27 junio 2008

El poder de la imagen



En el pasado, cuando la cultura de la "gente popular" era únicamente de tipo visual y oral, la iconografía actuaba como un medio de "adoctrinamiento", que extendía las imágenes que desde el poder se querían proyectar. Ya el papa Gregorio Magno (540-604) comentó en una ocasión: "Se colocan imágenes en las iglesias para que los que no son capaces de leer lo que se pone en los libros lo lean contemplando las paredes". Por eso, a través de los cambios en las imágenes a lo largo del tiempo, los historiadores han podido comprobar, por ejemplo, que a finales de la Edad Media se produjo una preocupación especial por el dolor (y es que en esta época empezó a generalizarse el culto a los instrumentos de la Pasión, como los clavos y la lanza).
En los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (1491-1556), se exhortaba al lector o al oyente a imaginar el infierno, Tierra Santa y otros lugares, en lo que el autor llamaba "composición de lugar". San Ignacio pretendía así que los fieles tuvieran "un vivo retrato en la imaginación de la longitud, la anchura y la profundidad del infierno", de los "enormes fuegos" y de las almas "con el cuerpo de fuego". Puede apreciarse entonces que desde finales del siglo XV, hubo un especial interés por representar de manera fiel, escenarios y elementos que pertenecían al mundo de lo sobrenatural.
A partir de este primer paso, algunos artistas pretendieron interpretar estas descripciones místicas a través de sus pinceles, y así hoy podemos contemplar los cuadros de pintores como El Bosco, que describieron lugares como el infierno de una manera muy imaginativa. Estos cambios producidos en las imágenes del infierno y del demonio a lo largo del tiempo, ayudarían a los investigadores a hacer, por qué no, una historia del miedo.
Y esta facultad de la imagen de hacer legible el pensamiento, fue realmente explotada a partir del siglo XVI, cuando por medio del grabado, los protestantes pudieron llegar a la mayoría de la población analfabeta. Así, los impresores luteranos se inspiraron en un gran repertorio de chistes y burlas, para que sus imágenes acabaran con la Iglesia Católica, transformándola en el imaginario colectivo en algo ridículo. Un amigo de Lutero, el pintor Lucas Cranach (1472-1553), y su taller de Wittemberg, produjeron numerosas estampas de carácter polémico, como el famoso Passional Christi und Antichristi, que contraponía la vida sencilla de Cristo con la magnificencia y la soberbia del papa. Se empezaba a utilizar la imágen ya como instrumento para fines más amplios.
Por supuesto, la Iglesia Católica no permaneció impasible, y contraatacó con una nueva forma de entender la representación de la religiosidad. El Concilio de Trento (1545-1563), reafirmó la importancia de las imágenes sagradas, de manera que los éxtasis y apoteosis de santos, por ejemplo, se presentaban con la finalidad de impresonar al espectador y subrayar la diferencia entre las personas santas y los comunes mortales. En esta época, la imagen y su difusión tendría entonces una función de adoctrinamiento, pero también de propaganda.
La "imagen" que aquí presento corresponde a una pintura de Pieter Brueghel, titulada El triunfo de la muerte (1562). Al observarla, el espectador actual puede dejarse llevar por los detalles curiosos, pero ¿causaba la misma reacción en las gentes de la época? ¿es que entonces esta obra no tenía fines más elevados que los de despertar la "curiosidad"? ¿acaso esta pintura no daba miedo? Si prestamos atención, veremos que la pintura trata sobre la omnipresencia de la muerte; y es que en la época en que se hizo, la muerte convivía literalmente con la vida, de forma que nadie tenía la seguridad de si aguantaría a la siguiente crisis de subsistencia, epidemia, catástrofe natural o guerra. Vemos por eso que Brueghel acentúa el hecho de que la muerte no hace distinciones, y por eso apreciamos que de la misma manera que los esqueletos acaban con la vida de pobres campesinos, también hacen lo mismo con un rey, a quien se le enseña un reloj de arena (símbolo de la fugacidad de la vida). La muerte puede llegar además en cualquier momento, no sólo en la guerra (vemos a los soldados combatiendo con los esqueletos), sino también en mitad de una travesía (hay un peregrino tirado en el suelo que está siendo degollado), o en el transcurso de un feliz banquete. No diríamos nada descabellado si afirmásemos que las gentes del siglo XVI veían en representaciones de este tipo su propio destino. Efectivamente, imágenes como esta resultan más apasionantes cuando somos conscientes del tremendo poder que poseían.

25 junio 2008

Mi paso por el cadalso


Como casi siempre que tengo un examen, hoy me he despertado a las cinco de la mañana para estudiar, aunque la verdad es que más me habría valido seguir durmiendo el resto del día. Esas tres horas de repaso se me han hecho larguísimas, me he leído los apuntes tantas veces ya a lo largo de estos días que en realidad una vez más no creo que me haya servido de mucho. Y aún así, cuando se ha hecho la hora de irme a la facultad, me ha dado la sensación de que no me lo sabía, de que había cientos de cosas que todavía se me escapaban. "Siempre me pasa lo mismo", he pensado, "y luego me va bien". Pero da igual, no puedo controlarme, y he vuelto ha desconfiar de mí mismo. Me he mirado en el espejo del baño, y he pensado que como el examen era oral, debía parecer una persona responsable. Al fin y al cabo, en el despacho íbamos a estar solos el profesor y yo, con lo que era recomendable presentar una buena imagen, y también dar sensación de seguridad.
El camino a la facultad ha sido horrible, rememorando fechas, batallas, paces, personajes destacados, constituciones, leyes fundamentales... Números y datos en definitiva, ¡como si fuera eso lo que importa! Como llegaba con media hora de antelación a la universidad, he pensado que seguramente sería el primero en entrar al examen, y así podría irme antes a casa, pero al subir el tramo de escaleras que llevaba al piso de los despachos, ya había esperando más de quince personas. Mirando hojas de apuntes y barajándolas desesperadamente, dando vueltas en círculo con la mirada fija en el techo, preguntándose unos a otros fechas y más fechas, o sentados con la cabeza entre las piernas; ese era el panorama que me he encontrado nada más llegar, y todavía quedaba media hora para empezar. Iluso de mí, he sacado los apuntes de la cartera para repasar, pero a los treinta segundos los he vuelto a meter dentro, "Que sea lo que Dios quiera, pero ya no miro ni un dato más". A mi lado, un chico y una chica se han puesto a prueba para demostrar sus conocimientos, y yo en ese momento he empezado a sentir auténtico terror. "¿En qué año se creó la Taula Rodona? En 1966, ¿y cuándo se derogó el Estatuto de Autonomía catalán? Pffff, qué fácil, ¡en 1938! A ver, ¿qué pasó el 23 de agosto de 1936?" Entonces he pensado que como siguieran así mucho tiempo a mí me iba a dar algo, y en ese instante un compañero se me ha acercado y me ha dicho sin más: "¿Sabes lo que suele preguntar? El frente de Aragón", "¡Queeeeee! Pero si no lo dio en clase", mi compañero se ha encogido de hombros y me ha sonreído. "Joder –me he dicho a mí mismo-, cuando vea en la ficha que soy de Zaragoza seguro que me pregunta el puto frente de Aragón". En ese instante he pensado seriamente en la fuga, y entonces el profesor ha pasado por delante de nosotros y ha abierto la puerta de su despacho. Se ha vuelto para dirigirse a todos, "Id pasando de uno en uno".
Cuando la primera chica ha entrado, todo el mundo en el pasillo se ha puesto a suponer lo que el profesor estaba preguntando, "¡La oposición al franquismo! No, que eso lo puso el año pasado, este pondrá la economía". Y así hemos estado todos durante un cuarto de hora hasta que ha salido la chica, y nos ha mirado con una sonrisa de oreja a oreja, "Los textos". Y todos han soltado entonces las mochilas para sacar corriendo los textos que el profesor nos dio a principio de curso sobre el franquismo. Conforme la gente iba saliendo del despacho, se ha confirmado que únicamente entraban los textos, así que todos nos hemos olvidado definitivamente de las cien hojas de apuntes. "Espero que no me pregunte el texto de los archivos –le he comentado a un amigo-, porque no se me ha acabado de quedar". A los dos minutos ha salido la chica con camiseta amarilla, y he sabido que era mi turno.
"¿Nombre?", "Alfonso White". El profesor se ha puesto a buscar mi ficha, al tiempo que decía, "Coméntame el texto de Rodríguez Jiménez... el de los archivos del franquismo". No podía ser, "Ostia puta que mala suerte. ¿Será posible? Bueno va, sal de esta". He pensado un poco, y al momento he empezado a hablar, "Para el estudio del franquismo son muy importantes los archivos, ya que en el país hay mucha información, y tal y cual...", "No, no. Dime cuáles son los archivos del franquismo en España". "Mi madre que mala suerte". He titubeado algo entonces, y me he callado, aceptando la derrota. "¿Y el de Alcalá? Ese es muy importante" me dice levantando la vista de la ficha. "Vale, ya está, esta es mi sentencia de muerte. No hay nada que hacer". Aún me ha preguntado cosas de otros dos textos, y he salido del paso como he podido, pero totalmente deshecho. "La mayor semejanza entre el franquismo y los fascismos estaba en el carácter represivo: en la abolición de las instituciones representativas...., en la prohibición de la ideología diferente a la oficial, en la censura de la prensa, el control de los medios de comunicación....., pero sobre todo en la intolerancia, creo que eso es lo más importante, la intolerancia". Pero el profesor no se ha dignado a levantar la vista de la ficha, así que no he sabido si le estaba pareciendo bien mi discurso o no. "Vale, vale. Llama al siguiente", me ha dicho mientras tapaba la ficha con la mano para escribir algo en ella. Me he levantado de la silla, y me he marchado con muy mal presentimiento.
Y así ha sido mi decepcionante jornada de examen. Unas veces sale bien, y otras no, es ley de vida. Lo que más siento es que el profesor pensará seguramente que soy un gilipollas que se ha presentado al examen sin haber tocado un libro, pero bueno... Más gilipollas era Franco.

24 junio 2008

Vanitas


"Le sucedía lo que les sucede a todos; lo que él, por un impulso muy íntimo de su ser, buscó y anheló con la mayor obstinación, logró obtenerlo, pero en mayor medida de la que es conveniente a los hombres. En un principio fue su sueño y su ventura, después su amargo destino. El hombre poderoso en el poder sucumbe; el hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer, en los placeres".


H. Hesse El lobo estepario

21 junio 2008

Edfú



Cuando ya había caído la noche, pudimos ver desde la cubierta las luces de Edfú acercándose a nosotros. Al atrancar en el puerto, dos camareros salieron corriendo para colocar una rampa metálica que debía unirnos con la orilla. Empezaba el espectáculo.


No había puesto un pie en tierra cuando noté, sin ver nada todavía, que allí todos nos estaban esperando. Los policías de la salida del puerto nos sonreían al pasar, pero no era un gesto sincero, supe con certeza que para ellos era pura rutina. Y justo detrás de ellos, una veintena de niños se empujaban ansiosos por acercarse a nosotros. Todos nos mirábamos sin saber muy bien cómo reaccionar, aunque nuestro guía, Ahmed, ya nos había advertido de que no debíamos darles nada. Aún así, para todos nosotros fue muy difícil no comprarles ninguna de esas pulseras que casi nos metían en los bolsillos, y yo me esforzaba en recordar las palabras de Ahmed: "Si les dais dinero, no querrán estudiar nunca". Esa noche no llegué a estar cómodo en ningún momento. Edfú estaba diseñada para molestarme, en realidad era un sitio espantoso. Parecía como si sólo se nos estuviera permitido andar por la calle principal, y aún así esta se nos aparecía como un misterioso camino que no llevaba a ninguna parte. A un lado se alineaban los pobres edificios, derruidos la mayoría, pero todos con sus tiendas abiertas. Entre tantas telas de colores era imposible ver nada, y los tubos de neón cegaban a la vista. Afuera, las motos también hacían acto de presencia, y no hacía falta verlas para detestarlas, pues el ruido de sus motores, el apestoso olor a gasolina y la polvareda que saltaba del suelo de tierra, hacían a ese sitio todavía más odioso. También "cadeshas", o carros tirados por caballos, se dirigían apresurados de un lado a otro de la calle, saliendo y adentrándose de nuevo en esa oscuridad que nos rodeaba. Un niño empezaba ya a tirarme del pantalón para que le hiciera caso, y decidí que no quería estar más tiempo en ese sitio.


Propuse a unos amigos comenzar a andar por esa calle para ver qué nos encontrábamos, y enseguida se nos unió un buen número de personas. En total seríamos unos diez, con lo que prácticamente toda la infancia del lugar se decidió a seguirnos allá a donde fuéramos. "Somos un plato suculento para los chavales, piensan que les compraremos todas sus mierdas", me dijo un amigo, y yo reí. Aquellos niños supieron perfectamente que éramos españoles nada más vernos, pero yo no llegué a saber cómo lo habían adivinado. Y aún quedé más sorprendido cuando les vi dirigirse a nosotros con frases como "¡Más barato que Carrefour!", y otras cosas por el estilo. Algunos de ellos no tendrían más de cuatro años, y ya trabajaban de lo mismo que sus padres. De repente, al vernos pasar, una mujer sentada en una silla de plástico en la entrada de una tienda, cogió a su hijo pequeño y se acercó rápidamente para pedirnos dinero. Yo pensaba entonces que era todo mentira, que eso mismo lo hacían todos los días, que en realidad era su empleo. "Tienen la cara llena –nos había dicho Ahmed en alguna ocasión-, no pasan hambre". Pero joder, si vivieran bien no tendrían que humillarse de esa manera. De todos modos, yo sabía perfectamente que si sacaba la cartera tendría que acabar regalando todo mi dinero, así que aparté la vista, me limpié el sudor de la frente con un pañuelo, y me puse a hablar con uno de mis amigos.


A los pocos minutos de paseo, las luces de neón acabaron desapareciendo, y me di cuenta de que más allá de donde nos encontrábamos, nadie nos esperaba. Algunos del grupo quisieron volver entonces, pero yo no pensaba dar un paso atrás cuando por fin ese sitio se ponía interesante. Por no querer dividirse, los que querían volver a las tiendas se quedaron, y continuamos nuestro paseo, ahora sí, en la penumbra. Oíamos ruidos de motor, y a los pocos segundos veíamos aparecer una moto acercándose hacia nosotros a gran velocidad. Al esquivarnos y pasar rozándonos, el motorista levantaba la mano y nos gritaba "¡Olé Barsa!" o "¡Pantoja!". Un poco más y los niños empezaron a volverse hacia las tiendas, todos menos uno, que insistía e insistía en vendernos sus pulseras. Y cuando vio que ni con sus insistencias podía vendernos nada, cambió de táctica, pasándose entonces la mano por la tripa como queriéndonos hacer ver que tenía hambre. "Míralo que cabrón el crío. Se las saben todas", dijo entonces una de mis compañeras, y a mí me resultó muy difícil afrontar esa situación. El camino marcado por las farolas llegó a su fin cuando un grupo de edificios desplomados en el suelo se levantaba ante nosotros como un gran muro, atravesando todo el ancho de la calle. Pero vi que en realidad era muy fácil cruzarlo, y empecé a subir por los escombros para pasar al otro lado. Cuando ya estaba arriba, alguien me preguntó desde abajo, "¿Pero qué haces?", y yo esperé a que mis tres incondicionales se pusieran a mi altura para responder, "Dar un paseo".


Pese a las protestas de algunos, finalmente acabamos todos pasando al otro lado, así que continuamos calle abajo. En ese tramo estaba todo derruido, y la ciudad no parecía en realidad otra cosa que un pobre espacio desfigurado. Permanecimos unos minutos más avanzando sin rumbo fijo, sorteando los enormes trozos de piedra, ladrillo y hormigón que se esparcían por el camino, hasta que en mitad de esa nada, nos topamos con una especie de control policial. En realidad, tal control no era otra cosa que dos hombres con metralletas sentados en el suelo hablando, que no nos prestaron demasiada atención. Sin embargo, a mí me inquietó bastante tener que pasar por delante de esos cañones, que se balanceaban en una dirección y en otra, al ritmo de la conversación de sus dueños. Decidimos entre todos torcer por la siguiente esquina y volver hacia el barco por la calle paralela. Y así permanecimos, caminando algo más, hasta que ante nosotros surgió de las sombras un gran cartel sostenido por una estructura metálica oxidada. Se podía adivinar una fotografía del templo, ya azulada por el impacto del sol, y una flecha que indicaba la dirección y la distancia de mil quinientos metros. Ni se me ocurrió proponer al grupo una visita nocturna al templo de Edfú, aunque seguramente hubiera sido una experiencia inolvidable. El silencio se rompió entonces súbitamente, desviando nuestra atención, cuando empezó la hora del rezo, y escuchamos los cantos por megafonía que venían de alguna parte. Ese sonido metalizado recorrió todo mi cuerpo provocándome un escalofrío, y pensé que ya era la hora de volver. Pero al torcer todos hacia la izquierda para regresar, el niño que nos acompañaba se colocó delante de nosotros impidiéndonos el paso, y comenzó a agitar sus brazos al tiempo que decía, "Por ahí no. Ahí no".


Las advertencias del niño me motivaron todavía más a seguir en esa dirección, y todos estuvimos de acuerdo en continuar, nadie quería volver por donde habíamos venido. El chaval nos abandonó entonces, y corrió hacia las sombras hasta que desapareció de nuestras vistas, pero nosotros seguimos con nuestra ruta. La calle que habíamos tomado se componía únicamente por dos muros de piedra colocados paralelamente, y estaba iluminada tan sólo por una barra de neón azul que colgaba de un tubo que salía de la pared justo en la mitad del corredor. El sonido de la megafonía no cesaba. Por suerte éramos diez personas, así que ese lúgubre pasillo no nos resultó entonces tan terrible; incluso teníamos ánimos para conversar animadamente y reírnos. Cuando llegamos al final, vimos que tras ese patético escenario que habíamos atravesado, se escondía por fin algo parecido a una ciudad. Dos personas cruzaron una entrada de reja, y decidimos seguirles para ver qué había. Nos encontramos entonces con un tranquilo parque, muy pequeño, e iluminado con unas bonitas farolas de cristales amarillos. Ese sitio nos pareció a todos como un oasis en mitad del desierto, así que decidimos dar una pequeña vuelta antes de retomar el regreso. A nuestro paso, tres mujeres que estaban sentadas en la hierba bajo un árbol nos siguieron con la mirada, mientras fumaban de una "sisha". Envueltas en el denso humo de la pipa, y tapadas de arriba a abajo con sus coloridas telas, tan sólo nos enseñaban sus inexpresivas miradas. Éramos intrusos. El sonido del rezo se hacía cada vez más fuerte, y al final del camino, tras unas palmeras doradas, llegamos al minarete de donde salía la monótona música. La torre estaba totalmente cubierta por tubos de neón de color verde, lo que hacía que todo su entorno, incluso el cielo, se manchara de ese tono. Y arriba, los tres altavoces. Ya nos podíamos marchar.

06 junio 2008

"El corazón de las tinieblas" de J. Conrad



"Se apoderaban de todo lo que podían por simple ansia de posesión, era un pillaje con violencia, un alevoso asesinato a gran escala y cometido a ciegas, como corresponde a hombres que se enfrentan a las tinieblas. La conquista de la tierra, que más que nada significa arrebatársela a aquellos que tienen un color de piel diferente o la nariz ligeramente más aplastada que nosotros, no posee tanto atractivo cuando se mira desde muy cerca. Lo único que la redime es la idea. Una idea al fondo de todo, no una pretensión sentimental, sino una idea; y una fe desinteresada en la idea, algo que puede ser erigido y ante lo que uno puede inclinarse y ofrecer un sacrificio..."


El corazón de las tinieblas J. Conrad

03 junio 2008

¿Qué pinta Velázquez?




He aquí una de las mayores obras pictóricas de la historia del arte universal: Las Meninas. El más famoso de los cuadros de Velázquez sigue planteándonos muchos misterios imposibles de descifrar. Quizás uno de los mayores logros del artista al realizar esta obra fuera la capacidad de representar dos historias en una misma escena, la que podemos ver los espectadores, y la que permanece oculta. La que puede verse es bien conocida por todos los estudiosos del artista: aparece Velázquez a la izquierda con la paleta y el pincel, observando aquello que está pintando en el gran lienzo que tiene delante; a su izquierda, María Agustina Sarmiento, una menina, se dirige a la infanta Margarita, la hija del rey Felipe IV, que también mira hacia el espacio de lo retratado. De pie, a la izquierda de la infanta, pero algo inclinada, se sitúa doña Isabel de Velasco, hija del duque de Medinaceli. Y a su lado, los enanos Maribárbola y Nicolasito Pertusato, el cual le da una patada al perro recostado en el suelo. Detrás, entre la penumbra, y hablando, están la dueña doña Marcela de Ulloa y un mayordomo sin identificar. Y en la parte más atrasada de la composición, puede verse a José Nieto, aposentador de la reina, que desde fuera de la habitación sube unas escaleras mientras mira lo que sucede en el interior. Por último, el elemento que introduce la discordia, el espejo del fondo. En él aparecen los reyes, con lo que es lógico pensar que los que se encuentran delante del lienzo de Velázquez, en nuestro espacio, son ellos.
Efectivamente, la interpretación que argumenta que son los reyes los retratados en el cuadro, puesto que se ven reflejados en el espejo del fondo, es la más reconocida. Pero en realidad, eso no es más que una suposición, ya que no vemos ni la pintura del lienzo, ni lo que hay delante del artista. Por ello, se ha llegado a decir que los reyes no son el objetivo del maestro, sino que simplemente irrumpieron en la habitación para ver a su hija y a Velázquez, y por eso los vemos reproducidos en el espejo, causando la atención de los presentes. Esta segunda explicación se fundamenta sobre todo en el hecho de que en aquella época los reyes nunca se retrataban juntos, sino separados. Además, simbólicamente, el cuadro podría expresar una idea muy del gusto del maestro: la exaltación de la pintura como arte noble, digna de la atención de los reyes, y alejada de la artesanía. Aquellos especialistas que han optado por esta última interpretación, se centran en los dos grandes lienzos del fondo de la estancia, que se han identificado con unas copias que hizo Mazo de unos cuadros de Rubens y Jordaens. Estos representarían unas competiciones entre dioses y mortales, que acabarían con la victoria de los primeros. Así pues, la idea sería la del triunfo de la pintura sobre la artesanía, sobre las "artes mecánicas". Para enfatizar esta idea, Velázquez se retrata a sí mismo con la paleta en la mano y el pincel en suspenso, haciendo referencia al intelecto del pintor.
A estas interpretaciones clásicas, se les unió otra en la década de los 90, que atribuía al cuadro una explicación política. Tras realizar una radiografía a la pintura, salió una versión primitiva debajo del resultado definitivo, que cambiaba sustancialmente el sentido de la obra. En la versión original no aparecía Velázquez, sino un paje con un bastón de mando (elemento que se entregaba a los herederos al trono). Además, la figura de María Agustina Sarmiento tenía entre sus manos una bandeja con dulces, joyas, frutas y una copa de agua. En la infanta Margarita, se veía una expresión de rechazo ante tales ofrecimientos. Lo que supuestamente estos elementos querían decir, es que a la altura de 1656 (fecha en la que se pintó el cuadro), Margarita era la heredera a la corona española, y por eso recibía el bastón de mando y debía rechazar los placeres, las "vanidades", mostrando sus dotes de buen gobierno (lo que le llevaba a despreciar incluso el agua). Pero esta no es la versión que finalmente se presentó como definitiva. ¿Por qué razón cambió Velázquez estos elementos por otros, modificando así el sentido del cuadro? Al año siguiente, en 1657, nació Felipe Próspero, con lo que Margarita dejaba de ser heredera y esa interpretación del cuadro quedaba obsoleta. Entonces Velázquez, que ya era caballero de la orden de Santiago, repintó el lienzo, y le dotó de una nueva idea, la apología de la pintura y la nobleza del pintor. Sin embargo, aun siendo todo ello cierto, queda entonces por saber todavía lo más importante, ¿Qué pinta Velázquez en su cuadro?
Si rechazamos la versión más convencional del asunto (los retratados son los reyes), se puede llegar a pensar que Velázquez está pintando a la infanta Margarita mediante un juego de espejos. En efecto, esta idea puede parecer algo descabellada, pero no debemos olvidar que el artificio era un rasgo característico de los artistas de la época. De todas formas, lo que realmente estuviese pintando el artista en ese gran cuadro no lo sabremos nunca (para empezar porque no podemos verlo), así que tendremos que conformarnos con lo que sí podemos ver. Todo lo que hasta ahora se ha dicho no son otra cosa más que suposiciones, con lo que todos somos libres de imaginar lo que queramos. Quién sabe, quizás Velázquez nos esté retratando a nosotros.

02 junio 2008

El desayuno


En la barra del bar, donde todos los días desayuno, mirando mi café. Nadie más que el camarero de siempre limpiando los vasos, un viejo harapiento con los pies descalzos y yo. Afuera, la niebla. En el otro extremo, el viejo levantó su copa de vino al tiempo que me miraba detenidamente. Era feísimo. Me sonrió, y pude ver su cavernosa boca. Volví la vista de nuevo a mi café, y pegué el último trago. El camarero continuaba concentrado limpiando vasos. La música se detuvo, y por fin dejaron de oírse los sonidos del mundo. Afuera, la niebla. Ese no era sitio para la vida. Allí debíamos estar todos muertos.