20 mayo 2008

Encuentro en el lago Rudolf (episodio 2)



"Durante las dos primeras semanas en África me dediqué a seguir al león por sus rugidos de hambre. Todos los días me despertaba al alba y emprendía la caminata junto a mis dos negros, pero no dábamos con él. No fue hasta el duodécimo día cuando empezamos a escuchar los rugidos algo más cerca; y hacia el mediodía, cruzando unos campos de sorgo situados en los alrededores de un pequeño poblado, nos sentimos atraídos por los gritos de una multitud. En el centro de todo el alborotado gentío que se había formado, yacía entre las plantas la mitad del cuerpo de un niño. Era una escena horrible, el contraste de la sangría con el monótono paisaje amarillento... Por lo visto la bestia embistió al pequeño cuando este estaba espantando con piedras a los pájaros que merodeaban sus cultivos. Tras el ataque, un amigo que estaba cerca comenzó a chillar, y alertó a todo el pueblo, que consiguió ahuyentar al león cuando ya era demasiado tarde. De un solo mordisco casi no quedó nada de la criatura, pero eso no era alimento suficiente para el monstruo que seguíamos". Carl Burt continuaba soltando humo por su invisible boca, y Jonathan Dyck observaba inquieto por la ventana esperando que el relato de su hijo le hiciera entender cómo Alfonso White le había quitado lo que era suyo. "A los dos días de eso, al atardecer, el rastro nos llevó hasta el lago Rudolf, donde unos cuantos antílopes aprovechaban para beber agua. Yo estaba seguro de que el león más grande del mundo rondaba por la zona, así que busqué atentamente unas rocas situadas estratégicamente para ocultarme y tener buen ángulo de tiro. Un par de horas después, cuando el horizonte ya sólo nos dejaba medio sol, apareció violentamente una leona enorme, causando la locura entre los tranquilos antílopes. El animal se zambulló en el agua en plena carrera y mordió el cuello de la primera cría que se interpuso en su trayectoria. Arrastró entonces al antílope hasta la orilla y con una de sus patas delanteras presionó su cuello contra la tierra. Corriendo aparecieron entonces sus tres cachorros, que se lanzaron directamente al vientre del animalito, y no tardaron en estirar con sus pequeños dientes los sangrientos trozos de carne. El pequeño antílope intentaba llamar desesperadamente a sus familiares, pero estos no podían hacer otra cosa más que mirar lamentablemente desde la otra orilla del lago. Los leoncitos seguían alimentándose cuando sobre ellos cayó su padre, la bestia que andábamos buscando, que apartó bruscamente a los cachorros con su zarpa". En ese momento, Sir Jonathan Dyck intervino, todavía de espaldas a su hijo, "el macho come el primero". Carl Burt continuó con su silencio, y David emprendió de nuevo el relato: "Por lo menos medía cuatro metros de largo, y calculé que pesaría unos trescientos cincuenta kilos. Era la cosa más colosal del planeta, y ahora metía toda su cabeza en el pequeño cuerpo del antílope, que todavía con vida, restregaba los cuernos convulsivamente por el suelo. Entonces sujeté mi rifle con firmeza y apunté al león, pero cuando tenía el dedo en el gatillo, la sombra de un hombre se acercó suavemente a la bestia y le hundió un cuchillo enorme en la garganta. Era Alfonso White, aunque yo en ese momento no veía otra cosa más que una siniestra sombra. El león, por el hambre creo yo, no había oído a White acercarse, y tras la cuchillada soltó un rugido que fue oído probablemente por todos los animales de la tierra. Después de eso, se desplomó sin más. Vi desde mi roca entonces cómo White se subía encima del animal desangrado y agarraba con la mano izquierda su rojiza cabellera para levantar su enorme cabeza. Con la mano derecha, que sujetaba el cuchillo, empezó a serrar el cuello del león, y la sangre que salpicaba a borbotones le manchó sin importarle su precioso traje color marfil. Cuando hubo terminado, bajó del lomo del animal y levantó la cabeza con la mano, de forma que su mirada coincidiese con la del félido, y luego le dijó aún algo, pero yo no pude oírlo". "Pero bueno hijo –interrumpió Jonathan-, ¿Cómo no aprovechaste en ese momento para matarle de un tiro?" David permaneció unos segundos sin respuesta, pero finalmente se dirigió a su padre con sinceridad: "Bueno papá, yo no soy un asesino". Carl Burt siguió contaminando la habitación, y cruzó ahora la otra pierna. Jonathan preguntó de nuevo: "¿Y después que pasó?", "Pues nada, simplemente cogió su cabeza y se fue. Yo quedé tan impactado con lo sucedido, que inicié inmediatamente el regreso. En el puerto de Lagos conocí a Carl, que casualmente había estado realizando unos estudios de antropología en un poblado por el que White anduvo durante algunos días, así que vinimos juntos". Jonathan Dyck se dio entonces la vuelta y apoyó las manos sobre su mesa, fijando la mirada en su hijo. "David, aunque sabes que tiempo atrás Alfonso y yo fuimos muy buenos amigos, eso se acabó..." La cabeza de Carl Burt se enderezó entonces, mostrando a la luz sus pequeños y penetrantes ojos, y se dirigió con grave voz a Sir Jonathan: "¿Qué le pasó a Alfonso White?"

2 comentarios:

alba dijo...

Sí, Kurtz siempre presente. Supongo que será inevitable. "El corazón de las tinieblas" ha dejado una huella imborrable en ti,y no es difícil de creer (o imaginar) que almas como la de Kurtz vaguen en cada rincón del corazón de África,sobretodo para aquellos que, como tú, han rastreado sus pasos (a través de la literatura). Algo me hace pensar que Alfonso White también conoció... EL HORROR.

Esperaré ansiosa las nuevas entregas de esta aventura.

Dulces besitos.

Anónimo dijo...

Aventuras hechizadas por el mundo de la selva. No se si el habitar en ella te acerca a la ambicion y al horror en muchos casos.
La lucha por el poder no es nada buena.
Bonito relato. Enhorabuena