16 septiembre 2008

El perro rabioso

No sé... No sé... Pensaba Ernesto sentado en aquel incómodo sofá morado de la sala de espera. Frente a él, una televisión le mostraba el espectáculo del que pronto él mismo sería protagonista. Quizás esta no era la mejor manera de hacer las cosas, reflexionó. Un hombre y una mujer se dieron un cálido abrazo después de muchos años en los que habían estado separados, y una suave música de piano sonó de fondo justo a tiempo para poner un buen final a la historia. Un cambio de plano, y la presentadora sonrió a la cámara, al tiempo que levantaba su fajo de tarjetas que contenían el guión del programa, para pasar a la siguiente. En ese instante un hombre entró sin avisar en la habitación de Ernesto, “Su turno, vamos”, y Ernesto se levantó del sofá apoyando las manos en sus rodillas. Por un estrecho pasillo muy mal iluminado caminó tras el hombre que le indicaba el camino, hasta que en un punto paró, frente a una puerta de cristal. “Espere un momento”. No sé... No sé... No sé si me habré equivocado... Al terminar los aplausos provocados para incrementar la emotividad de la anterior historia, la presentadora comenzó a hablar de nuevo para dar paso al siguiente invitado. “Ernesto, un pastor leonés de 38 años, ha venido a nuestro programa para conocer a su cibernovia, a la que nunca ha visto. ¡Un fuerte aplauso para Ernesto!” Desde el otro lado de la puerta, Ernesto escuchó estas palabras, y se arrepintió profundamente de haber acudido a la televisión. Todos se reirán... Dios mío qué miedo. “Empuje la puerta, vamos”, y Ernesto obedeció automáticamente. Empujó el cristal, y se convirtió en el centro de atención de todo el público, que ahora aplaudía efusivamente a las órdenes del regidor. Bajo las decenas de focos que colgaban de los altos techos del plató, y frente a las cámaras que le seguían a su paso, Ernesto avanzó dejando atrás a los anteriores invitados, hasta llegar a la silla que le correspondía. No dejó de mirar al suelo en todo el rato, pero al sentarse, levantó la vista para ver a la presentadora dando una rápida leída a su tarjeta. “Hola Ernesto” Los aplausos se apagaban poco a poco, y Ernesto acumuló algo de valor para hablar. “Hola... estoy un poco nervioso...” Una reacción muy normal en los invitados al programa era la de ponerse nerviosos y no poder comunicarse con facilidad. La presentadora intentaba calmarlos diciendo que debían estar tranquilos, que sólo iban a hablar, y justamente eso fue lo que le dijo en esta ocasión a Ernesto. “Sí, ya estoy mejor” “Ernesto, hace unos meses conociste a Laura por Internet, ¿verdad? ¿y qué pasó entonces?” Ernesto tragó saliva, y pensó en las funestas consecuencias que podría tener todo ese show de no salir correctamente. Nadie en el pueblo lo olvidaría, todos se reirían de él, hablarían a sus espaldas, le señalarían por la calle, le tratarían como a un bufón, o aun peor, como a una criatura maldita. Paralizado, y pensando en todas estas cosas, Ernesto dejó pasar los segundos en silencio, mientras que en el público la gente empezaba a mirarse con cara de satisfacción y algunas risas ya podían escucharse. “Ernesto, ¿se encuentra bien?”, preguntó la presentadora con una amplia sonrisa en la boca, y el invitado le contestó con una mirada de pánico absoluto. Al observar esto, todo el público echó a reír fuertemente, y la presentadora se llevó la mano a la boca exagerando algo sus gestos. “¡Un fuerte aplauso para Ernesto por favor!”. Y las carcajadas fueron sustituidas por palmadas, mucho más fuertes que las de antes y acompañadas por algunos silbidos, provocados sin duda por la excitación general. Ernesto, que permanecía quieto como una estatua, ya no tenía fuerzas ni para salir corriendo, en su cabeza tan sólo había sitio para el terror. Volvió de nuevo su mirada al suelo, y de repente, como si de un niño temeroso se tratara, empezó a llorar, causando el descontrol en el plató. La presentadora se llevó la mano a la oreja para escuchar lo que le decían desde la redacción, e inmediatamente se acercó a Ernesto, que tenía las dos manos abiertas sobre la cara para tapar los enormes lagrimones que le caían. “Tranquilo Ernesto, tranquilo. Vamos a hacer una cosa, quédate aquí tranquilo y damos paso a Laura, que está esperando en otro cuarto y todavía no nos ha visto”. Ernesto bajó sus fuertes y agrietadas manos, y la presentadora pudo observar su rostro ruborizado, suplicándole acabar con ese infierno. Pero tras pasar la tarjeta que por cuestiones del directo no tuvo que utilizar, la presentadora continuó como pudo con el guión. “Laura tiene 24 años y trabaja en una peluquería de Oviedo, pero su sueño siempre ha sido ser cantante. ¡Un aplauso para Laura!” Al momento apareció por la puerta de cristal una chica preciosa, y el público masculino comenzó a lanzar silbidos y comentarios “¡Guapísima!”. Ella saludaba agradecida con la mano, mientras sus piernas casi totalmente descubiertas atraían la atención de Ernesto, que a estas alturas pensaba que el corazón le iba a estallar. Al pasar Laura por delante, el pobre campesino se llevó la mano a la boca y elevó la mirada a los focos del techo, causando de nuevo la admiración del público. Laura se sentó en su silla, cruzó lentamente las piernas y puso esa cara que tantas veces había estudiado frente al espejo. El infeliz Ernesto no dejaba de mirarla, de estudiarla, recorría con la mirada cada rincón de su cuerpo, y sufrió muchísimo al hacerlo. Tenía que haber hecho caso a mi madre, pensó, en el pueblo hay algunas chicas, no hacía falta venir aquí. “Laura, rápidamente, ¿qué es lo que a ti más te gusta?” La chica sonrió y se dispuso a iniciar su más o menos preparado discurso. “Cantar. Desde que tengo uso de razón a mí lo que más me ha gustado es cantar. Siempre he sido una artista en mi interior... y eso... quiero triunfar” Pero Laura en realidad no estaba allí para eso, y no cantaría esa tarde su canción. “Has venido aquí porque alguien quiere decirte algo importante. Mira a la pantalla Laura” Y la presentadora señaló con la mano una enorme pantalla que colgaba de la pared, y en la que se leía “Laura, sé que te quiero desde que te conocí por Internet” A Laura le cambió automáticamente la expresión de la cara, y miró a la presentadora pidiendo una explicación “¿Quién es, mi novio?” “¿No hay nadie especial a quien te gustaría conocer?” Laura continuaba extrañada. “Te doy una pista. Se llama Ernesto, y está a tu lado. ¡Un aplauso!” Y con ese nuevo aplauso de fondo, Laura y Ernesto se vieron por primera vez. Él sonrió como pudo, todavía sofocado, pero ella se llevó la mano a la cara inmediatamente, y desvió la cabeza hacia otro lado. “Ernesto, dile a Laura lo que nos has dicho antes” Pero Laura no quería escuchar nada, y mantenía su cara tapada y su cuerpo ligeramente girado hacia el otro lado. “Pues bueno, lo que pone en la pantalla... que me gustaría que nos conociéramos... un poco” Laura se quitó bruscamente la mano de la cara y contestó “¡Pero si yo tengo novio! Este es el pesao que no me deja en paz y que no me dice más que guarradas... ¡Ay por favor!” Ernesto se volvió de nuevo hacia la presentadora, que aguantó la mirada sin decir absolutamente nada, esperando algo más de todo aquel espectáculo, y el público volvió entretanto a perder la compostura. Por favor, Dios, haz algo, sálvame. “La chica con la que hablé por teléfono me prometió que yo venía aquí a cantar, no a nada de esto” Puta, puta, puta, me has engañado. Todos se reirán de mí, nadie me querrá nunca. Puta, puta, ¿por qué?, ¿y todos esos ratos? Puta mentirosa. “Venga Ernesto, no llores más. Seguro que muchas chicas que te han visto por televisión querrán ahora conocerte. Y Laura, puedes volver aquí cuando quieras a cantarnos esa cancion, ¿vale?” Laura sonrió satisfecha a la presentadora, “¿Pero de verdad eh?” Y todo el plató rió entonces, cuando Ernesto, con la cabeza oculta otra vez entre sus enormes manos, se introducía más y más en un estado de desesperación. ¿Por qué ríes? ¿Qué te hace tanta gracia? Me has destrozado el corazón... Me has destrozado el corazón.

“Nuestra siguiente invitada, Alba, quiere darle un escarmiento a su amiga por no haber querido asistir a su última fiesta de cumpleaños. ¡Un fuerte aplauso para Alba!” El público obedeció una vez más, y comenzó a aplaudir mientras por la puerta de cristal aparecía otra chica guapa que también quería lucirse frente a las cámaras. Pero conforme avanzaba hacia su asiento, sus pasos se fueron interrumpiendo hasta que por fin se paró para chillar alocadamente. También el público reaccionó igual, y la presentadora tuvo que tirar sus tarjetas al suelo y correr hacia las sillas de los invitados, cuando vio a Ernesto de rodillas pegando puñetazos a la cara sangrante de Laura. “¡Putaaaaaa!¡Putaaaaaa!” Los cuatro puñetazos que Laura recibió en la cara la dejaron inconsciente y tirada en el suelo sobre un charco oscuro de sangre. Tres hombres de seguridad consiguieron finalmente reducir a Ernesto, que forcejeaba con dureza y continuaba gritando desesperadamente, con los dientes apretados y los ojos cerrados con fuerza, debido a la intensa luz de los focos. La cadena consiguió ese día batir un nuevo récord de audiencia en esa franja horaria. En el pueblo de Ernesto nunca se olvidó lo ocurrido aquella tarde en la televisión.

6 comentarios:

gloria dijo...

Vaya, es muy sorprendente cómo termina esta historia. Por un momento estaba tan nerviosa como Ernesto. Entiendo el texto como una crítica a estos programas, por eso me gusta aún más.
Un beso

maloles dijo...

No saben que juegan con fuego...
Gran historia.

Trataré de no ponerme triste... Ays, ahora ni eso puedo; estoy muy cansada, esto de volver a la rutina me mata!

UN beso!


Mua*

Anónimo dijo...

Una historia realmente triste, escribes bien, me ha gustado.

Otra vida destrozada por un problema que nadie vio venir, no creo que al final en su pueblo se partan de risa precisamente.

Gracias por la visita y el comentario, me pasaré por aquí a menudo.

alba dijo...

Ay, ¡maldita telebasura! Y qué bien has sabido convertirla en palabras e, incluso, llevarla más allá. Porque, digo yo, ¡o por lo menos espero!, que no se habrá llegado nunca a una situación así. Aunque vete tú a saber, ¿no dicen eso de que la realidad a veces supera a la ficción? Lo que más rabia me da (sin llegar a esos extremos a los que ha llegado Ernesto, ¿eh?), es que si programas de ese tipo abundan en la "caja tonta" es porque hay gente que les da audiencia y los mantienen. Me enervo, me enervo, ya sabes que yo con estas cosas me pongo histérica... Con lo fácil que sería convertir la tele en una "caja lista"(ejem, ejem, sugerencia de próximo relato)...

Dulces besitos.

Lobita Esteparia dijo...

Muy bueno, de hecho he visto el programa con tu relato... ¿Siempre me he preguntado que puede llevar a una persona a un plató de televison a contar su vida?, la verdad que algunos programas te hacen sentir verguenza ajena. Un saludo.

Anónimo dijo...

Jejeje...es muy bueno, he visto a la presentadora, a Ernesto, a la "super-mega-diva". La verdad, es que no tengo televisión desde hace 5 años y ni falta que me hace. Tu historia, genial.