19 mayo 2008

Regreso de África (episodio 1)



Sir Jonathan Dyck observaba atentamente su nuevo envío de grabados sobre personajes pintorescos de las diferentes tribus africanas, cuando sonó la puerta del despacho, y acto seguido la criada Rose entró en la habitación. "Su hijo acaba de llegar Mr. Dyck". Y tras quitarse las pequeñas gafas redondeadas de los ojos, Sir Jonathan pidió hacer pasar al muchacho. Al momento apareció David con otro caballero desconocido, y por la mirada de su hijo, Jonathan supo que todavía no tenía su trofeo. "¡Hijo mío!, ¿qué tal por África?". David no respondió a la pregunta de su padre, pero le abrazó intentando eludir el asunto, aunque supiese que eso era imposible. "Papá, te presento a un compañero de viaje, Carl Burt". El señor Burt, sin decir nada, alargó la mano para saludar al padre de David, pero ocultó su rostro bajo el bombín, manteniendo cierto anonimato. Jonathan volvió a sentarse en su gran silla tras la mesa, y mandó también a los dos jóvenes que se pusieran cómodos. Conforme David tomaba asiento en la silla de enfrente de la de su padre, dijo: "No te he conseguido el león papá". Carl Burt encendió entonces su pipa desde el gran sillón de uno de los extremos de la sala, y la fugaz llama iluminó súbitamente el oscuro rincón en el que se encontraba. "¿No pudiste dar con él? Ya te describí la zona en la que debía encontrarse". Burt negó entonces con la cabeza, pero mantuvo su rostro dirigido al pecho bajo el bombín, al tiempo que expulsaba el denso humo de su primera calada. "No es eso padre. Sí que di con él, pero en el momento en que lo tenía alguien me lo arrebató". Jonathan miró fijamente a su hijo, sin decir nada, únicamente esperando recibir el nombre y los apellidos de quien había robado su pieza. David le devolvió la mirada, y durante unos segundos se hizo el silencio, mientras el humo del tabaco de Burt irrumpía en todo el espacio de la sala. "Alfonso White me lo quitó". Los puños de Jonathan golpearon con dureza la gran mesa de madera, volcando el tintero y derramando todo el líquido oscuro sobre los grabados de los salvajes. Con la boca apretada, sin abrirla, pero enseñando todos los dientes a la manera de una bestia de la jungla, emitió un silbido ensordecedor que resonó en toda la estancia: "Wwwwhite". El humo, que ya había alcanzado el techo, empezó a cubrir las cabezas de los animales que colgaban de las paredes, convirtiéndose el despacho de Sir Jonathan Dyck en un lugar fantasmal. "Quiero que me lo cuentes todo. Desde el principio. Con todo lujo de detalles", dijo al tiempo que se levantaba de la silla y se daba la vuelta para mirar a través del vidrio de su ventana la terrorífica niebla de la calle Stamford. Carl Burt cruzó entonces las piernas para ponerse cómodo y dio otra calada a su pipa. El humo había invadido ya toda la habitación.

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