18 mayo 2008

El cielo de Egipto




La estela que el barco provocaba en el agua al navegar hizo que perdiese la noción del tiempo. No sé realmente si pasó un minuto o una hora, pero si que es cierto que el fuerte griterío que se produjo de repente me hizo salir de aquel hipnotismo. Giré la cabeza y pude observar a algunos de mis compañeros de viaje levantar las manos, saltar y lanzar saludos hacia la orilla. Y entre las palmeras, dos hombres y un niño andaban junto a su burro, que cargaba todos los instrumentos necesarios para el trabajo del campo. El pequeño nos sonreía y también gritaba cosas, los hombres en cambio... no podría decir con seguridad lo que sus rostros expresaban. Levanté entonces la mirada, y comprobé que todas las nubes habían desaparecido, para dejar que el sol nos atacara con toda su furia. Mi piel ya no aguantaría mucho más, con lo que retrocedí a mi toalla y me embadurné de crema. Al volver, los campesinos habían desaparecido. El cielo de Egipto no era desde luego como el de España, nunca alcanzaba el tono azulado al que estamos acostumbrados. Más bien su tonalidad era entre amarillenta y grisácea, de forma que en la lejanía no podía distinguirse bien donde acababa la tierra y empezaba el cielo. Decididamente mi cuerpo no estaba hecho para soportar ese ardor, mi piel no era como la de esa gente. Más campesinos, vi que por la orilla caminaban otros tres hombres con su burro, pero en esta ocasión no hubo saludos. Me volví, y me acerqué a la piscina con el resto del grupo.

2 comentarios:

alba dijo...

Pisabas, entonces, la línea divisoria de dos mundos.

Dulces besitos.

alba dijo...

Ojalá podamos, poco a poco, capturar la esencia de los miles y miles de cielos de este mundo.

No olvides jamás ese viaje, por todo lo que te ha enseñado, por todo lo que, por dentro, re ha hecho crecer.

¡Buenos días... de lluvia!