28 enero 2009

El sentido de las cosas


Tradicionalmente se ha pensado, y con mucha razón, que la cultura nace siempre de los cambios y permanencias sucedidos en la ideología de las sociedades, es decir, que los giros ocurridos en el código mental de las personas, al expandirse y consolidarse, generan lo que llamamos rasgos culturales. Por lo tanto, los objetos, las “cosas” que fabrican las sociedades no son en realidad nada más que la consecuencia de su propia evolución cultural. Solamente cuando un grupo humano ha realizado una transformación ideológica determinada, es capaz de crear los utensilios que sirvan a su forma de pensar. Es por eso que a partir de los objetos que genera una cultura, puede llegarse a conocer el código moral que la distingue (he ahí el sentido de la Arqueología, que estudia el pasado dando marcha atrás al curso natural de los acontecimientos: de cultura material a ideología, y no de la forma inversa, originaria).

A lo largo de una interesante conversación que mantuvimos el otro día una chica y yo en una cafetería cercana al conservatorio de música, salieron temas de este estilo. Hablábamos de las diferencias evidentes que existen entre el comportamiento de las personas orientales y occidentales, y de cuáles son los posibles destinos de la variedad cultural, basándonos en la situación actual del mundo. Cuando de los grandes temas íbamos pasando a cosas más pequeñas, como las diferencias en el gusto de los objetos, o los diferentes patrones que de la belleza se tienen en diversas partes del planeta, ella me recomendó un libro que podría interesarme. Más tarde, antes de separarnos en la puerta de su casa, subió un momento a por el libro y me lo dio, El elogio de la sombra, de Tanizaki. Comencé a leerlo en mi casa muy interesado, y pronto advertí que todas esas reflexiones que he expuesto en el párrafo anterior, tienen otra forma posible de interpretación. No había pensado yo en la importancia simbólica que un objeto puede tener para una sociedad una vez que se ha creado. Más claramente, ¿es que el objeto en sí no puede actuar también como agente ideológico en una cultura? De la misma forma que unos procesos ideológicos derivaron en la creación de las cosas, ¿hasta qué punto esas cosas generan asimismo una nueva ideología? En un mundo tan globalizado como en el que vivimos, donde la conexión entre las personas es inmediata y constante, no es raro que surgiese un fenómeno como el de los teléfonos móviles. Sin embargo, una vez inventados y expandidos por todo el globo, los teléfonos han creado en nuestras sociedades nuevas necesidades que antes no existían, nuestra cultura ha cambiado por el objeto.


"He publicado hace poco en los Bungei-Shunju un artículo en el que comparaba la estilográfica y el pincel; pues bien, supongamos que el inventor de la estilográfica hubiera sido un japonés o un chino de otra época. Es evidente que no habría dotado a su punta de una plumilla metálica sino de un pincel. Y que lo que habría intentado que bajara del depósito hasta las cerdas del pincel no sería tinta azul sino algún tipo de líquido parecido a la tinta china. Por lo tanto, como los papeles de tipo occidental no sirven para el uso del pincel, para responder a la creciente demanda se tendría que producir una cantidad industrial de papel análogo al papel japonés, una especie de hansi mejorado, y si el papel, la tinta china y el pincel hubieran seguido este desarrollo, la pluma metálica y la tinta occidental nunca habrían conocido su auge actual, los partidarios de los caracteres latinos no habrían tenido ningún eco y los ideogramas o los kana habrían gozado de un unánime y poderoso favor. Pero esto no es todo: nuestro pensamiento y nuestra propia literatura no habrían imitado tan servilmente a Occidente y ¿quién sabe? probablemente nos habríamos encaminado hacia un mundo nuevo completamente original. Con esta disgresión he querido mostrar que la forma de un instrumento aparentemente insignificante puede tener repercusiones infinitas".

Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra