27 junio 2008

El poder de la imagen



En el pasado, cuando la cultura de la "gente popular" era únicamente de tipo visual y oral, la iconografía actuaba como un medio de "adoctrinamiento", que extendía las imágenes que desde el poder se querían proyectar. Ya el papa Gregorio Magno (540-604) comentó en una ocasión: "Se colocan imágenes en las iglesias para que los que no son capaces de leer lo que se pone en los libros lo lean contemplando las paredes". Por eso, a través de los cambios en las imágenes a lo largo del tiempo, los historiadores han podido comprobar, por ejemplo, que a finales de la Edad Media se produjo una preocupación especial por el dolor (y es que en esta época empezó a generalizarse el culto a los instrumentos de la Pasión, como los clavos y la lanza).
En los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (1491-1556), se exhortaba al lector o al oyente a imaginar el infierno, Tierra Santa y otros lugares, en lo que el autor llamaba "composición de lugar". San Ignacio pretendía así que los fieles tuvieran "un vivo retrato en la imaginación de la longitud, la anchura y la profundidad del infierno", de los "enormes fuegos" y de las almas "con el cuerpo de fuego". Puede apreciarse entonces que desde finales del siglo XV, hubo un especial interés por representar de manera fiel, escenarios y elementos que pertenecían al mundo de lo sobrenatural.
A partir de este primer paso, algunos artistas pretendieron interpretar estas descripciones místicas a través de sus pinceles, y así hoy podemos contemplar los cuadros de pintores como El Bosco, que describieron lugares como el infierno de una manera muy imaginativa. Estos cambios producidos en las imágenes del infierno y del demonio a lo largo del tiempo, ayudarían a los investigadores a hacer, por qué no, una historia del miedo.
Y esta facultad de la imagen de hacer legible el pensamiento, fue realmente explotada a partir del siglo XVI, cuando por medio del grabado, los protestantes pudieron llegar a la mayoría de la población analfabeta. Así, los impresores luteranos se inspiraron en un gran repertorio de chistes y burlas, para que sus imágenes acabaran con la Iglesia Católica, transformándola en el imaginario colectivo en algo ridículo. Un amigo de Lutero, el pintor Lucas Cranach (1472-1553), y su taller de Wittemberg, produjeron numerosas estampas de carácter polémico, como el famoso Passional Christi und Antichristi, que contraponía la vida sencilla de Cristo con la magnificencia y la soberbia del papa. Se empezaba a utilizar la imágen ya como instrumento para fines más amplios.
Por supuesto, la Iglesia Católica no permaneció impasible, y contraatacó con una nueva forma de entender la representación de la religiosidad. El Concilio de Trento (1545-1563), reafirmó la importancia de las imágenes sagradas, de manera que los éxtasis y apoteosis de santos, por ejemplo, se presentaban con la finalidad de impresonar al espectador y subrayar la diferencia entre las personas santas y los comunes mortales. En esta época, la imagen y su difusión tendría entonces una función de adoctrinamiento, pero también de propaganda.
La "imagen" que aquí presento corresponde a una pintura de Pieter Brueghel, titulada El triunfo de la muerte (1562). Al observarla, el espectador actual puede dejarse llevar por los detalles curiosos, pero ¿causaba la misma reacción en las gentes de la época? ¿es que entonces esta obra no tenía fines más elevados que los de despertar la "curiosidad"? ¿acaso esta pintura no daba miedo? Si prestamos atención, veremos que la pintura trata sobre la omnipresencia de la muerte; y es que en la época en que se hizo, la muerte convivía literalmente con la vida, de forma que nadie tenía la seguridad de si aguantaría a la siguiente crisis de subsistencia, epidemia, catástrofe natural o guerra. Vemos por eso que Brueghel acentúa el hecho de que la muerte no hace distinciones, y por eso apreciamos que de la misma manera que los esqueletos acaban con la vida de pobres campesinos, también hacen lo mismo con un rey, a quien se le enseña un reloj de arena (símbolo de la fugacidad de la vida). La muerte puede llegar además en cualquier momento, no sólo en la guerra (vemos a los soldados combatiendo con los esqueletos), sino también en mitad de una travesía (hay un peregrino tirado en el suelo que está siendo degollado), o en el transcurso de un feliz banquete. No diríamos nada descabellado si afirmásemos que las gentes del siglo XVI veían en representaciones de este tipo su propio destino. Efectivamente, imágenes como esta resultan más apasionantes cuando somos conscientes del tremendo poder que poseían.

3 comentarios:

Alfonso White dijo...

OS RECOMIENDO QUE PINCHÉIS EN LA IMAGEN DE ARRIBA PARA PODER VERLA EN DETALLE.

Anónimo dijo...

Y ahora tenemos cámaras de fotos para tener imágenes reales, que dan casi tanto miedo como las realidades ficticias de los cuadros.

La muerte como igualadora de hombres es el tema principal de Coplas a la muerte de su padre. Me encantó el libro de Jorge Manrique.

Un beso, Alfonso.

Anónimo dijo...

Es cierto lo que dices, deberíamos intentar "verlos con aquellos ojos". Es como cuando dicen que la pintura románica es estática...nadie recuerda que se veían en iglesias pequeñas y oscuras iluminadas por luz de velas y "antorchas" que tililan y hacen que las pinturas se muevan, provocan sombras, etc...