pensar que los que se encuentran delante del lienzo de Velázquez, en nuestro espacio, son ellos.<br />Efectivamente, la interpretación que argumenta que son los reyes los retratados en el cuadro, puesto que se ven reflejados en el espejo del fondo, es la más reconocida. Pero en realidad, eso no es más que una suposición, ya que no vemos ni la pintura del lienzo, ni lo que hay delante del artista. Por ello, se ha llegado a decir que los reyes no son el objetivo del maestro, sino que simplemente irrumpieron en la habitación para ver a su hija y a Velázquez, y por eso los vemos reproducidos en el espejo, causando la atención de los presentes. Esta segunda explicación se fundamenta sobre todo en el hecho de que en aquella época los reyes nunca se retrataban juntos, sino separados. Además, simbólicamente, el cuadro podría expresar una idea muy del gusto del maestro: la exaltación de la pintura como arte noble, digna de la atención de los reyes, y alejada de la artesanía. Aquellos especialistas que han optado por esta última interpretación, se centran en los dos grandes lienzos del fondo de la estancia, que se han identificado con unas copias que hizo Mazo de unos cuadros de Rubens y Jordaens. Estos representarían unas competiciones entre dioses y mortales, que acabarían con la victoria de los primeros. Así pues, la idea sería la del triunfo de la pintura sobre la artesanía, sobre las "artes mecánicas". Para enfatizar esta idea, Velázquez se retrata a sí mismo con la paleta en la mano y el pincel en suspenso, haciendo referencia al intelecto del pintor.<br />A estas interpretaciones clásicas, se les unió otra en la década de los 90, que atribuía al cuadro una explicación política. Tras realizar una radiografía a la pintura, salió una versión primitiva debajo del resultado definitivo, que cambiaba sustancialmente el sentido de la obra. En la versión original no aparecía Velázquez, sino un paje con un bastón de mando (elemento que se entregaba a los herederos al trono). Además, la figura de María Agustina Sarmiento tenía entre sus manos una bandeja con dulces, joyas, frutas y una copa de agua. En la infanta Margarita, se veía una expresión de rechazo ante tales ofrecimientos. Lo que supuestamente estos elementos quería<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvjSVuO4y1HxnOGB68TlMSQWpwmHpep14WuPxejE9taMi7d-ooKdapdmBOY-rDEx_InBiLxz-RBdeoLJnSdTYyVVkTzDrXtsXowtWm0hhQJEQSNo7oX1eqbiFTQxCy_zXIlLbaGtiNMe4/s1600-h/LasMeninasDet22G%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207619014737288786" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvjSVuO4y1HxnOGB68TlMSQWpwmHpep14WuPxejE9taMi7d-ooKdapdmBOY-rDEx_InBiLxz-RBdeoLJnSdTYyVVkTzDrXtsXowtWm0hhQJEQSNo7oX1eqbiFTQxCy_zXIlLbaGtiNMe4/s400/LasMeninasDet22G%5B1%5D.jpg" border="0" /></a>n decir, es que a la altura de 1656 (fecha en la que se pintó el cuadro), Margarita era la heredera a la corona española, y por eso recibía el bastón de mando y debía rechazar los placeres, las "vanidades", mostrando sus dotes de buen gobierno (lo que le llevaba a despreciar incluso el agua). Pero esta no es la versión que finalmente se presentó como definitiva. ¿Por qué razón cambió Velázquez estos elementos por otros, modificando así el sentido del cuadro? Al año siguiente, en 1657, nació Felipe Próspero, con lo que Margarita dejaba de ser heredera y esa interpretación del cuadro quedaba obsoleta. Entonces Velázquez, que ya era caballero de la orden de Santiago, repintó el lienzo, y le dotó de una nueva idea, la apología de la pintura y la nobleza del pintor. Sin embargo, aun siendo todo ello cierto, queda entonces por saber todavía lo más importante, ¿Qué pinta Velázquez en su cuadro?<br />Si rechazamos la versión más convencional del asunto (los retratados son los reyes), se puede llegar a pensar que Velázquez está pintando a la infanta Margarita mediante un juego de espejos. En efecto, esta idea puede parecer algo descabellada, pero no debemos olvidar que el artificio era un rasgo característico de los artistas de la época. De todas formas, lo que realmente estuviese pintando el artista en ese gran cuadro no lo sabremos nunca (para empezar porque no podemos verlo), así que tendremos que conformarnos con lo que sí podemos ver. Todo lo que hasta ahora se ha dicho no son otra cosa más que suposiciones, con lo que todos somos libres de imaginar lo que queramos. Quién sabe, quizás Velázquez nos esté retratando a nosotros.</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-11375688959181502552008-06-02T19:12:00.005+02:002008-12-08T23:20:15.164+01:00El desayuno<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2ylB1GsUPWj44BMMrJQ1BalPmpUlryu93xnn8YzOUDhqrwSSivkv66XSMYilMEbEWMSTp-_pAfvWlxq1pGGsNIciqT9CrK54jkoyRk7WfDuobQY_Kqqs38gbTE0Q_8HEKQyorW9pZkwc/s1600-h/Twin+Peaks+Diner+II%5B1%5D.jpeg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207334187308162066" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2ylB1GsUPWj44BMMrJQ1BalPmpUlryu93xnn8YzOUDhqrwSSivkv66XSMYilMEbEWMSTp-_pAfvWlxq1pGGsNIciqT9CrK54jkoyRk7WfDuobQY_Kqqs38gbTE0Q_8HEKQyorW9pZkwc/s400/Twin+Peaks+Diner+II%5B1%5D.jpeg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">En la barra del bar, donde todos los días desayuno, mirando mi café. Nadie más que el camarero de siempre limpiando los vasos, un viejo harapiento con los pies descalzos y yo. Afuera, la niebla. En el otro extremo, el viejo levantó su copa de vino al tiempo que me miraba detenidamente. Era feísimo. Me sonrió, y pude ver su cavernosa boca. Volví la vista de nuevo a mi café, y pegué el último trago. El camarero continuaba concentrado limpiando vasos. La música se detuvo, y por fin dejaron de oírse los sonidos del mundo. Afuera, la niebla. Ese no era sitio para la vida. Allí debíamos estar todos muertos. </span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-44752046509575903572008-05-23T13:15:00.002+02:002008-12-08T23:20:15.354+01:00El enigmático Alfonso White (episodio 3)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMJA6KYS9atJpyAfXCStC7C_sJNOZQuWu5gdGA15sPoQDwZ8DOe6BLChmtsmj1fJIxkgEh0tohgou1dud2ShRXhQkTAaPaGlCQXIF7ouAxp_2e0siKg7P63xCIM9OB47LIZrLP10pJfCw/s1600-h/RH400157_001%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5203532869545122946" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMJA6KYS9atJpyAfXCStC7C_sJNOZQuWu5gdGA15sPoQDwZ8DOe6BLChmtsmj1fJIxkgEh0tohgou1dud2ShRXhQkTAaPaGlCQXIF7ouAxp_2e0siKg7P63xCIM9OB47LIZrLP10pJfCw/s400/RH400157_001%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Sir Jonathan se sentó de nuevo en su silla y se dispuso a responder a la pregunta. Levantó las cejas, se estiró el bigote con ambas manos, pero no dijo nada. "Venga papá, tú le conociste". Jonathan Dyck miró entonces a su hijo con los ojos entornados, y comenzó: "Haría falta vivir cien veces para conocer a Alfonso White... Lo único que puedo deciros es que hubo un tiempo en que él y yo éramos muy buenos amigos, y que después, inexplicablemente, el comportamiento de ese hombre dio un giro de ciento ochenta grados. Empezó cuestionando los métodos de los profesores, nos insultaba y se reía de nosotros porque decía que estábamos "ciegos", maldecía los artículos de los periódicos... En fin, nada en la vida le parecía correcto, cualquier cosa era para él detestable, y un día dejó de venir sin más al club porque para él éramos "cerdos con traje". Después de eso renegó de su cátedra en el King´s College, y su prestigio en la universidad cayó en picado. Finalmente, un día aprovechó los antiguos contactos de su tío en la Compañía y se escapó a la India, abandonando a su mujer y a sus tres hijos... No, no conozco la razón de tal cambio, pero sospecho que la respuesta no la encontraríamos dentro de los límites de la normalidad". Se hizo entonces el silencio, y tan sólo el ruido de la calada de Burt rompió la calma. Sir Jonathan miró a su hijo, y después a Carl Burt, y confesó sinceramente no saber nada más. "Yo también tuve la oportunidad de captar toda esa rabia en White –dijo Burt entre una nube de humo-, cuando le conocí personalmente en el poblado Acholi. Una noche de verano, cuando asistí con motivo de mi investigación a una fiesta de baile bwola, vi a Alfonso White sentado en el suelo como todos los demás. Entre él y yo se erigía la vibrante hoguera que lanzaba a las muchachas del pueblo hacia el interior del círculo para bailar violentamente. A través de las llamas, rodeados de los negros, White y yo nos observábamos detenidamente, pero ninguno de los dos movió un músculo. El ruido palpitante de los tambores nos invitaba a saltar, y las mujeres semidesnudas corriendo por delante de nuestras caras nos tentaban a desviar la vista, pero no nos movimos. Me sorprendió ver a White sentado junto al jefe de la tribu, ocupando un sitio privilegiado al que tan sólo un príncipe podría aspirar. El jefe acholi se había vestido con el chaleco y el sombrero de White, y fumaba tranquilamente una pipa larga de opio, con la que poco a poco se iba adormilando. Me pareció curioso el hecho de que yo, habiendo pasado casi un mes conviviendo con ese pueblo, todavía no hubiese podido dirigirme al jefe sin intermediarios, y en cambio aquel hombre consiguiera intimar con él la primera noche. Saqué después mi libreta, y comencé a realizar apuntes y dibujos, como hacía todos los días. Al acabar, levanté la vista de nuevo y vi que White ya no estaba, y que el jefe yacía en el suelo, inmerso en un profundo sueño, ajeno a cualquier baile, movimiento o rito. Al momento, una de las bailarinas se acercó a mí y me tendió la mano para que me levantara. Después se alejó de la fiesta, hacia la oscuridad de la sabana, y yo la seguí instintivamente. Cuando llegamos a una choza apartada y oculta totalmente por las sombras, la muchacha apartó con la mano la piel de leopardo que servía de entrada y vi en el interior a Alfonso White recostado y fumando su pipa de opio, levemente alumbrado por una linterna que pendía de un trípode metálico. Pasé y me senté sobre unas pieles colocadas en el suelo; después realizamos las presentaciones y le expliqué rápidamente cuál era mi labor en ese sitio. Con solamente mirarme, supe que todo lo que le expliqué no era para él mas que una idiotez, y me sentí la persona más pequeña del mundo. No obstante, se mostró interesado por mis tesis, y me dijo sin creerlo realmente que eran muy interesantes. Yo le pregunté entonces el motivo de su estancia en el poblado y me respondió algo del estilo "aquí empezó todo" o "estos son los orígenes"... no lo recuerdo bien. Después, sin yo esperarlo, me preguntó si sabía lo que ocurrió realmente en el motín del 58, y aprovechó ese momento para relatarme su experiencia en la India, describiéndome las cosas que allí había visto, y acabando con un "pero eso no interesa". Parece que de todo lo que me dijo, le impactó especialmente lo sucedido en un torneo de tenis organizado en Delhi, al que él asistió como invitado". Jonathan Dick se pasó de nuevo la mano por el bigote. "¿Tenis?". Burt aprovechó para fumar y se ocultó tras el humo. "Por lo visto le invitaron a una fiesta de tenis, y allí ocurrió algo que le marcó bastante. Después de los partidos, cuando todo el mundo descansaba en los jardines, uno de los hombres se pasó con la ginebra cuando el resto tomaba el té. Borracho, empezó a reírse de uno de los camareros indios por su aspecto físico. El camarero intentó no hacer caso de las mofas, pero cuando estaba posando en su bandeja las tazas vacías de una mesa, recibió por la espalda el duro golpe de un raquetazo. Inmediatamente cayó en el suelo dolorido, pero el borracho continuó golpeándole en la cabeza con la madera de la raqueta una y otra vez hasta que el indio dejó de defenderse. Todos los presentes tomaron el asunto como un hecho aislado, y nadie le dio demasiada importancia, pero White no pudo comprender cómo después de eso, el borracho se volvió a sentar con su botella y mostró al resto su sonrisa de satisfacción. Cuando me contó esto, White le dio una larga calada a su pipa de opio, y me explicó que al día siguiente de aquel incidente cogió el primer vapor a Shangai con el fin de escapar de sus compatriotas. Más tarde me confesó que en China rara vez salía de los fumaderos. "Dentro de diez años, África habrá muerto" me dijo entonces, y se tumbó completamente sobre las pieles del suelo, afectado por la droga. Alargó la mano hacia atrás y cogió una terrorífica máscara de madera, que inmediatamente se colocó en la cara. Antes de quedarse totalmente dormido, me miró con la máscara puesta y susurró algo parecido a "Tenemos el poder y lo destruimos... Somos los dioses de la ruina..." Después salí de la choza y, guiándome por las luces de la hoguera, contemplé el final del espectáculo. Fue la última vez que vi a White". Por la ventana del despacho de Sir Jonathan Dyck se veían los golpes de luz que causaban las farolas de la calle al encenderse. Cada dos segundos se encendía una nueva, y este era un momento que a Sir Jonathan le gustaba observar. Se levantó, y desde la ventana dijo: "Hace mucho tiempo que Alfonso White ya no es de este mundo". Los destellos llegaron hasta el final de la calle Stamford, y entonces Jonathan supo que era la hora de la cena. "¿Nos acompañará esta noche para la cena señor Burt?" Carl Burt se metió la mano en el bolsillo de su chaleco y sacó un reloj plateado. Miró un momento la hora. "No".</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-4430041831090596532008-05-20T21:37:00.002+02:002008-12-08T23:20:15.535+01:00Encuentro en el lago Rudolf (episodio 2)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz-dAqDkkbINca4XZ7sZVCbmZ5n0wdnYOVrN4MesQn2kqcPx3y1gGZCXyZuDGt0LWRurzudMuWVk9AOjfF_5uZR8IGIrnjSO4qrvDyn12eZSxDldozrCyJkN3ObLS7iSWEgZtUJA0qHUU/s1600-h/Zoo_lion%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5202547088288883330" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz-dAqDkkbINca4XZ7sZVCbmZ5n0wdnYOVrN4MesQn2kqcPx3y1gGZCXyZuDGt0LWRurzudMuWVk9AOjfF_5uZR8IGIrnjSO4qrvDyn12eZSxDldozrCyJkN3ObLS7iSWEgZtUJA0qHUU/s400/Zoo_lion%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /><span style="font-size:130%;">"Durante las dos primeras semanas en África me dediqué a seguir al león por sus rugidos de hambre. Todos los días me despertaba al alba y emprendía la caminata junto a mis dos negros, pero no dábamos con él. No fue hasta el duodécimo día cuando empezamos a escuchar los rugidos algo más cerca; y hacia el mediodía, cruzando unos campos de sorgo situados en los alrededores de un pequeño poblado, nos sentimos atraídos por los gritos de una multitud. En el centro de todo el alborotado gentío que se había formado, yacía entre las plantas la mitad del cuerpo de un niño. Era una escena horrible, el contraste de la sangría con el monótono paisaje amarillento... Por lo visto la bestia embistió al pequeño cuando este estaba espantando con piedras a los pájaros que merodeaban sus cultivos. Tras el ataque, un amigo que estaba cerca comenzó a chillar, y alertó a todo el pueblo, que consiguió ahuyentar al león cuando ya era demasiado tarde. De un solo mordisco casi no quedó nada de la criatura, pero eso no era alimento suficiente para el monstruo que seguíamos". Carl Burt continuaba soltando humo por su invisible boca, y Jonathan Dyck observaba inquieto por la ventana esperando que el relato de su hijo le hiciera entender cómo Alfonso White le había quitado lo que era suyo. "A los dos días de eso, al atardecer, el rastro nos llevó hasta el lago Rudolf, donde unos cuantos antílopes aprovechaban para beber agua. Yo estaba seguro de que el león más grande del mundo rondaba por la zona, así que busqué atentamente unas rocas situadas estratégicamente para ocultarme y tener buen ángulo de tiro. Un par de horas después, cuando el horizonte ya sólo nos dejaba medio sol, apareció violentamente una leona enorme, causando la locura entre los tranquilos antílopes. El animal se zambulló en el agua en plena carrera y mordió el cuello de la primera cría que se interpuso en su trayectoria. Arrastró entonces al antílope hasta la orilla y con una de sus patas delanteras presionó su cuello contra la tierra. Corriendo aparecieron entonces sus tres cachorros, que se lanzaron directamente al vientre del animalito, y no tardaron en estirar con sus pequeños dientes los sangrientos trozos de carne. El pequeño antílope intentaba llamar desesperadamente a sus familiares, pero estos no podían hacer otra cosa más que mirar lamentablemente desde la otra orilla del lago. Los leoncitos seguían alimentándose cuando sobre ellos cayó su padre, la bestia que andábamos buscando, que apartó bruscamente a los cachorros con su zarpa". En ese momento, Sir Jonathan Dyck intervino, todavía de espaldas a su hijo, "el macho come el primero". Carl Burt continuó con su silencio, y David emprendió de nuevo el relato: "Por lo menos medía cuatro metros de largo, y calculé que pesaría unos trescientos cincuenta kilos. Era la cosa más colosal del planeta, y ahora metía toda su cabeza en el pequeño cuerpo del antílope, que todavía con vida, restregaba los cuernos convulsivamente por el suelo. Entonces sujeté mi rifle con firmeza y apunté al león, pero cuando tenía el dedo en el gatillo, la sombra de un hombre se acercó suavemente a la bestia y le hundió un cuchillo enorme en la garganta. Era Alfonso White, aunque yo en ese momento no veía otra cosa más que una siniestra sombra. El león, por el hambre creo yo, no había oído a White acercarse, y tras la cuchillada soltó un rugido que fue oído probablemente por todos los animales de la tierra. Después de eso, se desplomó sin más. Vi desde mi roca entonces cómo White se subía encima del animal desangrado y agarraba con la mano izquierda su rojiza cabellera para levantar su enorme cabeza. Con la mano derecha, que sujetaba el cuchillo, empezó a serrar el cuello del león, y la sangre que salpicaba a borbotones le manchó sin importarle su precioso traje color marfil. Cuando hubo terminado, bajó del lomo del animal y levantó la cabeza con la mano, de forma que su mirada coincidiese con la del félido, y luego le dijó aún algo, pero yo no pude oírlo". "Pero bueno hijo –interrumpió Jonathan-, ¿Cómo no aprovechaste en ese momento para matarle de un tiro?" David permaneció unos segundos sin respuesta, pero finalmente se dirigió a su padre con sinceridad: "Bueno papá, yo no soy un asesino". Carl Burt siguió contaminando la habitación, y cruzó ahora la otra pierna. Jonathan preguntó de nuevo: "¿Y después que pasó?", "Pues nada, simplemente cogió su cabeza y se fue. Yo quedé tan impactado con lo sucedido, que inicié inmediatamente el regreso. En el puerto de Lagos conocí a Carl, que casualmente había estado realizando unos estudios de antropología en un poblado por el que White anduvo durante algunos días, así que vinimos juntos". Jonathan Dyck se dio entonces la vuelta y apoyó las manos sobre su mesa, fijando la mirada en su hijo. "David, aunque sabes que tiempo atrás Alfonso y yo fuimos muy buenos amigos, eso se acabó..." La cabeza de Carl Burt se enderezó entonces, mostrando a la luz sus pequeños y penetrantes ojos, y se dirigió con grave voz a Sir Jonathan: "¿Qué le pasó a Alfonso White?" </span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-58114374570677166102008-05-19T20:38:00.004+02:002008-12-08T23:20:15.673+01:00Regreso de África (episodio 1)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWTeOkFE96BRI3OgoZwR3OT1xJXdFOwKpWCpFwmWjDbUVZLtBy1CzpM4x4VV_fARmBlru3xa-vWUnT67A4aCzc5ePqWFNcppxkp0AGi5SF5mTSgOb5ReqOlhkedB7ENEpgr5SqlfSqn9M/s1600-h/london%5B1%5D.jpeg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5202160657196360306" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWTeOkFE96BRI3OgoZwR3OT1xJXdFOwKpWCpFwmWjDbUVZLtBy1CzpM4x4VV_fARmBlru3xa-vWUnT67A4aCzc5ePqWFNcppxkp0AGi5SF5mTSgOb5ReqOlhkedB7ENEpgr5SqlfSqn9M/s400/london%5B1%5D.jpeg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /><span style="font-size:130%;">Sir Jonathan Dyck observaba atentamente su nuevo envío de grabados sobre personajes pintorescos de las diferentes tribus africanas, cuando sonó la puerta del despacho, y acto seguido la criada Rose entró en la habitación. "Su hijo acaba de llegar Mr. Dyck". Y tras quitarse las pequeñas gafas redondeadas de los ojos, Sir Jonathan pidió hacer pasar al muchacho. Al momento apareció David con otro caballero desconocido, y por la mirada de su hijo, Jonathan supo que todavía no tenía su trofeo. "¡Hijo mío!, ¿qué tal por África?". David no respondió a la pregunta de su padre, pero le abrazó intentando eludir el asunto, aunque supiese que eso era imposible. "Papá, te presento a un compañero de viaje, Carl Burt". El señor Burt, sin decir nada, alargó la mano para saludar al padre de David, pero ocultó su rostro bajo el bombín, manteniendo cierto anonimato. Jonathan volvió a sentarse en su gran silla tras la mesa, y mandó también a los dos jóvenes que se pusieran cómodos. Conforme David tomaba asiento en la silla de enfrente de la de su padre, dijo: "No te he conseguido el león papá". Carl Burt encendió entonces su pipa desde el gran sillón de uno de los extremos de la sala, y la fugaz llama iluminó súbitamente el oscuro rincón en el que se encontraba. "¿No pudiste dar con él? Ya te describí la zona en la que debía encontrarse". Burt negó entonces con la cabeza, pero mantuvo su rostro dirigido al pecho bajo el bombín, al tiempo que expulsaba el denso humo de su primera calada. "No es eso padre. Sí que di con él, pero en el momento en que lo tenía alguien me lo arrebató". Jonathan miró fijamente a su hijo, sin decir nada, únicamente esperando recibir el nombre y los apellidos de quien había robado su pieza. David le devolvió la mirada, y durante unos segundos se hizo el silencio, mientras el humo del tabaco de Burt irrumpía en todo el espacio de la sala. "Alfonso White me lo quitó". Los puños de Jonathan golpearon con dureza la gran mesa de madera, volcando el tintero y derramando todo el líquido oscuro sobre los grabados de los salvajes. Con la boca apretada, sin abrirla, pero enseñando todos los dientes a la manera de una bestia de la jungla, emitió un silbido ensordecedor que resonó en toda la estancia: "Wwwwhite". El humo, que ya había alcanzado el techo, empezó a cubrir las cabezas de los animales que colgaban de las paredes, convirtiéndose el despacho de Sir Jonathan Dyck en un lugar fantasmal. "Quiero que me lo cuentes todo. Desde el principio. Con todo lujo de detalles", dijo al tiempo que se levantaba de la silla y se daba la vuelta para mirar a través del vidrio de su ventana la terrorífica niebla de la calle Stamford. Carl Burt cruzó entonces las piernas para ponerse cómodo y dio otra calada a su pipa. El humo había invadido ya toda la habitación.</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-66024842672901430432008-05-19T11:11:00.003+02:002008-12-08T23:20:15.813+01:00"Las ratas" de Miguel Delibes<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKg6XHZqYwF7mkhMxOqa8UkyCdHou_OSDRKoRLC8YWkzOWFptff_BWFP0qEob6eeny42Ff8-N6SCIsylDl05TBgHX_VS0ItIw4lQslofOK1Sz2PYpNOwB7nrXlRk2ekZGndugYGLBcnWg/s1600-h/2699901%5B1%5D.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5202022668487074402" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKg6XHZqYwF7mkhMxOqa8UkyCdHou_OSDRKoRLC8YWkzOWFptff_BWFP0qEob6eeny42Ff8-N6SCIsylDl05TBgHX_VS0ItIw4lQslofOK1Sz2PYpNOwB7nrXlRk2ekZGndugYGLBcnWg/s400/2699901%5B1%5D.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">"A la noche, tan pronto sintió dormir al tío Ratero, se levantó y tomó la trocha del monte. La Fa brincaba a su lado y, bajo el desmayado gajo de la luna, la escarcha espejeaba en los linderones. La madriguera se abría en la cara norte de la vaguada y el niño se apostó tras una encina, la perra dócilmente enroscada bajo sus piernas. La escarcha le mordía, con minúsculas dentelladas, las yemas de los dedos y las orejas, y los engañapastores aleteaban blandamente por encima de él, muy cerca de su cabeza.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Al poco rato sintió grañir; era un quejido agudo como el de un conejo, pero más prolongado y lastimero. El Nini tragó media lengua y remedó el chillido repetidamente, con gran propiedad. Así se comunicaron hasta tres veces. Al cabo, a la indecisa luz de la luna, se recortó en la boca de la madriguera el rechoncho contorno de un zorrito de dos semanas, andando patosamente como si el airoso plumero del rabo entorpeciese sus movimientos.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">En pocos días el zorrito se hizo a vivir con ellos. Las primeras noches lloraba y la Fa le gruñía con una mezcla de rivalidad atávica y celos domésticos, pero terminaron por hacerse buenos amigos. Dormían juntos en el regazo del niño, sobre las pajas, y a la mañana se peleaban amistosamente en la pequeña meseta de tomillos que daba acceso a la cueva. Pronto se corrió la noticia por el pueblo y la gente subía a ver el zorrito, mas, ante los extraños, el animal recobraba su instinto selvático y se recluía en el rincón más oscuro del antro, y miraba de través y mostraba los colmillos.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Decía Matías Celemín, el Furtivo:</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">-¡Qué negocio, Nini, bergante! A este me lo zampo yo.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">A las dos semanas el zorrito ya comía en la mano del niño, y cuando este regresaba de cazar ratas el animal le recibía lamiéndole las sucias piernas y agitando efusivamente el rabo. Por la noche, mientras el tío Ratero guisaba una patata con una raspa de bacalao, el niño, el perro y el zorro jugaban a la luz del carburo, hechos un ovillo, y el Nini, en esos casos, reía sin rebozo. Por las mañanas, a pesar de que el zorrito se hizo a comer de todo, el Nini le traía una picaza para agasajarle y al verle desplumar el ave con su afilado y húmedo hocico, el niño sonreía complacidamente.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">La Simeona le decía a doña Resu, el Undécimo Mandamiento, a la puerta de la iglesia, comentando el suceso de la cueva:</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">-Es la primera vez que veo a un raposo hacerse a vivir con los hombres.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Pero doña Resu se encrespaba:</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">-Querrás decir que es la primera vez que ves a un hombre y un niño hacerse a vivir como raposos.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">El Nini temía que, al crecer, el zorrito sintiera la llamada del campo y le abandonase, aunque de momento el animal apenas se separaba de la cueva, y el niño, cada vez que salía, le hacía una serie de recomendaciones y el zorrito le miraba inteligentemente con sus rasgadas pupilas, como si le comprendiese.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">Una mañana, el chiquillo oyó una detonación mientras cazaba en el cauce. Enloquecido, echó a correr hacia la cueva y antes de llegar divisó al Furtivo que descendía a largas zancadas por la cárcava con una mano oculta en la espalda y riendo a carcajadas:</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">-Ja, ja, ja, Nini, bergante, ¿a que no sabes que te traigo hoy? ¿A que no?</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">El niño miraba espantado la mano que poco a poco se iba descubriendo y, finalmente, Matías Celemín le mostró el cadáver del zorrito todavía caliente. El Nini no pestañeó, pero cuando el Furtivo se lanzó a correr cárcava abajo, se agachó en los cascajos y comenzó a cantearle furiosamente. El Furtivo brincaba, haciendo eses, como un animal herido, sin cesar de reír agitando en el aire, como un trofeo, el cadáver del zorrito. Y cuando se refugió, al fin, tras el Pajero del pueblo, aún se lo mostró una vez más, lamentablemente desmayado, sobre los tubos de la escopeta."</span></div><br /><div><span style="font-size:130%;"></span></div><br /><div><span style="font-size:130%;"><em>Las ratas </em>M. Delibes</span></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3551070214473328587.post-91731879058212316572008-05-18T20:31:00.000+02:002008-12-08T23:20:15.953+01:00El cielo de Egipto<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2W3Ku5w0OIv77TQlPW6V5QRw3AYyUHxad37c0MNmfI85wHBs4LVSSYXKuACDFkwDIPUHtpC7OnJZmYJKjCfHkkFxyPoQkXV4M9Diq4spE09TZUSbGuzpAbHDkPY9U9jYTz0RkzK7WH-k/s1600-h/Egipto+2008+006.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5201794867716661842" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2W3Ku5w0OIv77TQlPW6V5QRw3AYyUHxad37c0MNmfI85wHBs4LVSSYXKuACDFkwDIPUHtpC7OnJZmYJKjCfHkkFxyPoQkXV4M9Diq4spE09TZUSbGuzpAbHDkPY9U9jYTz0RkzK7WH-k/s400/Egipto+2008+006.JPG" border="0" /></a><br /><div><br /><br /><div align="justify"><span style="font-size:130%;">La estela que el barco provocaba en el agua al navegar hizo que perdiese la noción del tiempo. No sé realmente si pasó un minuto o una hora, pero si que es cierto que el fuerte griterío que se produjo de repente me hizo salir de aquel hipnotismo. Giré la cabeza y pude observar a algunos de mis compañeros de viaje levantar las manos, saltar y lanzar saludos hacia la orilla. Y entre las palmeras, dos hombres y un niño andaban junto a su burro, que cargaba todos los instrumentos necesarios para el trabajo del campo. El pequeño nos sonreía y también gritaba cosas, los hombres en cambio... no podría decir con seguridad lo que sus rostros expresaban. Levanté entonces la mirada, y comprobé que todas las nubes habían desaparecido, para dejar que el sol nos atacara con toda su furia. Mi piel ya no aguantaría mucho más, con lo que retrocedí a mi toalla y me embadurné de crema. Al volver, los campesinos habían desaparecido. El cielo de Egipto no era desde luego como el de España, nunca alcanzaba el tono azulado al que estamos acostumbrados. Más bien su tonalidad era entre amarillenta y grisácea, de forma que en la lejanía no podía distinguirse bien donde acababa la tierra y empezaba el cielo. Decididamente mi cuerpo no estaba hecho para soportar ese ardor, mi piel no era como la de esa gente. Más campesinos, vi que por la orilla caminaban otros tres hombres con su burro, pero en esta ocasión no hubo saludos. Me volví, y me acerqué a la piscina con el resto del grupo.</span></div></div>Alfonso Whitehttp://www.blogger.com/profile/08702717899495041624noreply@blogger.com2